—Diálogo, es la palabra del día. ¿Qué es dialogar?
—Dialogar es hablar con inteligencia.
—Yo creía que dialogar era discutir.
—Es que la discusión forma parte del habla. Ahora bien; para que la discusión merezca el nombre de diálogo, exige también un mínimo de inteligencia.
—Entonces, ¿todos los que discuten han de ser sabios o poco menos?
—No es eso. Inteligencia viene de entender. Los que dialogan —discutan o no— han de fundamentar su conversación en el supuesto previo de que mutuamente se entienden en sus respectivos puntos de vista. Una cosa es coincidir y otra entenderse. No se pide a los dialogantes que coincidan sino que se comprendan.
—A veces es difícil comprender, entender.
—Es difícil, pero nunca imposible. Hay, siempre, bases comunes.
—A ver, ¿qué bases?
—Primera: los que dialogan son personas. No dialoga un hombre con su perro, pero sí puede hacerlo con su enemigo o adversario. La enemistad es accesoria, accidental, pero la naturaleza de dos hombres, por opuestos que parezcan, es la misma. Si se escarba, siempre es más lo que nos une que lo que nos separa. El santo —por ejemplo— está más unido, por su naturaleza, al criminal que su gato o que a una gallina de su corral. Antes de dialogar, pues, hay que tomar conciencia de que un subsuelo común nos comunica infaliblemente con el oponente.
—Pero ese subsuelo está a veces tan hondo... Desearía que me enumerases otros supuestos previos al diálogo.
—La corrección o, si quieres, la educación. Para dialogar hay que partir de la corrección. Una grosería jamás puede constituir un argumento.
—Me lo pones más difícil todavía. Si cuesta encontrar el fondo de humanidad que hay en todo hombre, ¡qué ilusión la de contar, de antemano, con la corrección! Según eso, no pueden discutir nada más que los hombres cultivados. Y aun así, ¡ya ves las trifulcas de los parlamentos políticos, gente en la que la educación se supone, como se supone el valor en el soldado!
—Justamente, por eso, hay que formar a la gente para el diálogo, entrenarla en la discusión. Si se llega al mal modo en la exposición del punto de vista particular, es porque no se nos ha enseñado la técnica de la serenidad. Hay que convencer, lo primero, a la gente de que discutir no es pelearse. Hay que inculcar el principio de que el diálogo es, ante todo, un sistema de acercamiento y no de alejamiento. Por eso hay que dialogar, discutir, aun con el no preparado e, inclusive, con el no educado. Entonces, él, al encresparse, si encuentra réplica cortés y amable, frenará. Y la discusión se irá lubrificando. Ya dice el refrán que dos no se pelean si uno no quiere. Y hasta se podría añadir que, si uno quiere, dos se amigan.
—Luego, ¿el diálogo conduce a la amistad?
—Es su principal objetivo.
(Revista SA.FA., Núm. 31, enero y febrero de 1965)
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