Cuando las cosas —las pasiones,
las emociones y las sensaciones— en lugar de hacerse tumulto de agua desbocada,
corriente, se filtran gota a gota, a través de las capas, el hombre tiene
dispuesto alojamiento para su vida interior; cuando las cosas, en lugar de
resbalar con ruido, en silencio calan, hay en la concavidad del alma una
resonancia azul, sin estridencias, para todo lo que de afuera llega. Entonces
la poesía de “vida interior” surge armónica, sin violencias, en una sophrosyne
intelectual que equidista de todos los vértices… Yo, firmemente creo esto: la
vorágine barroca, romántica, es el escándalo del agua derrotada, espumeante
que, como ha resbalado, camina dando alaridos, campo atraviesa, hacia la
carretera (la carretera del mar, claro, es el río). Firmemente creo también que
el clasicismo es agua lenta, agua tácita, agua filtrada, hacia el manantial
escondido en las catacumbas de la vida interior.
Juan Pasquau, en El olivar, Diario Jaén, 15 de diciembre de 1949.
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