“El estudio es una escucha y una lucha” (Jaspers)
Se dice —lo decimos quizá todos— que los estudiantes ahora, estudian poco o que no saben estudiar. Puede ser un error de óptica. Creo que siempre se dijo lo mismo. Además, en la actualidad el mundo está tan diversificado que nunca como hoy es tan peligrosa una generalización. La verdad es que en el presente hay estudiantes que, en cantidad y calidad, estudian como nunca se estudió. Aciertan a aprovechar las circunstancias, las técnicas, los medios que ahora facilitan la dedicación cultural. Como contrapeso, otros estudiantes aprovechan —al contrario— las circunstancias propicias al vagabundeo, al vivir del cuento, al gamberreo o a la simple frivolidad que en nuestro tiempo también, probablemente, como nunca abundan. Es así. Abunda ahora lo nocivo, lo destructivo, lo disolvente. En todo igualmente prolifera lo sano, lo constructivo, lo edificante. Esta época es caldo de cultivo para lo óptimo y para lo pésimo. De ahí lo dramático, en cada caso, para las opciones, ya que, de otra parte, el bien y el mal nunca han aparecido tan interferidos y enmarañados. Se elige un hilo, y no se sabe casi nunca a que ovillo conduce. Se necesita mucho tiempo. Mucho discernimiento. Y ¿quién discierne? Nunca como en nuestros días, son tan necesarios los buenos educadores, para esa ayuda, para ese cometido preciso e insustituible (no encomendado, por supuesto, a una computadora) de orientar, de estimular afanes, de saber distinguir lo que es luz y lo que es oscuridad; entre lo que tiene figura reconocible de racionalidad y lo que es simplemente borrón amorfo para la conducta y para la conciencia.
Repito que no me parece cierto lo de que ahora se estudia poco. Según lo miremos. Depende del estudiante, de la persona con quien nos tropecemos. Y en lo de no saber estudiar, ¿qué es no saber estudiar?
A uno le parece más bien cuestión de gusto o disgusto por el estudio. Aciertan los que hablan o escriben de la necesidad de enseñar a estudiar. Aciertan en la buena intención. Pero parece que es primordial conocer de antemano la madera. Hay alumnos a quienes estorba lo negro, como se suele decir. Y contra esto, la lucha se presenta en todo caso muy difícil. Otras veces se trata sencillamente que no se cuida de fomentar una afición oculta. Ahí está una de las principales discriminaciones para el pedagogo, ya que puesto que no todo el mundo gusta del estudio, del afán investigador, de la creatividad, —incluso entre personas inteligentes— ha de tener muy en cuenta el principio de la selectividad. Tampoco hay que considerar inteligente únicamente al intelectual o al artista. Para la inteligencia hay muchas direcciones. Es erróneo el creer que el buen coeficiente mental es causa determinante para hacer del alumno un filósofo, un químico, un historiador. Más importante quizá es saber si al alumno le gusta la filosofía, la química o la historia. Creo que, si es así, aprenderá entonces a estudiar la filosofía, la química o la historia, aunque no cabe duda que un mínimo de buenas aptitudes debe acompañar a la actitud. Los pedagogos hablan y no paran, de aptitud y de actitud. Quizás, si bien se analiza, aptitud y actitud se enlazan por la base.
No hay reglas para estudiar bien; importa la voluntad y gusto para hacerlo. Sin embargo, es fundamental para el estudiante, el darse cuenta de que encararse con un libro —sobre todo si es de ciencia o de pensamiento— entraña una lucha. Escribe Jaspers: «En el interior de quien estudia tiene lugar como una escucha que prestamos a lo que el autor nos dice; pero escucha que engendra , de una u otra forma, una lucha».
Escucha y lucha. Quien verdaderamente estudia no puede limitarse a la tarea perceptiva. No basta con enterarse de los textos. Quien estudia, si quiere hacerlo con fruto, no ha de limitarse a objetivizar o mineralizar el mundo que se le ofrece. El mundo no es una cosa. Es más bien —hasta cierto punto— una masa que nuestras manos pueden herir, modificar, modular. No se trata de que el estudiante luche precisamente en rebeldía contra lo que escucha. Se trata más bien de que su escucha se complete con una actividad que añada o que actualice. Y por supuesto, esta lucha en el estudio requiere una especial vocación. Por lo general se suele preferir derivar más bien hacia otras luchas, más fáciles, más lucrativas o más exitosas. Por eso, la lucha del auténtico estudioso, requiere un talante de ascesis, de renuncia.
Primero, se es estudiante; y cualquiera puede ser estudiante. Luego, se llega o no se llega a estudioso. La diferencia está en que mientras para éste la obligación se identifica casi con la devoción al saber o a la ciencia, para el simplemente estudiante, la lucha con el libro implica una hostilidad. Para uno, escucha y lucha forman un cuerpo, una unidad. Sabe organizar los conocimientos. Para el otro supone nada más ingerirlos; y si no se asimilan, si no se metabolizan, si no se transforma en estudioso, el estudiante, antes o después... vomita.
(JAÉN, 1 de junio de 1970)
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