Navidad, Año Nuevo, Reyes… Fiestas de íntimo sabor
familiar; pero sobre todo, no lo olvidemos, Navidad, Año Nuevo, Reyes, son
fiestas religiosas, de neta raigambre cristiana. Por eso, no conviene rebozar
demasiado el profundo sentido espiritualista de estos días. Solemos garrapiñar
con exceso las cosas divinas, y no pocas veces desapercibimos la almendra de su
genuinidad.
¿Qué consideraremos nosotros, los que ya dejamos un día de
ser niños, al llegar estas fechas? ¿Acaso, desde la vertiente en que estamos enclavados,
carece de perspectiva la maravillosa escena bíblica del portal de Belén? ¿Serán
estas festividades un pretexto bello e ingenuo para que los niños toquen la
zambomba y sueñen con los Reyes Magos mientras rivalizan con los mayores en la
tradicional tarea de tomarse el turrón? ¿Será esto… y nada más?
Quizás los mayores debiéramos meditar, además, penetrando
en la entraña religiosa de la fiesta. Quizás nos conviniera recordar que oculta
en la garrapiñada alegría, hay una almendra.
Alexis Carrell, en su libro La Oración, habla de Dios. El alma necesita
de Dios, dice Alexis Carrell, como el cuerpo necesita de oxígeno y del agua.
Pero ¿dónde encontrará el alma a Dios? Para el peregrino, Dios resulta
inabordable, e inaccesible. Cuando no era una abstracción, era una aberración.
Diluido unas veces en el infinito, condensado otras en la angosta limitación
del ídolo, el concepto de la divinidad gemía encadenado a todos los absurdos, a
todas las supersticiones de las teogonías paganas. Creador y Creación eran como
una inmensa ecuación llena de incógnitas irresolubles.
Pero «El Verbo se hizo carne». El
Hijo de Dios había bajado a la tierra. Dios se acerca al hombre: más aún, se
hizo Hombre. Es por eso quizás por lo que Alexis Carrell dice que el
cristianismo puso a Dios al alcance del hombre.
Dios al alcance del hombre.
Maravillosa esta frase de Alexis Carrell. Dios, inabordable e inaccesible según
el concepto religioso del paganismo, desciende de su temida eminencia, de su
pedestal labrado por el terror de mil generaciones y se confunde con el hombre.
No viene a recaudar ofrendas de los hombres, sino a hacerse El mismo Ofrenda…
Pero el hombre, demasiado
soberbio, no ha aceptado del todo a un Dios tan humilde, a un Dios que, según
la frase de San Agustín, se hace hombre para que el hombre se haga Dios. Dios
puesto al alcance del hombre, Dios Niño en el portal de Belén, Dios Obrero en
el portal de Nazaret, Dios Maestro en los caminos de Palestina, Dios Ofrenda en
la Cruz, es despreciado, vilipendiado, por una Humanidad presta a inmolarse,
siempre, en aras falsas.
«El hombre necesita de Dios, como
del oxígeno y del agua». El Cristianismo «nos trae» a Dios. Ya sólo resta
querer. El se ha acercado. El ha venido, El nos ha llamado, El se ha hecho
Hombre. El se nos da, verdaderamente, en Cuerpo y Alma. Pero como en Belén, al
venir a nosotros, al ponerse a nuestro alcance, sólo encuentra Frío.
El hombre busca a Dios porque
necesita de El. Pero lo busca en sí mismo. Ya lo ha dicho Federico Nietzsche:
«Disfracémonos de Dios; es más cómodo». Es esa la trágica realidad. El hombre
no se contenta con un Dios que se disfraza de hombre; lo que él quiere es «que
el hombre se disfrace de Dios», que el hombre, «más allá del bien y del mal»
establezca su reinado, su égida, en la tierra.
Muchos, más o menos
inconscientes, van aceptando esta limpia filosofía sin moral. Porque, como dice
el mismo Carrell, cuando desaparece la fe, la moral dura muy poco. Sin Fe, la
moral es sólo un crepúsculo transitorio.
* * *
Oculta en la garrapiñada alegría
de la Navidad está la almendra de una verdad. La Verdad que nos alegra, la
verdad que nos trae al espíritu un mensaje de euforia, es ésta: En Belén se
pone Dios al alcance del hombre.
«Gloria a Dios en las alturas y
paz en la Tierra a los hombres de buena voluntad». Urge la vigencia real —no la
vigencia retórica— de esta salutación angélica. Urge que el hombre renuncie a
su loca idea de hacerse Dios, de «disfrazarse de Dios», para adorar rendido a
un Dios que se ha hecho hombre, que se ha «disfrazado» de hombre. El egoísmo
quiere disfrazarnos de dioses. Pero la Caridad nos hace semejantes a Dios.
El novelista francés Meersch, en
su obra Cuerpos y Almas se pregunta: «¿Por qué odiarnos, si hay tan poco
tiempo para amarnos?» La inmoralidad, la frivolidad, el egoísmo, la soberbia,
la ¿? acordados en un jazz band demoníaco, seguirán gritándonos la blasfema
exhortación de Federico Nietzsche, «Disfracémonos de dioses». Pero,
místicamente, envuelta en dulzura celestial, nos llega, cada año, durante estos
días, la exhortación angélica «Gloria a Dios en las alturas y paz en la Tierra
a los hombres de buena voluntad». Palabras que deberían tener una vigencia
real, y no retórica. Así, sabríamos reemplazar, con la caridad , que nos hace
semejantes a Dios, ese egoísmo que quiere disfrazarnos de Dios. Y así,
dejaríamos de odiarnos. Porque.. «¡tenemos tan poco tiempo para amarnos!»
(Diario JAÉN, 31 de diciembre de
1946)
No hay comentarios:
Publicar un comentario