El frío contrae los cuerpos; el calor, los dilata... ¿A los
cuerpos? También a las almas. En el invierno —esto parece claro— tenemos
más cohesión en nosotros mismos: nos adensamos mejor en nuestros alvéolos. Pero
en el verano, las mismas aguas ocultas de cada uno, ¿no se desparraman en
torno? La llamada personalidad,
al llegar el invierno se solidifica, se afirma: cristaliza. Y sus ejes de
simetría —ideas, prejuicios, juicios, pasiones— se hacen bien patentes. Y
sus aristas —sus modos, sus formas, sus caracteres— aparecen nítidas y
visibles... Con los primeros calores, en cambio, viene la "alegre
desbandada", sí. Entonces, fluye en nosotros algo que creíamos
pertinazmente detenido o congelado. Yo no sé si es que entonces viene la
licuación —a ustedes nos les gusta esta palabra, ni a mí tampoco— de la
personalidad. Yo no sé si es la evaporación lo
que viene entonces. Pero nos notamos, nos sentimos casi otros. ¿Mejores?
¿Peores?...
Si duda alguna el verano, además de un fenómeno
meteorológico, es un fenómeno psicológico.
Juan Pasquau, en Notas
del vago estío, Revista
VBEDA, 97, julio y agosto de 1958
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