Sobre la Poesía existe mucha confusión.
Los hombres, no se han puesto todavía de acuerdo sobre lo que es Poesía.
Tampoco, naturalmente, sobre otras muchas cosas...
Habamos por unos instantes, «poesía
comparada», aunque no nos guste el método. Eliminemos las poesías de versos
—cortos o largos— que solo tienen versos, cuyo único mérito es el de expresar
vulgaridades rimadas o vulgaridades ripiadas. Convengamos en que esos versos
son los más difíciles para el auténtico poeta. Lo más difíciles ya que nada es
tan extraño, tan ajeno, al poeta, como la vulgaridad. Porque claro está que en
el ancho mundo existen vulgaridades a porrillo pero el poeta no las ve, no sabe
verlas. O, cuando las ve, las transfigura. Si no es, que también puede ser, que
las barra con la mirada... Eliminemos las poesías de versos que solo tienen
versos.
Ahora lidian en nuestro parvo estudio
comparativo, las distintas clases de poesía que además de versos, tienen otra
cosa. En la composición poética, cualquiera que sea, es obvio que deben entrar
como ingredientes el pensamiento y la belleza, o como se diría en un manual de
preceptiva, el fondo y la forma. Pero, ¿en qué proporción?, ¿en qué dosis? He
aquí la cuestión; he aquí el problema.
No lo dudemos; la poesía que solo tiene
belleza pasará. No lo dudemos: pasará la poesía que solo tiene trascendencia.
Ahora bien, una y otra tiene, tendrán, «su público» durante una época limitada,
durante el tiempo que dura un «ismo». Y un «ismo» dura poco.
El mérito de la Poesía consiste en
trenzar la gravidez de una idea —la idea siempre cae atraída por su centro— con
la aérea luminosidad impalpable de una gracia flotante. Cuando la gracia, que
es belleza, distrae a la idea, que es pensamiento; cuando se enreda en un rayo
de sol la fibra de un querer o de un decir —aunque el decir tenga, de origen,
la gravedad de un discurso—; cuando se encuentran en sus trayectorias las dos
verdades, la del corazón y la de la mente, la Poesía surge clara y limpia, como
un relámpago vivaz. O, mejor, como un chorro, como una fuente. Importa,
entonces, que el poeta se apresure a recogerla. Importa menos, la clase de
recipiente con que se apreste a cosecharla. Una airosa ánfora de corte clásico,
o un adusto cuévano de factura modesta, ¿qué más da? Lo fundamental es la
limpidez del agua. Lo fundamental es la pureza poética. Da igual el
endecasílabo trabajado a cincel y sometido luego al torno del soneto —pongamos
por caso—, que el despeinado encanto espontáneo del verso libre con la rima
sincopada de emoción y el ritmo vigoroso latiendo por dentro.
Que el corazón y la mente vayan al
encuentro, que se corten en un vértice inefable y sutil. Pero si nos empeñamos
en que las dos verdades, la que siente y la que piensa, la que sueña y la que
vive, se hallen... en el infinito, habremos destruido el ángulo prodigioso.
¿Por qué no acercar la fantasía al campo yermo de lo actual y de lo actuante?
¿Por qué no impedir que la tierra beba vino y que el aire se contagie de vaho
telúrico, entrañable? ¿Por qué la «abstracción» —ese ángel soberbio— a
ultranza? ¿Por qué el realismo, ese ángel alicorto?
Y es que la Belleza no puede subsistir
por sí misma si no hay algo —algo tangible, vital y cierto— que la sirva de
soporte. De lo contrario, la poesía será (y nunca desaprovechamos la ocasión de
citar las palabras de Novalis) «éter pintado con éter en el éter». Pero cuán
triste la vida de los hombres —hombres caídos— sin el consuelo poético. Porque
la poesía es algo así como una embajada oficiosa de la alta Gracia; de la misma
Gracia de Dios.
Recordemos la poesía de San Juan de la
Cruz. ¿Quién se atreverá a pensar, al leer el Cántico, que su belleza es
un tejido de rutilantes y ardorosas palabras yuxtapuestas? Alienta bajo el
maravilloso ropaje de tornasol, la respiración vital, la respiración concreta
de un alma a la que el Amor fatiga. Hay un latido escondido dentro de cada
palabra; hay una idea encerrada dentro de cada imagen... ¡Cómo pesa la poesía
de San Juan de la Cruz! Pero... ¡cómo vuela!
Pesar, volar... He aquí las notas de la
verdadera poesía. Es tan difícil...
En cambio es muy fácil escribir, en
prosa, de la poesía. Muy fácil y sin riesgo... (Perdón por este artículo
escrito «desde la barrera»).
2 comentarios:
¿es necesario que haya publicidad?
La publicidad nos es completamente ajena. Nos complacería mucho que no la intercalaran en el Blog, pero no podemos impedirlo. Gracias por su manifestación.
R.PASQUAU
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