Jacques Maritain ha escrito
recientemente que el “hombre se va
pareciendo a una abeja que ya no tuviera el instinto de elaborar su miel”.
Sí, efectivamente, llenos de conocimiento como estamos, chorreantes de técnica
derramada, correosos de ciencia que no acierta a ser sabiduría, nos sumimos en
un estado de ánimo caracterizado, al par, por deslumbramientos y oscuridades;
si, de un lado, triunfalizamos a costa de los mil inventos de cada día y, de
otro, se nos nubla es espíritu cuando leemos en la prensa las catástrofes
morales de cada mañana, la bella frase del filósofo francés viene a abonar
muchos temores. Sí; existe el temor —casi el miedo— de que el hombre se olvide
de quien es. Sería la crisis mayor de nuestro tiempo: que se nos perdiera el
perfil y la figura, que se nos olvidará el qué,
el por qué y el para qué del hombre; que afanados, en fin, en la práctica de mil
quehaceres, perdiéramos definitivamente nuestra teoría. ¿Es que se puede ser hombre renunciando de antemano a una doctrina del hombre? Pero el hombre
elaboró siempre ideas, como la abeja elaboró siempre la miel. Mala cosa, pues,
que ahora abunden los que renuncian al pensamiento dejando así a la
inteligencia vacante. O empleando a la inteligencia exclusivamente en oficios
subalternos. Mala cosa que se le diga a la metafísica ¡basta!, al mismo tiempo
que se azuzan y espolean todos los corceles del instinto…
Juan Pasquau, en Úbeda
Mirador, Diario “Jaén”, 28 de septiembre de 1971.
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