En el Pórtico de la Gloria de Compostela,
la efigie de Daniel profeta muestra a los siglos, uno a uno, su sonrisa. No
tanto se ha literaturizado alrededor de esta sonrisa, como a propósito de la
«Gioconda». Sin embargo...
Uno se imagina peregrino al tiempo,
detenido el afán cansado de cada época junto al Pórtico. Hay huellas de los
días furtivos en el granito que se pone en Compostela a imitar a la Eternidad.
Hay impactos de mil presencias que ahora son mil silencios. El Pórtico recluta
admiraciones. Pero la vida es breve y la obra de arte, indemne, subsiste a
todos los relevos. Ocho siglos han hecho su relevo y la sonrisa de Daniel no ha
sido arriada.
Y es el caso que los ojos del profeta,
bien abiertas las órbitas, enraizan su expresión en una hondura pensante. No se
puede decir que no sea el suyo un gesto de vida interior. Lo que sucede es que,
aquí, las cejas no se fruncen hoscas, no forman oleaje. Pasa que su frente
diafaniza amplitudes donde la visión allegó material al entendimiento. ¿Qué es
una frente despejada? Quizá está en la frente la clave del gozo. Quizá en ella
el secreto de la asunción de la alegría. Cuando las cejas se niegan a elevar la
carga intelectiva, cuando se doblegan —roto el arco limpio— bajo el peso, ya el
friso del gozo no es posible. Recordad las cejas cobardes y atormentadas,
impotentes cejas rebeldes, que hacen ceño, saña, a veces, del simple mirar;
hostilidad que se pliega hirsuta como estrangulando lo que los ojos ven. Así,
todo júbilo se frustra porque no hay gozos que no vayan pasando por la frente;
no hay gozos de planta baja, puramente sensoriales, aunque haya placeres de...
entresuelo. La alegría es un tejer espíritu —luz y más luz— en las devanaderas
del cerebro, encima, precisamente encima, de las órbitas...
Pero la frente que ha elaborado el gozo,
que ha desenmarañado la oscura pasión para trocarla en acción visible y
resplandeciente, transmite su fulgor, como en reflejo, a los labios. Y la boca
de Daniel se embriaga en no sé qué delicias presentidas. Abrió Daniel los ojos
y vio. Elevó luego el botín de su mirada hasta someterlo a la sutil manufactura
mental. Luego —savia nutritiva, dulzosa— descendió su gozo y se hizo flor en el
labio.
—Habrá que proclamar a San Daniel de...
Compostela, Patrono del Buen Gozo.
—Pero, ¿por qué su frente ha elegido la
alegría? Pero, ¿es que la alegría es materia de elección?
—Junto al pecho, las manos de Daniel
descansan del trabajo consumado, de la obra hecha.
—Pero... ¿es que la alegría «se hace»?
¿No viene, no llega a impulsos de la fortuna? ¿No es un viento que trae la
suerte a nuestro regazo?
—En su cátedra de Compostela, auténtico
profesor de energía, él enseña su sonrisa como una asignatura; está diciendo:
Mirad en torno; abrid, lo primero, los ojos; abridlos bien, para bien ver...
—Pero se ve la verdad y se ve la mentira;
se ve la belleza y se ve el crimen...
—Él sigue enseñando: Si sólo veis,
pereceréis: la forma no impondrá entonces su orden sobre el caos. Necesario es
que alcéis lo que sentís, que alojéis la impresión en el pensamiento, que
asentéis la emoción en la Verdad.
—Y... ¿qué es la Verdad? Oh, la Verdad...
«¿Ha podido acaso librarte de los leones?», preguntaba a Daniel el rey de
Media.
—«Oh, Rey... mi Dios envió su ángel, el
cual cerró las bocas de los leones».
Es el secreto de la sonrisa de Daniel:
Dios envía su ángel siempre. Cuando el pensamiento ha sido taraceado por la Fe,
el friso del gozo se perenniza. Y los «leones» no dañan. Cualquier actualidad
quema su anécdota para que de entre sus cenizas añore la categoría.
—Otra vez la Fe, clavando su media
estocada a la embestida de los temas difíciles...
—Sin ella, sólo el placer del entresuelo
—no el gozo que exulta en las alturas— es absolutamente viable. Si no es que
las cejas, en ceño sombrío, acaban por estrangular lo que los ojos ven. Si no
es que la ilusión aborta, haciendo cólera de lo que iba para sonrisa.
—San Daniel de Compostela, Patrono del
Buen Gozo...
—¡Cómo necesitamos peregrinar hasta tu
gesto todos cuantos deseamos conservar, en buen uso, la frente!
(ABC, 4 de noviembre de 1962)
1 comentario:
"Otra vez la Fe, —Sin ella, sólo el placer del entresuelo —no el gozo que exulta en las alturas— es absolutamente viable". Aquí está, en efecto, el secreto del gran pensador y escritor Juan Pasquau. La Fe hace que nuestro pensamiento se alce, se eleve hasta límites ...insospechados. Y también, las ilusiones, los proyectos, las intuiciones...,porque todo lo que tenemos - inteligencia, razón, imaginación, nos viene dado por un "chispazo" de divinidad, nos viene "prestado" por Dios. Por eso abunda, hoy, tanto escritor, ensalzado por la crítica, por las editoriales, por la Academia, que no pasa del entresuelo; aunque sepa "tejer" con maestría las frases, la escritura. Y es por esto , precisamente, por lo que todos los escritos de Juan Pasquau están "tocados" por el chispazo divino: tienen alma; tienen sentido, tienen altura; sin desperdicio, siempre en dirección a lo alto, no al entresuelo;...a la verdadera intelectualidad, pero con sentido trascendente. Están y se dirigen hacia La Verdad, hacia Dios.¡ Qué lástima que, en la sociedad de hoy, se premie tanto a los escritores de entresuelo, y mucho menos a los del nivel superior...
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