Reos somos casi todos, en poco o en mucho, de este uso hasta cierto punto delictivo del lenguaje, estrictamente "funcional", acomodado al carácter "técnico", "práctico", de la hora actual del mundo. ¿Olvidamos que el lenguaje ha de limpiarse cada día de su barro? Porque no es menos el lenguaje que los zapatos. Y no es decente que ese barro hasta la cintura, que de plebeyo intenta hacerse "snob" en ciertas expresiones de estilo despechugadas e insolentes... Pero, así y todo, todavía nos gustan —gustan a todos— las palabras que retiñen su íntimo cristal, las que dejan al pasar su tenue estela sonora. Todavía, al tropezar al acaso con alguna de ellas, decimos: es bonita. Y desearíamos montar sobre su eje de diamante el complicado mecanismo de nuestro decir literario. (Transfigurar lo literal en literario debe seguir siendo deseo irrenunciable, a despecho de todos los apresuramientos.)
Juan Pasquau, en Don Alonso Suárez de la Fuente del Sauce, el obispo insepulto,
Diario ABC, 1 de abril de 1962
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