La anécdota es bien sencilla: una vez, en la Iglesia del Salvador, durante los cultos de la novena del Santísimo que se celebra en abril, cayó, seguramente, un rayo que destruyó parte de la techumbre del templo. Todas las abuelitas que con su pequeño asiento debajo del brazo, siguiendo una pertinaz, inveterada costumbre, veis descender por la calle de la Cárcel estos días pascuales con dirección a la Sacra Capilla, lo recuerdan todavía con un sí es no es, amedrentadas y congojosas. Pertenecen a la buena generación, tan distante ya, que todo lo temía del cielo y casi nada temía de la tierra.
—Vamos a ver, Juanica, ¿por qué no nos cuenta usted?...
Juanica tiene ya los «cuatro veintes» (ochenta años). Cubre su cuerpo, menudito y encorvado, con un inmenso mantón de borlas, negro. No sé yo de qué echar mano para medir la resistencia física de esta «mujercica», que, valga este detalle, no ha dejado Juanica en los últimos cuatro últimos años un solo día de «rezar el Jubileo». Cuando nevó «por la aceituna» —dice ella— hace dos años, me escurrí al bajar la cuesta de Cobatillas yendo a San Nicolás, pero nada más se me «ejarró» el «echarpe».
—Vamos a ver, Juanica, ¿por qué no nos dice Vd.?
Casi sería feliz Juanica. Porque tiene Juanica cuatro hijas «bien casadas» y de ellas, once nietos. El mayor de todos, el de «su Francisca», ha salido de listo como su abuelo que en gloria esté, que una vez fue jefe de los municipales, cuando «los Montillas»... Va a la escuela de Don Cristóbal y ya se ha «desaminado» dos veces en Baeza... Digo que casi sería feliz Juanica, sino fuera porque su «nuera» María, la viuda de su segundo hijo, «el hijo suyo de su alma», ha salido como ha salido...
—Díganos Vd. Juanica, ¿cómo fue aquello?
—Pues mire Vd. —dice Juanica— aquello no se lo esperaba nadie, porque al entrar en la iglesia estaba raso como un pandero. Pero así que Fermín y Perico Huevos (q.e.p.d.) «emprencipiaron» a cantar la Letanía vino una «oscurana», una «oscurana», una «oscurana», cada vez más, cada vez más... Cuando el «cura centimillo» se bajo del púlpito, yo le dije a Dolorcicas, la madre de «los polacos», que estaba a mi lado con su nuera, le dije: —¡Ay, Dolorcicas de mi alma!, ¿no ves que «oscurana»? Y no había terminado decirlo, cuando... ¡Ave María Purísima!, no quiero ni acordarme...
—¿Y este año, Juanica, qué va a pasar este año?
Mira Juanica al cielo, que también, ¡ay!, está raso como pandero y responde:
—Pues es lo que le digo a mi nieto el que se «desamina» en Baeza, y el muy tunante se ríe. Cuando yo era mocica llovía en un día más que ahora en todo el invierno. Vivía yo entonces en la calle de las Parras, un poco más arriba de la casa de «las Boscadas» y una vez las canales...
ANSELMO DE ESPONERA
(Revista VBEDA, Año 1, Núm. 4, abril de 1950)
No hay comentarios:
Publicar un comentario