Y es que la Fortaleza es virtud-base en el Cristianismo. El verbo hecho Hombre, vino a redimirnos; y para hacernos dignos de nuestra salvación quiso que nos liberásemos por dentro; nos pidió que volteásemos nuestro espíritu alzando lo hundido y abatiendo el pobre énfasis de lo que se exhibe encaramado. Las Bienaventuranzas entraman ese volteo épico. Y digo épico porque su cumplimiento significa la mejor hazaña. El paganismo ponía como modelo, como paradigma, los Siete Trabajos de Hércules. Lindas fábulas para el asueto y divertimiento literarios. Pero Cristo, que no es mito, sino Eternidad e Historia al par, nos propone los Ocho grandes Ejercicios Cristianos de la Bienaventuranzas.
Sublime ascesis, gran entrenamiento para presentarnos fuertes ante el Fuerte. «¡Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal!». Queriendo la pobreza, la mansedumbre, la paz, la limpieza de corazón; exprimiendo las lágrimas hasta sacar de ellas clara esencia de identificación cristiana; haciendo del hambre y sed de justicia no una protesta agria, sino un programa de constante, serena y generosa atención; reconociendo en la humildad (no proclamada en banderas, sino entrañada y vivida, sin gesto y con naturalidad, en el fondo del espíritu), la auténtica credencial que nos ratifica la propia fe..., entonces somos fuertes. Fuertes más allá de la alegría de papel, es decir, de la alegría de placer. Fuertes más allá del llanto inútil, para saber ceñir el dolor a los lomos de la clara comprensión de un Amor que espera con la fe. O de una esperanza que cree firme con el Amor. O de una fe que espera ardientemente en el genuino Amor.
La Cuaresma nos invita a la Fuerza, al vigor, a la juventud de ánimo, a la energía renovada del Bien cimentado en la gracia del Señor: sustentada por el Vino que, en hervorosa –fervorosa– expresión paulina, «engendra vírgenes».
Y todavía hay por ahí gente, obtusa de tópicos, que cree que la Penitencia que predica la Cuaresma, es dimisión y desistimiento, envejecido hábito de debilidades mojigatas. Todavía, Dios mío, hay cristianos –y precisamente los que se proclaman más avanzados– que no han entendido el Cristianismo.
(REVISTA “GALDURIA”, 1978)
2 comentarios:
Encontrarme a D. Juan Pasquau en este blog ha supuesto recordar los años en que fue mi profesor en la Escuela de Magisterio ubetense. Me impresionó la bondad natural que emanaba, su profunda sabiduría y la gran humildad con que impartía sus conocimientos. Tengo que decir que Don Juan, me gusta llamarle así, sí dejó una huella profunda en nosotros, fue el mejor ejemplo para aprender cómo debe ser un hombre: humilde, generoso y, sobretodo, bueno. (José M. Nieto - Safa 66)
Estoy seguro de que a él le habría gustado saber que su trabajo en SAFA dejó una huella como la que usted describe: ¿a qué más puede aspìrarse?
Muchas gracias, José M. Nieto.
Miguel Pasquau
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