La siesta es disoluta. La siesta
desconcentra las ideas, las alarga en hebras sin pesantez. El pensamiento se
pierde en la siesta como en un lago calmo. Demasiada calma. Y la calma no es
paz. Es nada más tregua. Por eso lo que se discurre en la siesta,
lánguidamente, es impura fragilidad. Desanuda la siesta en su linfa los buenos
afanes. Y la voluptuosidad de no hacer nada sustituye al placer limpio del
trabajo.
Juan Pasquau, en Siesta, Diario Jaén.
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