BLOG SOBRE JUAN PASQUAU - PERIÓDICO INTEMPORAL



PERIÓDICO INTEMPORAL DEDICADO A JUAN PASQUAU

Para que vuelvan a acercarse a la obra del escritor ubetense quienes tuvieron la suerte de conocerlo, para que lo descubran quienes no lo conocieron, para que todos crezcan en permanente conversación con sus escritos y su pensamiento.

sábado, 30 de junio de 2012

LAS TRES DE LA MADRUGADA






(Cuento de una noche de verano)

¡Las tres de la madrugada! Era mágica esta hora. Tan mágica como la China o el Sudán Anglo-Egipcio. Una hora inasequible, lejana, fabulosa; una hora en la que él no había estado nunca. La conocía, claro está, de oídas: estaba en el reloj, sí. También, en el atlas de geografía estaba Rhodesia. ¿Y qué?

—Anoche —contaba papá mientras engullía a la hora del desayuno las tostadas, con mantequilla—, anoche volvimos a las tres de la madrugada y...

Y mamá replicaba:

—Sí, Ambrosio, eran las tres de la madrugada. Pero la culpa, ¿de quién era? Yo bien lo sabes, nunca fui trasnochadora. Fuiste tú que te empeñaste, después del cine, en que acompañásemos a los Yáñez a oír la orquesta del «Tívoli». Valiente terraza la del «Tívoli»...

Y Carlos, Carlitos, pobre chico, oía pasmado, inquieto, con los ojos abiertos, asombrados. Anoche, precisamente anoche, sus papás estuvieron en las tres de la madrugada. La hora de sus sueños: la hora prodigiosa que él no había visto nunca. ¡Qué delicia ser mayor! ¡Qué privilegio tener treinta años! ¿Cuándo, Señor, él los alcanzaría, para poder ser como papá y como mamá; para poder viajar bien despierto por la noche, con los cinco sentidos útiles? Era una lata esto de no poder pasar nunca de las diez. En cuanto al espacio, sí había viajado ya cuarenta y tres kilómetros más allá de su pueblo. Esto a los siete años, constituía una buena marca. Pero en cuanto al tiempo... En cuanto al tiempo, sólo llegó una vez —y porque fue el día del bautizo de su hermano— a las once y cinco de la noche. Ni siquiera había atravesado el ecuador de las doce. No lo dejaban y él bien quería. Bien que se hacía el valiente tantas veces cuando le mandaban a la cama. Bien que disimulaba el sueño y las cabezadas diciendo que no tenía deseos de dormir y que lo que tenía era calor. ¡Ca! No había consideraciones para él. Para él, que quería ver la faz de esas horas blancas, solitarias, silenciosas, profundas de la madrugada. ¡Oh la madrugada! Y en el corazón mismo de la madrugada tenía asentados sus reales la hora grande: las tres. Hora ancha y sin gente transitando por sus minutos. Una hora como la Plaza antigua de su pueblo a la que no iban nada más que los turistas y los vagos. O mejor, como el campo en el que no se encuentra uno a nadie. De seguro una hora con brujas, con hadas o con ángeles. Sobrenatural de todas maneras. ¿Cuándo podría ir a las tres de la madrugada sin que nadie se lo estorbase? ¿Cuándo retorcería el pescuezo a ese estúpido sueño que le acometía todas las noches después del huevo pasado por agua, interponiéndosele al paso y dando un mazazo a sus sueños? Y de seguro que cuando pudiese estar en las tres de la madrugada no se iría a la terraza del «Tívoli», como sus papás. Ya le estaban pareciendo sus papás unos frívolos. Yo —pensaba— cuando pueda frecuentar esa hora me iré a lo alto de la torre del reloj. Desde allí veré a algún ángel, a alguna bruja, a alguna hada, ¡lo que sea!...

______________________

Carlitos lleva traje de buzo y un hacha en la mano. Carlitos avanza valiente. Tres enormes pulpos le quieren atrapar, extienden hacia él sus tentáculos horribles. No importa, Carlitos avanza sin temor. Avanza resoluto, pero salen pulpos de todos los rincones. Él quiere alcanzar la puerta; pero en cada esquina hay un pulpo que se ríe sarcásticamente. También, en el centro de la habitación —la habitación es el mar; el mar es la habitación— hay una enorme ballena. No importa tampoco porque Carlitos la esquiva con el hacha. Lo peor son los pulpos de las esquinas. Sin embargo hay que lograr la puerta... Ya está. ¡Ya está! Carlitos trepa por la pared y... da un grito colosal; un grito colosal porque el pulpo de la esquina lateral izquierda...

—¡¡Ay!!...

Ha despertado papá, ha despertado mamá, ha despertado Andrés, el hermano mayor, ha despertado Josefa la criada. Todos, en ropas menores se han juntado precipitadamente, pálidos de terror en el cuarto de Carlitos.

Carlitos está sentado en la cama, con el rostro radiante, con el reloj de la mesa de noche en la mano, la luz encendida. Todos muestran en sus rostros un pánico de aúpa. Carlitos se ríe. Carlitos les dice:

—Me perseguían en el fondo del mar, di un grito, me desperté y ¡son las tres de la madrugada! ¡Las tres! Los pulpos querían impedirlo a toda costa, no me dejaban despertar. Yo luchaba, luchaba contra ellos y vencí. Vencí. Ya estoy en las tres de la madrugada. Voy a asomarme al balcón a ver qué pasa...

MIGUEL H. URIBE

(Revista VBEDA, Año 8, Núm. 90, Junio de 1957)

jueves, 28 de junio de 2012

LA ERA DE LAS NOTICIAS





El invento del telégrafo puso en marcha la Era de las Noticias. La noticia funciona como alcaloide de nuestra época técnica. Pero ¿qué es, realmente, una noticia? ¡Vaya pregunta! Un intermediario. Un intermediario que, como todos, encarece —en el mejor sentido de la palabra si se quiere— los productos: en este caso, los sucesos. Porque antes los hechos valían lo mismo que ahora, pero costaban menos; es decir, no tenían tanto aprecio, tanta importancia declarada: carecían de marchamo. Y ni se importaban ni se exportaban, claro. El caso es que desde que los hechos son materia prima para la noticia, enseñan una apariencia mayor, ya que llegan peraltados y dignificados por el brillo publicitario. Además, vienen vivitos y coleando. Así, ¿quién no se hace cada día de noticias nuevas y quién sin ellas vive a gusto? La dificultad está en que no hay atención, no hay miradas bastantes, no hay oídos suficientes para la sobreabundante oferta informativa. En nuestra «sociedad de consumo» las noticias son indispensables, pero resultan excesivas y, además, en conjunto, carísimas por el tiempo y el dispendio cerebral que les dedicamos. He aquí una nueva «problemática» en este tiempo de problemáticas...

Durante las guerras napoleónicas —por no irnos demasiado lejos— ocurrían hechos muy trascendentes. No obstante, la mayoría de los contemporáneos tardaron en enterarse, por lo menos, dos meses de la batalla de las Pirámides. Los llamados medios de comunicación social estaban en mantillas y, por tanto, la información quedaba para la Historia y no era distribuida «al detall» en las noticias. La gente no gastaba sus nervios y aguardaba tranquila. Lo contrario que ahora, cuando nos impacientamos hasta saber no ya el resultado de una batalla, sino el último tanteo de la quiniela o el primer clasificado en el festival de la canción. ¿Es que vale más un cantante que Napoleón y más un gol que... Leonardo da Vinci? No, sino que entonces, en 1798 o en el Renacimiento , no había «noticias» o no estaban programadas; no existían intermediarios. No disponía la Italia del quinientos de periódicos que trajeran titulares a toda plana que dijesen: «Eh, señores, vivamos en una Era nueva: ha llegado el Humanismo», o «¡Atención! Se ha pintado “La Gioconda”». (¿Es que de la llegada del Humanismo se enteraron los humanistas?) En cambio hoy, ya lo ven ustedes: todo el mundo conoce en los anejos de Vitigudino el porcentaje de votos obtenidos en las últimas elecciones presidenciales de Francia por Gaston Defferre. Pero, ¡qué digo!; un simple grano en la mejilla del señor X, de profesión torero, es quizá causa suficiente para inundar el planeta de sonoridades y de letra impresa.

Muchos llaman a esto la vibrante actualidad. Pero, ¿van las noticias siguiendo a los sucesos, o los sucesos en busca de las noticias? Lo más curioso es que este «boom» noticiable está consiguiendo que no nos enteremos íntegramente de nada. Es natural, porque son tantas las novedades que no pueden detenerse y se desplazan en seguida para dejar sitio a las que, urgentemente, empujar detrás gritando fuerte. Llegan veloces, pero se van más aprisa aún. Pasan, pero no posan. Cuando lo bueno sería que cada suceso posase calmosamente ante nosotros y así pudiésemos observar bien sus facciones hasta decir: «Me gusta, no me gusta, esto es justo, me parece que esto es auténtico, estimo que aquí hay un error...» Pero no es posible. Y si nuestro juicio ante cualquier suceso tiene que ser incompleto, y como tal errado, ¿cómo vamos a distinguir entonces las voces de los ecos? (Y si alguien, durante cinco minutos, ha visto pasar veinte o treinta muchachas más o menos bonitas, ¿podrá decir de qué color eran los ojos de la tercera que pasó?)

Cualquier hecho precisa de un espacio vital y, por decirlo así, de un tiempo para la contemplación. Me pregunto si un Newton atareado, envuelto en noticias, nacido en pleno siglo veinte, hubiera sido capaz de inducir del hecho de la manzana caída sobre su frente la ley de gravitación. Pienso si la multitud de sucesos apretados e importantes de la primera página del diario o de la primera emisión del telediario le dejarían tranquilidad para irse a la sombra del árbol. Y si su cerebro estaría lo suficientemente libre para poder dedicar cinco minutos a un único suceso. No se puede erigir una categoría sirviéndose de cien anécdotas simultáneas y diferentes. Es deteniéndose en las cosas una a una cuando nos hallamos en condición de arrebatarles su secreto. Aunque las cosas sean tan elementales como una manzana madura que se desprende de la rama...

—¿Viste que chopo tan espléndido?

—Mira; agárrate bien al volante y déjate de bobadas.

Efectivamente, la velocidad nos permite ver casi todos los álamos de la carretera, por con la exigencia, casi bajo el peligro de muerte, de no mirar ninguno.

(ABC, 18 de junio de 1969)

martes, 26 de junio de 2012

VIEJAS FUENTES





Esta estampa no es de ahora. Ahora el agua está completamente socializada en la ciudad. Es un «servicio». Entre el agua del grifo —procedente de la cañería— y la de la fuente, yo encuentro esa diferencia: la del grifo es ya un agua funcional. ¿Y la de la fuente? El agua de la fuente era, todavía, una gracia...

El agua socializada presta indudables servicios a la humanidad. ¿Cómo negarlo? Está bien, muy bien, civilizar el agua. Civilizar, ¿no es evitar ocios? El agua no puede costearse siempre —por ejemplo— el lujo de llegar al fin... Desde que nos dimos cuenta los hombres de que ella es una «materia prima», nada menos, ¡cómo le hemos hecho la libertad imposible! La hidráulica, la hidroeléctrica, los regadíos... Cada vez se está poniendo más cara, para el agua, la ilusión del mar.

Y es bueno, insistamos, que el hombre haya domesticado el agua, que la haya obligado a entrar, «conducida» disciplinariamente, a sus olivares y a sus haciendas; que la haya humillado hasta introducirla, sin protesta, en el propio hogar. La civilización, a fin de cuentas, no es sino la potenciación del servicio a domicilio. Desde la municipal cañería hasta la televisión, pasando por la nevera, el progreso ha ido salvando los obstáculos de una carrera encaminada a meternos el mundo completo dentro de las cuatro paredes del cuarto de estar.

Bien; pero el hombre tiene que pagar sus necesidades y sus comodidades. No caben ventajas gratuitas para el hombre. Así, a lo largo del épico progreso de la socialización del agua, ha habido que ir renunciando, poco a poco, a la lírica de su canción. Es la soldada que el agua cobra por su servicio. O es, quizá, su venganza...

¡Las canciones del agua! Cierto que todavía canta ella, rumorosa o brava, en los arroyos y en las torrenteras; cierto es que ahila aún su música en las fuentes de la sierra, entre el perfume montaraz del tomillo, del espliego y del cantueso. Pero la ciudad, esclavizada por nosotros, es, a lo más, «agua oculta que llora», que gime en silencio. (Porque, ¿vais a llamar canción al ruido del grifo abierto del lavabo?)

En los pueblos se van suprimiendo las fuentes: esos monumentos, chicos o grandes, que se levantaban al agua cuando ella tenía su prestigio, cuando ofrecía su caño libre como una dádiva; como una gracia , y no como un deber. ¿Recordáis? El pueblo se adensaba alrededor de la torre de la iglesia y, luego, casi en igualdad jerárquica, afirmaban su pujanza las demás instituciones: el Ayuntamiento, la escuela, la casa solariega, la fuente... Porque era eso la fuente: una institución. Ella, entre un realce casi litúrgico a veces de piedras labradas y gárgolas prosopopéyicas, regalaba muchas cosas además del agua. O, con el agua, regalaba muchas cosas. La poesía, siempre vagabunda, iba por las calles del pueblo en busca de sus temas y, de pronto, se acogía al patronazgo de la fuente. Musitaba el agua en la fuente su canción y, en seguida, su música imantaba la frágil risa de las mozas. Y los poemarios y los romanceros pedían metáforas prestadas a la fuente...

Desaparecen, sí, las viejas fuentes de los pueblos. Siempre la Civilización: un poco más de utilidad a cambio de otro poco menos de belleza. No hay derecho a quejarse. Porque el hombre está siempre abocado a preferir: es un animal que elige. Y elegir, ¿no es eliminar? La Civilización, en última instancia, resulta también, hasta cierto punto, un ejercicio ascético. Paradoja...

(ABC, 28 de junio de 1959)

(Fotografía: ARCHIVO PEDRO M. HERRADOR MARÍN)

domingo, 24 de junio de 2012

ESTUDIAR EL MOMENTO





En Ibiza —leo— se ha celebrado, o se está celebrando la II Semana de la Moda Adlib. La palabra adlib, aquí, es una abreviatura de ad libitum. A voluntad. Un latinismo, pues, aggiornado por los modistas. Un capricho, ahora que el latín se ha convertido casi en una lengua mendicante. Ya estaba bien lo de llamarle lengua muerta. Ahora, quizás, es peor.

Bien; la moda ad libitum significa y proclama el Viste como quieras. ¿Una rebelión de la moda contra la moda? Si siempre la moda dio reglas y normas, aunque efímeras, aunque de temporada, ahora es otra cosa. La moda es que no hay moda. Pasa igual con los modos en la convivencia. ¿Buenos modos? ¿Malos modos? El modo es que no hay modo. Ni modales, que eran patrones más o menos usados para la elemental corrección.

Pero no vayamos a ponernos nostálgicos de la urbanidad, a estas alturas. ¿Se acuerdan ustedes, compañeros de escuela de los años veinte, de la urbanidad que se enseñaba los sábados por la tarde? La Urbanidad era un libro pequeñito en cuya pasta había una estampa en tricromía que representaba un anciano ante quien, respetuosamente, se inclinaba su nieto besándole la mano. En la Urbanidad se decían muchas cosas. Por ejemplo, había que ceder la derecha en la acera a las personas mayores, había que ayudar a pasar la calzada a los señores con bastón; había que prevenir el momento de la tos sacando el pañuelo del bolsillo y llevándolo a la boca; había que...

Pero ¡vaya usted ahora a las escuelas con manuales de Urbanidad! Acabo de ver en el periódico que, en Londres, miles de alumnos de bachillerato escolar se han declarado maoístas y exigen ciertas «reivindicaciones revolucionarias». ¡Toma del frasco! Dígales Vd. a esos escolares como tienen que sonarse, cómo tienen que saludar, cómo tienen que sonreír, cómo tienen que agarrar el tenedor y cómo han de comportarse en presencia del amigo de su abuelito.

¿Viste como quieras? ¡Vive como quieras! Es la moda. Pero ¿se sabe ya lo que es vivir? ¿Se enseña? ¿Se enseña a vivir? ¡Risa tenemos! Cualquiera de esos niños londineneses contestatarios puede replicar: «Pero ¿se enseña lo que es la vida? ¿La vida es una teoría? ¿Tiene una trascendencia?». No, no habría que extrañarse de esta objeción sabihonda en labios de un niño de trece o catorce años, sobre todo si está «manipulado». ¿No existe una pedagogía de manipulación? Se toma a los niños por la punta, es decir, por el extremo, por el «asa» más accesible y se le inculcan unas cuantas consignas. Y ya el niño dispone de un prontuario, de un catecismo para defenderse a base de comprimidos de «filosofía moderna» (?) contra las personas mayores. En la información sobre lo de los escolares maoístas de Londres, se añade que están manejados por un maestro de 27 años, Mr. Hund, «especialista en la interpretación del Libro Rojo».

Todo esto puede tomarse en broma o en serio, según el humor del momento. San Francisco de Sales, hace siglos, dijo aquello de «Ama y haz lo que quieras». Antes, lo había dicho también San Agustín. Todos los adlib de ahora pueden argüir tales precedentes. Pero San Agustín empezaba por el «ama» y estos empiezan por el «haz lo que quieras». Si se ama, ya lo que se quiere está bien. Pero si se hace exclusivamente lo que se quiere, si por ahí se empieza, ¿qué es lo que se ama?

Esto es replicar en serio. Quizá la policía de Londres ha disuelto a los escolares manifestantes repartiéndoles caramelos. Cualquiera sabe. La pedagogía está en un momento de confusión La pedagogía, la moda, los modos, los usos, las costumbres… Hay una salida a este barullo. La de decir: Aquí no ha pasado nada. Todo lo del momento histórico actual es juego. Incluido el Vietnam a pesar de sus muertos. Hay otra salida; la de pensar que todo es trágico y que caminamos hacia un abismo. Todo es trágico, sintomático de catástrofe, incluida no ya la moda ad lib sino el adlib de los escolares londinenses maoístas. Y, ¿cómo atinaremos? ¿Atinaremos vaticinando la catástrofe o prorrumpiendo en la carcajada? Quizás, mitad y mitad. No hay que fiarse de nada. Ni de nuestras reacciones espontáneas. El mundo se ha puesto muy curioso. Hay que estudiarlo. Estudiarlo de veras.

(JAÉN, 10 de junio de 1972)

jueves, 21 de junio de 2012

TEMARIO FRÍVOLO DE VERANO


 


LA NOCHE DESCOTADA.

Toda la Primavera el día comiéndole minutos a la noche hasta que hemos parado en esto: en el verano. El 21 de Junio bate el récord en la exploración de la noche: pone huellas de luz bastante cerquita de esa especie de polo nocturno que se llama «las doce». Cierto que, por aquí, en nuestras latitudes el verano no es tan osado... No es tan osado porque apenas alza unas horas, por encima de lo normal, el negro, y público manto de la oscuridad. Con luz diurna, se le ven a la noche, nada más, las nueve o las diez... Pero váyanse a Noruega por ejemplo. Allí el verano es más libertino. Allí la noche tiene un descote que llega, por un lado, a esa pudicia de las dos de la madrugada; por otro lado, a esa otra pudicia de las once de la noche. Allí el día baña de luz de sol tantas horas de su cuerpo, que parece que está en maillot... Claro que precisamente allí —justa compensación— al llegar el invierno, el día se tapa demasiado; tiene una noche tan larga, tan larga, como los vestidos de nuestras tatarabuelas; que no deja al descubierto nada más que dos horitas desnudas...

En fin, el 21 de Junio la noche ha lucido su máximo descote luminoso. Hemos aprovechado la ocasión para nuestras acotaciones.

PLAYA, MONTE, HAMACA, PARQUE.

No es que en el invierno no haya playas; pero, por lo menos, se habla mucho más de ellas en el verano. El verano hace florecer de humanidad las playas. Y ya se sabe que la playa es lo más tonto del mar: una olita pequeña, otra algo mayor, otra menos... otra, otra. Y todas, para nada. El mar se ha puesto tan domesticado en la playa que da asco... Cualquiera iba a decir que él, que así se humilla en la arena, se ha tragado barcos enteros con el trinquete mayor y todo. El mar juego con los niños al borde de la playa, aguantando sus impertinencias como un perro.

Pero también se habla de la sierra, del monte, cuando llega el verano. Sin duda porque el verano ha colonizado la sierra de casitas de placer... La gente rica se acoge al monte, cuando llega la dictadura de la canícula, como a una embajada.

—No le molestó para nada el calor: se refugió en la Legación de Gredos...—dirá alguien, cuando esté ya derrotado el verano del Marqués de Valdecerrojillo...

De todas formas, en el monte o en la playa, estará la hamaca. Es un invento indio, según dicen. La hamaca es el mejor sitio para dormirse cuando uno no lo intenta. Pero un lugar donde nadie puede dormir su sueño preceptivo y oficial, ese de la cama... Por eso, probablemente, nos gusta tanto el sueño de la hamaca: es clandestino.

Ni playa ni monte, el parque, en medio de la ciudad, ofrece su umbrosidad al transeúnte. ¡Pobre parque! Tan bonito, con el dinero que costó hacerlo, con las flores exóticas tan importantes que luce y... nadie le hace caso. Es ya un poco doloroso que los lugares más bellos de la ciudad tengan siempre, como única concurrencia, la visita de los soldados de la Guarnición y de las niñeras clásicas. Si el parque pudiera hablar diría esto:

—Cuando yo no era, la ciudad entera me amaba y suspiraba por mí. Antes de yo ser, siete alcaldes sucumbieron en la ciudad por mi culpa: por no acelerar mi ejecución.

Al fin, fui. Hubo discursos, verbena y charanga. Duró dos semanas mi luna de miel con la ciudad... Ahora soy, nada más, una especie de esposa repudiada... Cada quince días, el Ayuntamiento me manda el obsequio de un concierto de la Banda Municipal, para intentar contentarme. Lo mismo, exactamente igual, que hace el esposo infiel con la esposa ofendida cuando por ahí de devaneos... La ciudad —repito— me amó hasta derribar a siete alcaldes que remitieron mi ejecución; ahora soy nada más que aburrimiento, aburrimiento, vertedero de nostalgias. Nadie me quiere. Como doy mis encantos gratis, me dejan por esa terraza cursi con piscina de... a cinco duros la entrada.

VACACIÓN.

La vacación es la cuartilla en blanco que cada año nos presenta el verano para que en ella escribamos nuestro autógrafo. Porque ya se sabe que todos los demás meses del año nos están presentando cuartillas y más cuartillas, pero para que en ellas escribamos artificiosamente al dictado. Cada trabajo, siempre igual a sí mismo, es un jefe de oficina que nos quita espontaneidad imponiéndonos una labor determinada. Menos mal que el mes de vacaciones nos deja libres, para que en la cuartilla divaguemos a nuestro gusto.

Lo malo es que los autógrafos de vacación se parecen lamentablemente los unos a los otros. No hay autógrafos originales.

¿De verdad, de verdad es cierto eso de la libertad? Es muy sospechoso porque precisamente es en los momentos de libertad cuando todos los hombres se dedican a lo mismo. Dos hombres que trabajan, pueden diferenciarse extraordinariamente. Dos hombres que se divierten, son siempre iguales.

CERVEZA, HELADO, GASEOSA, SELTZ.

Cuando hay sed, la cerveza la apaga. Cuando no hay sed, la cerveza la inventa. La cerveza es algo así como el fútbol de las bebidas: no hay paladar que no la practique en todas las longitudes y latitudes...

Pero el helado tiene ya demasiado bien aprendida la profesión de helado. Confluyen en él muchos virtuosismos: el del hielo, el del azúcar, el de la fruta, el del huevo... Es un producto de repostería decadente. Demasiado barroca para agradar al paladar sincero...

Y queda la gaseosa con sus botellas de uniforme... Se detuvo hace tiempo en bebida modesta. Todas las bebidas han quintuplicado su precio cuando ella apenas se ha atrevido a «subir» unos céntimos... Sufre deportaciones en masa a las cantinas de las estaciones de ferrocarril para consuelo de viajeros sedientos.

Por fin está el seltz, una bebida muy barata, pero con pujos sociales, con mucha prosopopeya. Por eso de que acompaña al Ginebra de vez en cuando, y porque otras bebidas caras le honran con su amistad, se cree que es algo... Muchas aspiraciones tiene el «seltz». Se molesta mucho cuando lo asociamos con el simple vino tinto...

VERBENA, FERIA, TOROS.

La noche de verano enciende verbenas no se sabe si para embobar todavía más a la Luna absorta y, desde luego, para sustraer clientes a las estrellas... La verbena es un barco de luz, con pasajeras bonitas a bordo, que surca el océano de la madrugada misteriosa. Todos los gordotes delfines filosóficos surgen de las aguas abismales, con envidia, para ver pasar la verbena... Cuando ya se divisa el día, entre las brumas de oriente, alguien en la verbena grita: ¡Tierra, tierra! Y los pasajeros desembarcan sin novedad a bordo de las barcazas del alba.

La feria es el ansia festiva de las gentes de la ciudad cristalizada en el sistema... regular. La feria suele ser un exaedro cuyas caras son: toros, fuegos artificiales, fútbol, concierto musical, muchachas vestidas de gitana y egidos poblados de ganado.

La fiesta de toros es la rabia condensada, suprema, del verano. En los toros, el sol se venga de todas las siestas átonas dormidas en la penumbra. Lanza el sol, bronca, pasión, discordia y muerte sobre el graderío poblado de gentes que, antes, han querido sumirse en la paz de la siesta. Pero el último matador, al descabellar el último morlaco, estoquea también, definitivamente, la ira del sol espumeante... Y las gentes abandonan el ruedo sudorosas, ebrias y despeinadas de la lucha...

ANSELMO DE ESPONERA

(VBEDA, Año 3, Núm. 30, junio de 1952)

lunes, 18 de junio de 2012

CONFUSIÓN Y DIÁLOGO





La confusión es peor que la ignorancia. «Yo ya no sé qué es lo que debo creer», exclamaba la triste Ofelia. Cuando los signos de la contradicción forman su garabato e la conciencia y obstaculizan toda discriminación, las quietas aguas del lago en la noche trocan su poético encanto, en... tentación, tentación de suicidio. Suicido al menos de la voluntad. Si no se sabe lo que se debe creer, si el dibujo perenne de las convicciones se borra y la frontera entre lo blanco y lo negro se suprime alegremente —esto es, trágicamente—, la dimisión —dimisión de hombre razonador— debiera admitirse.

Es el peligro de los relativismos. Cualquier relativismo se nutre de reflejos. La danza de los reflejos, por supuesto, es maravillosa. «La Luna en el mar riela». Rielan mil lunas en las aguas. Pero, ¿acaso la Luna, realmente, puede multiplicarse, a capricho, por la unidad seguida de ceros? También son bonitos los juegos de la luz del sofisma. Porque el sofisma es reflejo de la Verdad en el lago. En el sofisma la razón riela... (Yo no quería escribir sofisma, que es palabra vieja, con rancio olor que apesta a «filosofía perenne», esa que ya no se lleva, como no se lleva el corsé. No quería escribir sofisma, pero...)

—Vamos a ver. Vd. dice que a lo blanco es blanco y que lo negro es negro, ¿no es eso? Entonces Vd. no se presta al «diálogo».

—No, no. Precisamente porque lo blanco es blanco y lo negro es negro, la conversación es posible. Conversación es casi todo lo contrario que conversión. Si uno habla es porque se siente distinto. No es que lo blanco deba suprimir a lo negro. Ahora bien, ante todo, lo blanco no puede suprimirse a sí mismo. La tolerancia bien ordenada comienza por uno mismo, ¿no cree? Yo tengo que reconocerme y afirmarme, como supuesto... previo para reconocer a los demás.

—Si no se explica mejor...

—Mire. Yo soy yo y mis creencias, es decir, mis convicciones. Que Vd. tenga las suyas no es razón para que nos lancemos los trastos a la cabeza. Pero ¡cuidado! El afán de comprendernos mutuamente, no debe conducirnos al «snobismo» de confundirnos. Sería volver al caos. La verdad en la que yo creo no riela... ¿Me comprende? Vamos a suprimir la guerra caliente y la guerra fría. Será estupendo. Pero la oposición entre lo blanco y lo negro es imposible de abolir.

—El compromiso, la transacción, ¿le parecen mal... negocio?

—Sí, un mal negocio. ¿Frío? ¿Caliente? ¿Tibio? La temperatura del vómito es siempre tibia. Recuerde la Escritura... Por lo demás, yo tengo derecho a esperar de todos los hombres como hombres. Pero no tengo derecho a esperar del contrario como contrario.

La confusión es peor que la ignorancia. Ciertamente la Historia ha ido negociando, a lo largo de los siglos, compromisos, transacciones y paños calientes. No han servido nunca. No han durado nunca. El mundo vuelve a empezar después de cada compromiso frustrado. Vuelve a nacer con llagas nuevas. «No vine a traer la paz sino la guerra», dijo el Cristo. ¿No mandó Cristo «amar a los enemigos» y compelió a Pedro a que devolviera la espada a la vaina? Pero toda su vida terrena fue el testimonio de la Luz contra el poder de las tinieblas. El trajo la guerra contra el Mal. Cierto que al Mal no se le combate con la espada. Pero hay que combatirle, no puede ignorarse su existencia.

Por lo demás, el diálogo no es sino un combate dialéctico.

Dos equipos de fútbol contienden en el «stadium». Tanto mejor contienden cuanto afirmar más enérgicamente sus colores. Pero si los jugadores de uno de los equipos se dedicasen a ceder amablemente los balones a los jugadores contrarios... ¿qué memez podría comparársele? Dialogar no es claudicar.

(VBEDA, Año 17, Núm. 140, 30 de junio de 1966)

viernes, 15 de junio de 2012

PARÁBOLA DE SAN CRISTOBALÓN Y LA LECHUZA






(La ciudad de Baeza va a rendir homenaje a Antonio Machado)


Suceso mínimo de la tarde doliente: «Por un ventanal / entro la lechuza / en la catedral». ¡Cómo llueve en los campos de Baeza! Es el invierno de 1913... Cuando el profesor de lenguas vivas del Instituto tome asiento esta noche en la tertulia del fondo de la botica, los labradores allí presentes estarán frotándose las manos de puro gusto: «¡Y van / las habas que es un primor...». Se platicará en el casinillo de lo lindo al calor de los braseros. Se hablará de política, por supuesto: «Yo no sé / don José / cómo son los liberales / tan perros, tan inmorales». «Oh, tranquilícese usté, / pasados los carnavales / vendrán los conservadores, / buenos administradores / de su casa. / Todo llega y todo pasa...».

Concurrirá de seguro el profesor a la tertulia de rebotica cuando anochezca. ¿Hastío de la vida provinciana¿ («Tic-tic, tic, tic... Ya pasó / un día como otro día, / dice la monotonía / del reló.») No faltará al pequeño «cónclave», pero el caso es que, ahora, al empezar la tarde, ha penetrado en la catedral. ¡Santo Dios! Ha entrado en la iglesia Antonio Machado. ¿A qué? De seguro, tras los visillos, algún alma ingenua se escandaliza. Tiene el pobre una fama... («En Santo Domingo, / la misa mayor. / Aunque me decían / hereje y masón, / rezando contigo, / ¡cuánta devoción!»)

El poeta en la catedral. La fe del profesor de lenguas vivas de Baeza es una fe sin perfil, desflecada, vaporosa, rota, porque —él lo ha dicho— «se le perdió Dios entre la niebla». En el silencio umbroso del templo, sin embargo, le duelen al poeta sus más íntimas, sus más recatadas heridas. Porque de su devoción queda, al menos, la cicatriz. Como tantos de su generación, don Antonio conserva el cuenco de la creencia, aunque la fe se le haya ido evaporando. En ese vacío, en esa ruina, hay musgo de melancolía; en ese hueco gime la nostalgia de Dios. ¿No padece él una fatiga intelectual? Cansancio de sus libros. («Sobre mi mesa / Los datos de la conciencia inmediatos».) ¿No le acosa, a veces, la visión inquietante, el tema ineludible? («Soñé a Dios como una fragua / de fuego, que ablanda el hierro...»)

Antonio Machado piensa, piensa, piensa o sueña, cuando... «por un ventanal, / entró la lechuza / en la catedral».

__________________

Para beber del velón de aceite de Santa María, entró la lechuza en el solitario recinto. Pero San Cristobalón, efigiado en uno de los cuadros de las altas naves, «la quiso espantar». Y «la Virgen habló: Déjala que beba, San Cristobalón».

La religiosidad es una brisa para la fronda secreta. Aun cuando la fe se haya trocado en «olmo seco», la sugestión de Dios vuelve. Y, a veces, agita avasallante, ineluctable. El poeta lo siente. De todos los rincones de la catedral llega, ahora, la «revancha» de Dios. Desde los retablos patéticos en que se yergue el ímpetu penitencial de los ascetas —crucifijo y sayal— y el escorzo ingrávido de los ángeles. Desde las capillas ancladas en quietudes infinitas en que bisbisean sus oraciones las enlutadas viejas anónimas. Desde el órgano que, en la hora vespertina, modula tremente su lamento de león herido... Y, ¿qué hará él, el poeta? ¿Rezará? ¡Ay, que a él, el rezo le parece peso muerto, embalsamado, de una espiritualidad que se pudrió entre la cera y las rosas! ¡Qué va a hacer él, Señor! ¿Elevará su canto como el órgano en efusión de homenaje? Dolor. No sabe, no puede, no acierta, porque el verdadero Dios concreto, perfilado, personal, se le escamoteó entre la bruma, y sólo le queda el Dios evanescente, ilusorio; la divinidad desteñida en vacuas inmanencias: «El Dios que todos llevamos, / el Dios que todos hacemos, / el Dios que todos buscamos / y que nunca encontraremos».

No obstante, ¡qué bien se está allí! La brisa divina sigue agitando su fronda y su otoño. ¿Por qué San Cristobalón, celoso, lo quiere espantar a él, Antonio Machado, desde su cuadro vetusto? Casi sacrílego —escéptica lechuza— entró atraído por el velón de aceite de Santa María. Alma solitaria, quiso abrevar suavidad para su invierno, quiso lustrarse en el óleo de la lámpara oferente. Irreverencia. Pero..., ¿no ves, San Cristobalón, cómo se tornasola el alma del profesor de lenguas vivas? Zozobra, dulzura, dubitación, melancolía, esperanza. ¡Esperanza! («Hoy es siempre todavía».) ¿No adviertes, gigante, niño grande, que este hombre —niño perdido— busca errátil, vagabundo de altos poemas sin rumbo, pastor de tristezas, apacentador de bellezas sin Estrella? ¿No sospechas que él, sin darse cuenta quizá, también busca el Camino? No te escandalices, gigante, niño... ¿Oíste? ¡La Virgen habló!: «Déjale que beba, San Cristobalón».

«Sobre el olivar / se vio a la lechuza / volar y volar. / A Santa María / un ramito verde / volando traía.»

Alta noche. Llueve en Baeza. La melopea de las altas canales bate el empedrado de las calles angostas. Ya en el lecho, el labrador de la tertulia de la rebotica se soliviará gozoso: «Cierto; para marzo, en flor. / Pero la escarcha, los hielos...». Mientras, el poeta habrá vuelto a encararse con sus libros («Este Bergson es un tuno: / ¿verdad, maestro Unamuno?...») Es difícil saber cómo anda de fe, de religiosidad, el labrador de la tertulia. La de él, la de Antonio Machado, es precaria. Sólo que esta tarde fue a abrevar silencios en la catedral, y...

Al olmo viejo, hendido por el rayo
y en su mitad podrido,
con las lluvias de abril y el sol de mayo,
algunas hojas verdes le han salido.
(Antonio Machado, hermano bueno, hermano mayor, hermano triste, ¡cómo nos acaricia el deseo de tu poema —no escrito— al Dios que muestra su Presencia y su Figura más allá... y más acá de tu niebla, de la niebla!)

Algunas hojas verdes le han salido. Por eso se vio volar a la lechuza sobre el olivar: «A Santa María / un ramito verde / volando traía».

(ABC, 16 de junio de 1965)

miércoles, 13 de junio de 2012

DEL ESTUDIANTE AL ESTUDIOSO





El estudio es una escucha y una lucha” (Jaspers)

Se dice —lo decimos quizá todos— que los estudiantes ahora, estudian poco o que no saben estudiar. Puede ser un error de óptica. Creo que siempre se dijo lo mismo. Además, en la actualidad el mundo está tan diversificado que nunca como hoy es tan peligrosa una generalización. La verdad es que en el presente hay estudiantes que, en cantidad y calidad, estudian como nunca se estudió. Aciertan a aprovechar las circunstancias, las técnicas, los medios que ahora facilitan la dedicación cultural. Como contrapeso, otros estudiantes aprovechan —al contrario— las circunstancias propicias al vagabundeo, al vivir del cuento, al gamberreo o a la simple frivolidad que en nuestro tiempo también, probablemente, como nunca abundan. Es así. Abunda ahora lo nocivo, lo destructivo, lo disolvente. En todo igualmente prolifera lo sano, lo constructivo, lo edificante. Esta época es caldo de cultivo para lo óptimo y para lo pésimo. De ahí lo dramático, en cada caso, para las opciones, ya que, de otra parte, el bien y el mal nunca han aparecido tan interferidos y enmarañados. Se elige un hilo, y no se sabe casi nunca a que ovillo conduce. Se necesita mucho tiempo. Mucho discernimiento. Y ¿quién discierne? Nunca como en nuestros días, son tan necesarios los buenos educadores, para esa ayuda, para ese cometido preciso e insustituible (no encomendado, por supuesto, a una computadora) de orientar, de estimular afanes, de saber distinguir lo que es luz y lo que es oscuridad; entre lo que tiene figura reconocible de racionalidad y lo que es simplemente borrón amorfo para la conducta y para la conciencia.

Repito que no me parece cierto lo de que ahora se estudia poco. Según lo miremos. Depende del estudiante, de la persona con quien nos tropecemos. Y en lo de no saber estudiar, ¿qué es no saber estudiar?

A uno le parece más bien cuestión de gusto o disgusto por el estudio. Aciertan los que hablan o escriben de la necesidad de enseñar a estudiar. Aciertan en la buena intención. Pero parece que es primordial conocer de antemano la madera. Hay alumnos a quienes estorba lo negro, como se suele decir. Y contra esto, la lucha se presenta en todo caso muy difícil. Otras veces se trata sencillamente que no se cuida de fomentar una afición oculta. Ahí está una de las principales discriminaciones para el pedagogo, ya que puesto que no todo el mundo gusta del estudio, del afán investigador, de la creatividad, —incluso entre personas inteligentes— ha de tener muy en cuenta el principio de la selectividad. Tampoco hay que considerar inteligente únicamente al intelectual o al artista. Para la inteligencia hay muchas direcciones. Es erróneo el creer que el buen coeficiente mental es causa determinante para hacer del alumno un filósofo, un químico, un historiador. Más importante quizá es saber si al alumno le gusta la filosofía, la química o la historia. Creo que, si es así, aprenderá entonces a estudiar la filosofía, la química o la historia, aunque no cabe duda que un mínimo de buenas aptitudes debe acompañar a la actitud. Los pedagogos hablan y no paran, de aptitud y de actitud. Quizás, si bien se analiza, aptitud y actitud se enlazan por la base.

No hay reglas para estudiar bien; importa la voluntad y gusto para hacerlo. Sin embargo, es fundamental para el estudiante, el darse cuenta de que encararse con un libro —sobre todo si es de ciencia o de pensamiento— entraña una lucha. Escribe Jaspers: «En el interior de quien estudia tiene lugar como una escucha que prestamos a lo que el autor nos dice; pero escucha que engendra , de una u otra forma, una lucha».

Escucha y lucha. Quien verdaderamente estudia no puede limitarse a la tarea perceptiva. No basta con enterarse de los textos. Quien estudia, si quiere hacerlo con fruto, no ha de limitarse a objetivizar o mineralizar el mundo que se le ofrece. El mundo no es una cosa. Es más bien —hasta cierto punto— una masa que nuestras manos pueden herir, modificar, modular. No se trata de que el estudiante luche precisamente en rebeldía contra lo que escucha. Se trata más bien de que su escucha se complete con una actividad que añada o que actualice. Y por supuesto, esta lucha en el estudio requiere una especial vocación. Por lo general se suele preferir derivar más bien hacia otras luchas, más fáciles, más lucrativas o más exitosas. Por eso, la lucha del auténtico estudioso, requiere un talante de ascesis, de renuncia.

Primero, se es estudiante; y cualquiera puede ser estudiante. Luego, se llega o no se llega a estudioso. La diferencia está en que mientras para éste la obligación se identifica casi con la devoción al saber o a la ciencia, para el simplemente estudiante, la lucha con el libro implica una hostilidad. Para uno, escucha y lucha forman un cuerpo, una unidad. Sabe organizar los conocimientos. Para el otro supone nada más ingerirlos; y si no se asimilan, si no se metabolizan, si no se transforma en estudioso, el estudiante, antes o después... vomita.

(JAÉN, 1 de junio de 1970)

lunes, 11 de junio de 2012

EL DESCENSO DE NUESTRA SEÑORA A LA CIUDAD DE JAÉN





¿Ensayamos otra vez el «escapismo»? Con más modestia, nos limitamos a la probatura de una pequeña fuga periodística. Una más... Estamos en el año del Señor de 1430. Trompas épicas, redobles de gesta: ¡La Reconquista! Es aún empresa la Reconquista; todavía no es logro. Reina en España don Juan II. La perspectiva histórica de Castilla, ¿no permanece nublada? Once años han de transcurrir hasta que nazca Isabel. Y, sin embargo, Granada no es ya una lejanía... En las tierras fronterizas de Jaén el fuego renovado de mil combates va quemando los campos, va rociando las almas. La triunfal correría de don Álvaro de Luna, desde Córdoba, por la vega granadina, es el revulsivo de un enardecimiento sutil. La batalla de la Higueruela, o de Sierra Elvira —premisa mayor, quizá para el silogismo en bárbara de la victoria— va a ser realidad un año más tarde: constituirá «el hecho de armas más notable de este reinado». «Relámpago de gloria —comentó Menéndez Pelayo— que atraviesa las tinieblas y hace reverdecer las marchitas esperanzas de próxima y total extinción de la morisma.»

La circunstancia bélica hace de Jaén una ciudad desventurada, expuesta al vaivén devastador de la lucha; ciudad a la intemperie, inerme bajo el gigánteo alarde geológico de Jabalcuz, en la encrucijada misma de la aventura generosa. Empero, de este tiempo data, probablemente la mejor ejecutoria de Jaén, cuyo diócesis gobierna, a la sazón, el bueno obispo don Gonzalo de Stúñiga. Se trata de un suceso en verdad sorprendente, que inunda de religioso pasmo las ardidas almas de las gentes del «Santo Reino», arrebatado dos siglos ha al Islam por las huestes del Rey Fernando III. Un viejo pergamino lo relata en apretada prosa, que pugna inútilmente por envararse del empaque notarial. Inútilmente, porque la índole de los hechos a que alude escapa al influjo del almidón curialesco. Porque se refiere, nada menos, que al «Descenso de Nuestra Señora» a la ciudad.

________________

Cuatro son los testigos del prodigioso acontecimiento, cuyas declaraciones ante el bachiller en Decretos, provisor oficial y vicario general del Obispado de Jaén, don Juan Rodríguez de Villalpando, recoge la información testifical, que lleva la fecha de 13 de junio de 1430; documento éste de estricta autenticidad, según certificado emitido recientemente por el «Archivo Histórico Nacional». He aquí los nombres de los testigos: Pedro, hijo de Iuan Sánchez; Iuan, hijo de Usanda Gómez; Iuana Fernández, mujer de Aparicio Sánchez, y María Sánchez, mujer de Pero Hernández.

Curiosísimas, maravillosas, las manifestaciones de los testigos. Todos cuatro coinciden aproximadamente en la exposición en el relato. A medianoche del 11 de junio de este año de 1430, «como cuando el relox da doze horas», discurre de cara a la iglesia de San Ildefonso , de la capital del Santo Reino —ellos presencian el suceso de las ventanas o portillos de sus humildes viviendas—, una procesión extraña. Siete personas «que parescían omes» portan sendas cruces, una en pos de otra, vestidas de blanco «y las vestiduras cumplidas hasta los pies»; detrás, otras veinte, también de blanco, que aparentaban «que yvan rezando». Seguidamente, «una dueña más alta que las otras personas, vestida de ropas blancas, llevaba una falda tan grande como de dos brazadas y media o tres, y ella yva por sí en la procesión atrás y que no yva acerca de ella otra persona...; que salía de su cara tanto resplandor que alumbraba tanto o más que el sol, que por el resplandor parescían todas las casas de alrededor y aún las texas de los texados se determinaban así como si fuera mediodía y el sol bien resplandeciente». Cerrando el cortejo tras la «dueña», unas trescientas personas entre hombres y mujeres, y, al final, «cien omes armados todos en blanco y que sonavan las armas».

Las declaraciones concuerdan asimismo al afirmar que el cortejo se detiene en la iglesia de San Ildefonso. «En las espaldas de afuera de dicha capilla —dice Pedro, hijo de Iuan Sánchez— viera aparejado un grande altar tan alto como una lanza y que relumbraba mucho, y mucho honrrado y compuesto el dicho altar». «Vido —continúa— que cantavan a alta voz hasta veinte personas... y que las voces parescían flacas como suelen tener los enfermos desque se levantan de la dolencia... y que llegando la gente al altozano cerca de la dicha capilla, que se asentó la dicha dueña y toda la otra gente... y que vido a la dueña sentada como en ropa que resplandecía como figura de plata.» María Sánchez, mujer de Pero Hernández, no vacila en identificar a la «dueña», que llevaba en los brazos un niño «como de cuatro meses y bien criadillo». Declara «que en viendo la dicha dueña y el dicho resplandor que uvo pavor súbitamente; y que luego uvo en ella reconocimiento que era la Virgen sancta María, y que le vido a la dicha dueña una diadema puesta en la cabeza, según está figurado en el altar de la dicha iglesia, y que este conocimiento uvo por lo que dicho ha y porque era mucho semejable a la imagen de nra. Señora que está figurada en el dicho altar», aludiendo a la de la Virgen de la Capilla, Patrona de Jaén, que ya por aquel entonces se venera en la imagen de San Ildefonso.

Este es el prodigio que recogen, casi sin excepción, las crónicas y romanceros de la época; al que presta singular atención Argote de Molina en Nobleza de Andalucía, en su capítulo CCXIII; que figura en la Relación de Cosas Insignes, de Salcedo de Aguirre, impresa en Baeza en 1614; en el Sumario de Proezas, de Juan de Arquellada; en la Historia de la ciudad de Jaén, de Jiménez Patón (1628); en la Historia Eclesiástica, de Rus Puerta (1646); en el Teatro Eclesiástico, de Gil González Dávila (1645); en los Anales Eclesiásticos, de Ximena Jurado (1654), y en otros testimonios. Prodigio que si bien fue impugnado por el ilustre deán de Jaén Martínez de Mazas, en su Memorial, escrito en 1771, ha encontrado en todos los tiempos el asenso de la creencia piadosa, tanto en los eruditos como entre el pueblo. Si, como es lógico, la autoridad eclesiástica no pronunció nunca su veredicto acerca del Descenso de Nuestra Señora a la ciudad de Jaén, consta en Bulas y Breves Pontificios el breve dispensado por los Papas a los fieles devotos de la imagen que se venera bajo la advocación de la Capilla, y que asume el fervor inspirado por el sorprendente suceso.

Bajo el pontificado diocesano del obispo fray Benito Marín (1750-1770) se construyó el retablo del altar del Descenso, magnífica obra de estilo barroco, que se atribuyó a Luisa «la Roldana». En 1930, coincidiendo con el V centenario del Descenso, el primado de España, eminentísimo cardenal don Pedro Segura, coronó canónicamente a la Virgen de la Capilla, siendo obispo de Jaén el doctor don Manuel Basulto Jiménez. Y el 11 de junio de 1944, con el doctor García y García de Castro, hoy arzobispo metropolitano de Granada, al frente de la diócesis de Jaén, se celebró el I Año Jubilar.

________________

Cuenta el licenciado Antonio Becerra en el Memorial del Descenso, cuyo testimonio transcribe Vicente Montuno Morente, en su excelente y exhaustiva monografía Nuestra Señora de la Capilla, que el Rey don Felipe II envió, a lo largo y ancho de sus reinos, personas doctas que investigasen la historia de los santuarios e imágenes de España para enriquecer con la documentación aportada la biblioteca de El Escorial. Cuando el monje jerónimo que visitó Jaén a tal efecto informó luego al Rey de la tradición jiennense, quedó el monarca maravillado y dijo que «en la materia ninguno llegaba a ser como el milagro de Jaén que entre los grandes es el mayor».

Merecía la pena destacar todo esto. Jaén, que, según otra tradición, que se remonta a los tiempos de San Eufrasio, obispo de Iliturgi, venera en la reliquia del «Santo Rostro», que se conserva en la catedral, parte del paño de la Verónica, con la efigie del Señor, cuenta en abono de su piedad con la «Información Testifical del Descenso de Nuestra Señora». A favor de otros documentos, ni más ni menos falibles que le que nos ocupa, prodigios de igual género han alcanzado constante resonancia y aun ha repercutido su fama allende nuestras fronteras... ¿Por qué el «Descenso de Nuestra Señora» a Jaén es tan poco conocido?

(ABC, 6 de junio de 1959)

viernes, 8 de junio de 2012

ANTE LA CELEBRACIÓN DEL DIA DEL CORPUS CHRISTI





No hay pruebas evidentes de que el hombre se comporte espontáneamente como un «animal social». Por lo visto, esto es más que un hecho una aspiración. Toynbee era de opinión de que si el hombre «en tanto que técnico es un genio, como ser social es un zopenco», y por eso exhortaba: «Comencemos a tomarnos las relaciones humanas tan en serio como nos tomamos los automóviles, los sacacorchos y los aviones». Las creaciones de la civilización y de la técnica obligan cada vez más al hombre a la vida social que, en primer lugar, demanda una ayuda mutua. Pero es, precisamente, para lo que estamos escasamente preparados. Nuestras competencias en los campos científico, intelectual, artístico, manual, son inagotables. Sin embargo, nos mostramos incompetentes en el plano de la comunicación de bienes y de la convivencia armónica y fértil. La lucha y la agresividad son más naturales, en la historia, que la paz, siempre provisional y relativa. Egoísmos y personalismos forjan la trama del acontecer diario. ¡Qué pesimismo —me dirán ustedes— entraña pensar así! Pero ¿no vivimos así, en un contexto así?. Sin duda, como argüía Unamuno, por falta de imaginación. El, al egoísmo, le llamaba falta de imaginación. Nada más por eso se explicaba que «una molestia propia nos duela más que el espectáculo de un terrible dolor ajeno...».

Como «necesitamos» de una lograda armonía social y como, en el fondo, nos mostramos reacios a la misma, los socialismos son la ortopedia que la civilización ha inventado para remediar desde afuera, y de manera impuesta, nuestro individualismo. Nuestros personalismos nos hacen deficitarios y torpes para la construcción del «bien común» que todos predicamos y que nunca llega. No obstante las soluciones ortopédicas no pueden ser del todo soluciones y, además, aparecen corno remedios que inquietan, a menudo, más que el propio problema. Los socialismos se debaten en la cuerda floja. Dificilísimo el equilibrio del socialismo con la libertad. Derechos humanos, deberes humanos, mi autonomía, mi obligación, mi amor propio, mi vinculación a los otros... ¡A ver quién me da un balancín!

¿No es preciso, puesto que naturalmente no tendemos a la cohesión y al recíproco servicio, y puesto que el «aparato» de prótesis nos molesta por lo postizo, mecánico y «sólido», buscar otra salida? Bien, pero me decía un amigo, ya sabemos cuáles son tus salidas a todos los problemas; nos abres las «puertas del campo» y nos dices: En el campo está Dios, busca a Dios en el campo. Es decir; este lector me acusa de apelar a la solución religiosa con demasiada frecuencia. Bueno —le respondí— yo sí, pero en cambio es raro. A un buhonero, le regañaba una comadre: Oiga, usted no vende nada más que carretes de hilo verde. Es que, carretes de los restantes colores —responde— ya se los ofrecen los demás con hartura y sin descanso, con variedad y sin pausa.

Efectivamente, a eso voy. Pienso que la fe católica ofrece una altísima verdad hecha Sacramento para alcanzar que la «dimensión social del hombre» sea más que un programa, más que una disposición autoritaria e incluso más que una conveniencia que cuando interesa de manera inmediata se hace y al no advertirse la inmediatez se desecha. Lo pienso con ocasión del Corpus.

Pero es un pensamiento con temblor, con escalofrío, con drama. Y, desde luego, lleno de preguntas. Al hilo de su Pasión y Muerte, Cristo —en cuya divinidad creemos— nos dejó el testamento de sus palabras mejores: «Amaos los unos a los otros como yo os he amado». Y, precisamente al borde, junto al mismo abismo de su Sacrificio que revertiría en la Gloria de su Resurrección, nos otorgó, como prenda de su mandato de amor, y como alimento —ágape—, para el crecimiento en unión que el Amor significa y es, el Misterio del Pan y del Vino convertidos en su Cuerpo y Sangre.

Es algo descomunal, tremendo, asombroso. O se cree o no se cree en este Misterio. Pero si se cree, el curso de toda la vida personal del creyente gira en ciento ochenta como suele decirse. Y si no gira es que todavía su fe no ha alcanzado plenitud. Y si gira, ya el Amor descubre al hombre, entre otras cosas mayores, su auténtica dimensión social. Y desde esa posición y disposición de «ágape» desprecia toda prótesis y, también, el balancín. La gente nos creerá de verdad cuando, si nos pregunta si somos socialistas, podamos contestar convencidos: Mira, no lo necesito porque soy cristiano. Lo mejor que podría llegar a ser el socialismo es un sucedáneo. Y en lo que no puede quedar el cristianismo es en una fe que uno tiene y de la que uno nunca se acuerda, guardadita quizás en las convicciones y ausente de las vivencias. Creo que la Eucaristía es el invento de Cristo para que fe y amor se refresquen cada vez. Doble milagro, porque ni fe ni amor, son aptitudes o actitudes naturales, lógicas y fáciles. Realmente El dijo lo que no hubiera dicho un loco: «Esto es mi cuerpo». Y es que quizás hacía falta la «locura» eucarística del Corpus para establecer la Suprema Cordura sobrenatural del Amor. ¿Puede explicarse el Corpus de otra manera? Y de otra manera, ¿entiende alguien que el Amor pueda pasar de un simple ensayo?

Ni ensayo, ni locura, ni palabra sin semilla, ni difuso misterio romántico, ni flor retórica, el Corpus nos invita al amor urgente de vertiente doble: Dios y el prójimo. Los orfebres góticos y renacentistas, los constructores de las Catedrales dieron una exteriorización plástica al misterio eucarístico. Como los autores de los «Autos Sacramentales» levantaron de su cantería poética unos monumentos de palabras fieles a su Palabra. La Eucaristía se ofrece a la adoración en viriles y custodias con forma de Sol porque si El está oculto en la Sagrada Hostia, nuestra adoración ha de hacerse canto de flores, de versos; de plata, de fervores. El se oculta, pero es obligación de los cristianos ostentarle, proclamarle, homenajeando su invisible presencia con nuestra patente y arrebatada exultación votiva.

Da escalofrío el Corpus. El Corpus catalizador de la unión de los hombres, detectador del Amor, en la actualización del Sacrificio de la Cruz, con el encargo de su deseo: «Haced esto en memoria mía».

Pero la Eucaristía, así de sagrada, así de religiosa, así de jubilosa, así de dramática, no puede, entonces, trivializarse. (No faltan cristianos más atentos a convertir el Misterio en una simple fiesta de la «base»). No, porque es una Celebración en ímpetu ascendente. Nos une su Gracia y no nuestro palmoteo. La Eucaristía no es un brindis.

(IDEAL, 9 de junio de 1977)

(Fotografía: MANOLO – PAPA PITUFO)