Caminar entre olivos da una
fortaleza de ánimo. Árbol que reduce sus necesidades, que no condiciona su
fruto, su eficacia o su belleza a ningún paraje. Es decir, árbol generoso que
otorga mucho y apenas reclama nada. Crece igual en la eminencia que en el llano;
escala las laderas, se acerca a la vereda y al camino, se uniforma en
ringleras, cuya monotonía no empequeñece su belleza. Porque la belleza no siempre es
bonita o pinturera. El olivo no es pinturero y, sin embargo, conforta
contemplar el olivar. Infunde serenidad. (…) Sin un fondo hasta cierto punto
estoico no hay belleza de ánimo. Y he ahí la “belleza interior” del olivo.
Quizás Séneca aprendió senequismo del olivo.
Juan Pasquau, en De la imitación del olivo, Diario Jaén, 31 enero 1973.
No hay comentarios:
Publicar un comentario