Cada uno, cuando se encarama a la torre de la iglesia de su pueblo, siente ya cómo en su alma la verdad ha empezado a desarroparse de prejuicios. Cada uno, en la torre de la iglesia de su pueblo, empieza a sentirse un pequeño dios... Aumenta, entonces, la perspectiva y el paisaje: se amplia el horizonte. Disminuye entonces, por consiguiente, se empequeñece, el "hinterland" de las oscuras pasiones. Bastan veinte, treinta metros de altura sobre el nivel del caserío de nuestro pueblo, para que empiece a advertirse el descarrilamiento de nuestra soberbia. Somos tan pequeños, nuestro mundillo es tan chico, nuestra vida tan sórdida y rutinaria... A los veinte, a los treinta metros, empieza, dentro de nosotros, a desnudarse la verdad.
Juan Pasquau, en Sierra Morena, altar de María, Revista Heraldo del Santuario, 1959
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