Nombre: Gregorio. Edad: 40 años. Estatura: mediana. Traje: gris. Profesión: desconocida. Estado: soltero.
Ya está la ficha personal que dice bien poco. La ficha personal del intruso de nuestra historia. Ahora, dejémosle hablar. (Los cuentos, se escriben dejando hablar a alguien que, sin ser el autor, brota por los intersticios del autor, como un agua oculta.)
—Pues yo —dice Gregorio, sin alzar mucho la voz por si el autor decide eliminarlo de un papirotazo— tenga una tremenda vocación: el frío.
—Poco interesante es el tema, me parece, pero hable —arguye el autor impertinente y displicente.
—¿Me dejará seguir? —insinúa tímidamente Gregorio—. Yo soy el hombre que se lanza a la calle en las frías noches de enero; a las calles desiertas, inundadas de un claror de luna fría. Luna que imparte escarchas, en fría pureza silente.
—Casi poético, sí señor. Pero, ¿qué gusto saca de ello? Y, ¿dónde está el cuento?
—Mi gusto no tiene sabores; es límpido y transparente como una aguja de hielo. Y el cuento es una escena sin personaje; es un ambiente que le brindo. El relato, póngalo usted.
—Noche de enero. Luna. Frío. ¿Ponemos entonces una gata y un gato? Es lo clásico.
—¡Bah! Amor, amor... Dejemos, por una vez, al amor tranquilo. Los autores cometéis una inflacción del amor. Estáis siempre expidiendo billetaje literario de amor. No hay reservas de auténtico amor-oro para tanto.
—Será porque el tesoro de amor-oro se lo llevó el romanticismo al exilio. ¿Verdad?
—Será; pero, ¿pone usted relato a la noche de enero o no lo pone? ¿Pone usted letra a mi música o me voy en busca de otro autor?
—Espere, espere.
* * *
Nombre: Miguel. Edad: 26 años. Estatura: más bien alta. Traje: azul marino con manchas. Profesión: crítico teatral sin teatro en que ejercer. Estado: novio.
Es la ficha del autor. En el plenilunio de Enero —¡lejos, ay, las estrelladas fragancias de mayo y junio! — el autor, sin poema que llevarse a los labios, tapona como puede las grietas de su alma por las que pugnan por escaparse los bostezos, toma una cuartilla y escribe. Escribe:
«Querida Pepita: Hace un instante, un hombre extraño me ha salido al paso y me ha dicho: “¿No lo ves? Ahora, la noche navega por un mar de luna fría. Todo parece estar muerto menos ella; ella es la reina pálida sobre los hombres que hacen, con sus sueños arropados, un ensayo general de la muerte...» Pero yo le he dicho a ese hombre gris de cuarenta años poco más o menos: ¿Por qué no araña usted un poco debajo de la superficie de esos sueños que le parecen de muerte? Encontrará un oleaje vívido de enjambres ilusionados: una danza de esperanzas; porque la vida no cesa bajo la luna glacial de enero. Entonces, el personaje extraño me ha replicado: “¿Es que en la vida hay objetivamente, un tesoro de ideal? ¿En qué sótanos se guarda? Vosotros los hombres estáis haciendo siempre billetaje falso de ilusiones. Pero son ilusiones de telilla barata; se rasgan enseguida y, pronto, a través de ella, se muestra la fría carne desnuda.” ¡Qué tonterías, Pepita mía! La noche de enero, podrá no brindar temas para un cuento con flores, con hojas y con frutos; podrá no brindar ocasiones para un poema que trascienda a jazmines y a rosas. Pero, siempre, siempre, ¡estás tú! Estás tú, materia prima de mis ideales. Mientras estés tú, ¡vade retro a la nieve y al invierno! Tuyo, Miguel.»
* * *
Nombre: Aurora. Edad: 25 años. Estatura: 1’60, con tacones. Traje: Camisón de dormir. Profesión: Sus sueños.
Aurora, antes de acostarse, le dice a San Antonio: «Ya sabes, San Antonio, donde radican mis sueños: en un notario. Pero esa es una ilusión de noche de verano. Con esta noche fría, no se ambiciona tanto. Hay que ser realista. Me conformo con el poeta. Aunque la poesía, ¡puede costear tan pocos sueños!».
MIGUEL H. URIBE
(Revista VBEDA, Año 8, Núm. 85, enero de 1957)
No hay comentarios:
Publicar un comentario