UBETENSES: Se nos echa encima la Feria de San Miguel. Ya la campana del Reloj de la Plaza, como un pulso de bronce, lleva su onda a todas las esquinas. Mientras en el aire estalla la pólvora de los cohetes anunciándonos que llegan unos días de fiesta en la que se hace «obligatoria» la alegría, ese campanón de la torre municipal nos trae como bocanadas de tiempo pasado. Del tiempo que no se fue del todo porque siempre regresa cuando nuestras calles se alumbran de bombillas de colores y de tradición.
UBETENSES: Ahora, durante una semana, nuestro pueblo va a «dar la mano» y va a aplazar sus urgencias. Dejad de caminar con prisas. No hay prisa. Dejad de preocuparos, desarrugar el ceño, porque la vida, de vez en cuando, muestra su verdadero rostro, es decir, su cara buena y amable. La «Feria y Fiestas» si se miran con buenos ojos y hay limpieza en el fondo del corazón, nos da mil motivos para dar gracias a Dios cuando observamos el júbilo de los chiquillos, el gozo que resplandece en las risas que trae y que se lleva el viento. Y ¡cuántos amores se encienden al borde de la Feria! Se ponen más bellas —son más guapas todavía— las muchachas de Úbeda cuando llega San Miguel. Y nadie, ¡nadie!, se va a librar de poner, de tener que poner, un salto, una carcajada, una ilusión y un proyecto de buen humor —¡buen humor con sal y pimienta!— en el fondo de su alma.
Los cohetes, los gigantes, las campanas, las sirenas del real de la feria y ese ruido que da vueltas y vueltas de los carruseles, están aquí, para eso. Para darnos esperanza, para quitarnos miedo, para decirnos a voces: ¡Eh, que sois personas! Porque amigos, cuando uno se da cuenta de que es persona —y ser persona quiere decir que no se es un bruto— viene lo de pensar que no hay mal tiempo si nosotros nos esforzamos en la buena cara. Y que lo del odio, de que tanto se habla, pueda quedar en agua de borrajas si nos empeñamos en reír juntos, todos juntos, cinco minutos seguidos. La feria llega para invitarnos a buscar una convivencia, una auténtica confraternización; un pasear juntos, hombro con hombro, por delante de la tómbola, el pobre y el rico, el que dice «yo todo lo sabo» y el que exclama «yo no sabo nada», el joven y el viejo, el valentón y el tímido. Y la fea —menos fea si se ríe— acorta la distancia que quizás la separa de la guapa. Y hasta ese pobre señor antipático que decís que tiene «mala uva», se humaniza y se dulcifica en la feria. ¿No lo veis, no lo veis, comiendo sus avellanas cordobesas o sus buñuelos o sus patatas fritas, con el mismo gusto, con el mismo gesto, con la misma inocencia que Manolo y que Luisito o que Pepe? La feria es la mejor democracia, porque a todos nos apea de nuestro orgullo y a todos nos iguala con el rasero de pasarlo bien.
Ubetenses, gente del centro de la ciudad y de los barrios; hombres de la calle Valencia, del Alcázar, de la calle de las «Tostás», de la Gradeta de Santo Tomás, venid a la Feria y mezclad vuestra diversión y vuestra risa con la de los «papihonrados» de la calle de las Minas y de la calle Sacramento.
Y con la de esos hombres que leen el periódico o juegan al ajedrez en el «Club 61» o en el «Club Diana». Id a la feria, lindas muchachas de la calle Córcoles y de la calle Sabanillas, y poned vuestra mirada iluminada y refulgente al lado de la iluminada y refulgente mirada de las muchachas que viven en la calle Nueva, en el Real y en la calle Ancha. Todos, todos, cabemos en la feria, para todos es sitio, para todos hay ocasión. La feria es propiedad común. Como el sol, como el aire, como el campo. Como todo lo bueno, como todo lo bello. Y hasta Dios —Dios también— está en la Feria, si no la pudrimos nosotros.
Ubetenses, ¿oíd la campana de la torre del reloj de la Plaza?, ¿oíd los cohetes?, ¿oíd a los chiquillos que corretean con su carcajada suelta? ¿Veis la danza del gigante y la giganta? ¿Suena ya el pitido de la barraca de la mujer-cañón y la voz metálica del «pasen, señores, pasen»? Pues ¡hala!, es que la feria se nos acaba de echar encima. ¡A divertirse! ¡Música!
(Pregón de Feria de 1975)
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