Porque el niño es el ser menos sencillo que existe. No vayamos a confundir inocencia con sencillez. Quizá implican conceptos opuestos si entendemos por cosa sencillo contrario que cosa confusa. El niño es el ser menos sencillo que existe, porque todo, en su alma incipiente, se complica de imaginación, de ensueño y de portento; porque no discrimina lo real de lo irreal y confunde los "planos" de lo sustancial y de lo adherente. ¿No estamos observando a cada momento que cuando del niño afloran ideas claras —para nuestro intento, claridad y sencillez son palabras sinónimas— es cuando empiezan a destruirse en su subsconciencia la flora y la fauna de la fantasía? Si la sencillez implica una operación mental simplificadora —reducción de todas las vivencias o de todas las razones a un común denominador— es, desde luego, un mérito del adulto, del hombre. La inocencia, en cambio, es la encantadora, gratísima confusión de la realidad con el sueño, de la imaginación con la idea; bien que la ignorancia sea la confusión en la mayoría de edad, esto es, la confusión sin encanto.
Juan Pasquau, en A la medida de los niños, Diario ABC, 1 de enero de 1959