BLOG SOBRE JUAN PASQUAU - PERIÓDICO INTEMPORAL



PERIÓDICO INTEMPORAL DEDICADO A JUAN PASQUAU

Para que vuelvan a acercarse a la obra del escritor ubetense quienes tuvieron la suerte de conocerlo, para que lo descubran quienes no lo conocieron, para que todos crezcan en permanente conversación con sus escritos y su pensamiento.

martes, 8 de enero de 2013

UNIVERSIDAD




«En toda España unos treinta mil estudiantes
empiezan a ser universitarios en enero.»
(De los periódicos)

Es importante porque, en principio, treinta mil jóvenes se deciden a ser profesionales del estudio durante unos años. Y como la vida de por sí es seria —profundamente seria a despecho de cualquier apreciación frívola— hay casi la obligación de pensar (o por lo menos de suponer) que esos treinta mil estudiantes tienen la próxima intención de «hincar los codos». Es nuestro punto de vista y nuestro deseo de padres. Ya se sabe: los consejos, las advertencias, la ilusión y los temores de última hora. Cuando un hijo va a cursar estudios superiores, decimos que se va a la Universidad. Como si se escapase de algún modo. Y es que sale hasta cierto punto del «hinterland», de la influencia familiar. Cambia de vida y empieza a tomar una posesión consciente de sí mismo. ¿Va a dimitir en él definitivamente el niño? Porque siempre en cada hijo añoramos al chiquillo. Cuando estudia el bachillerato es fácil advertir todavía en el hijo la marca del niño, aunque cada día un tanto más borrosa. Pero cuando se marcha, cuando se va a la Universidad, es cuando de verdad él se siente persona. Y esto es bueno y a nosotros y a él nos congratula e incluso nos emociona. Hasta ayer nos hemos sentido exclusivamente autores de nuestro hijo y, como autoridad viene de autor, él ha jugado en nuestro campo y nada más que en nuestro campo. Sí; nos da alegría de que nuestro hijo haya terminado su trayecto en la vía estrecha de la Enseñanza Media e inicie su itinerario de vía ancha. Pero ahí está la cuestión; de momento nos acomete el temor del cambio y sabemos que, trocada la vía, se impone el cambio de vagones. Y esto, esto, es lo que duele. No le sirve el traje o el abrigo del año anterior a nuestro hijo. Es muy natural. Pero, ¿nos resignamos de igual conformidad con que se le quedan estrechos los usos, las costumbres e incluso los juegos de hace seis meses? El universitario va a calzar ideas de adulto, preocupaciones de adulto, pasiones y emociones de adulto, zozobras de adulto. ¿Tiene de verdad el alma ya hecha para estas cosas? ¡Pero si ayer, ayer nada más, era nuestro niño...! Así es que ahí van, niño; ahí van, hijo mío; ahí van, joven, los consejos, los avisos, las admoniciones y las cautelas:

—Mira, que te lo dice tu padre que tiene mucha experiencia. ¿De verdad vas a tener mucho cuidado?

El cuidado que recomendamos y que urgimos al flamante universitario es de espectro muy ancho; debe alcanzarlo todo, referirse a mil aspectos distintos. Cuidado —le decimos— con el tiempo. Claro está; eso es lo primero: no debe perder el tiempo. Pero además ha de cuidar la ganancia en muchas cosas. En el fortalecimiento físico y moral. (¡Qué seas un hombre de verdad, hombre!) Y cuidado con la salud. Y con los amigos. Y con las amigas. Y con tu horario. (¿Cuántas horas vas a estudiar cada día?) Y con tus diversiones. (Tú, los fines de semana, pásalo bien; pero tranquilo, ¿sabes?) Y con lo que comes. Y con lo que bebes. Y... con el ambiente. (¿A qué llamas «ambiente universitario», hijo mío? No vayas a confundir el rábano con las hojas. Tu vas a la Universidad a estudiar, ¿no es eso? Supongo que lo sabes. ¡A estudiar y déjate de pamplinas!)

Y él, nuestro hijo, ante nuestros consejos, ante nuestras advertencias, ante nuestros temores, sonríe. Va a jugar en campo ajeno, inaugura carrera, es decir nueva vía y nuevos vagones. Nos tranquiliza.

—Mira, papa...

Casi no le dejamos hablar. En su gesto advertimos una especie de seguridad que hasta hoy no le hemos visto. Y sus explicaciones, sus conceptos, tienen ya un dibujo. ¿Se ha acabado en él el niño? Esto es bueno, Señor, pensamos. Pero, Señor, esto...

Sí; evidentemente nos desazona su seguridad en sí mismo, recién inaugurada. Nos tienta el pesimismo: ¿va a ser válida esa seguridad o se va a desmoronar al primer embate? Y en seguida vemos peligros, peligros, peligros... Luego deseamos ponernos a tono y vemos logros, logros. Logros maduros en una lejanía. Y lo contemplamos ya —para dentro de unos años— médico, profesor, investigador, economista. Y lo vemos con su bata blanca, o lo vemos en su despacho, rodeado de secretarios.

Se va, se va a la Universidad. Él está contento. Nosotros los padres, igual. Él tiene sus proyectos. Nosotros nuestros temores. Él se lleva su ilusión. Nos quedamos nosotros con nuestra experiencia. Una novia, todavía ignota, le sonríe. Nosotros recordamos su sonrisa de hace siete años cuando ingresó en el Instituto, su sonrisa de hace un año cuando nos contó su último gol en el colegio... Hasta, ¡hay que ver que tontos somos!, recordamos su sonrisa de bebé de hace quince años, dieciséis años...

—Pero, padre, ¡qué terco eres! A ver si todavía no me conoces.

Lo dice con una chispa de emoción, pero dentro le bulle el contento. Va a tomar posesión del hombre. Es plena mañana para él. Y, ¡qué le va uno a hacer! A uno, le sonlloran dentro no sé qué melancolías. ¿Está atardeciendo?

—Bueno, hijo mía, pero ya lo sabes, ¿eh? No lo olvides. ¿Lo vas a olvidar?

Lo sabe. Lo sabe y no lo olvida. ¿Qué sabe? ¿Qué no olvida? Mete en la maleta los libros, la ropa, los consejos. Va a tener cuidado, mucho cuidado con los libros, con la salud, con los amigos y con los consejos. Nos lo asegura y nos lo creemos. Pero se va, se va a la Universidad.

Y mamá, con la voz un poquitín quebrada, exclama:

—Esto es como empezar a perderlo...

Entonces, uno, con la voz entera, muy entera, muy firme, le sonríe a mamá y le dice:

—¡Bueno, mujer, bueno! ¡Qué cosas dices...! ¡Todo va a ser para bien!

(JAÉN, 5 de enero de 1974)

No hay comentarios: