Pero,
¿no habéis observado cómo el tiempo «se para» al encontrarse una plaza? Casi
sentimos que los siglos, terminada su carrera, han establecido su tertulia de
fin de jornada en las plazas de la ciudad; en las plazas algodonadas de
silencio, suavizadas de soledad, unas veces; sometidas a la exigencia
funcional, activa, otras. Cada siglo concurre a las plazas con una sobrecarga,
con remanente que necesita verter en un lenguaje eviterno de arte, de poesía,
de erubescentes lirismos. Así la plaza —ensanchada de paz— presta también su
morfología al seder de las centurias, de las jadeantes centurias abrumadas.
Juan Pasquau, en Biografía de Úbeda, 1958
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