Se la encontró un labrador en el siglo XIV y... del seno de la tierra la trasladó al corazón de Úbeda. De entonces data el latido generoso del corazón de Úbeda.
(Pero, Señor, tan pequeñita, tan pequeñita...) Tan pequeñita quiso ser para caber en los recovecos estrechos del alma, para llegar a los entresijos arrinconados del espíritu. Así, ¡qué ubetense podía excusarse de guardar «sitio» en su corazón para la Virgen de Guadalupe! Ella tan grande, se hacía pequeñita, pequeñita, chiquitiya, chiquitiya... para poder entrar, medianera de todas las gracias, en la angostura mísera de las necesidades de sus hijos; para poder introducirse, intercesora de toda indulgencia, en los antros oscuros de la mezquindad humana.
Se la encontró un labrador en el siglo XIV, tan bonita, tan asequible a todos los fervores ingenuos, que la juglaría dispersa de la Úbeda reconquistada a la morisma, peinó sus greñas líricas y transfiguró la copla en canción.
Encontró Úbeda a su Reina... tan amante, tan amable, que se humilló a ser como el oro, tesoro enterrado, Ella que, exenta de la corrupción mortal, apacentaba, desde la Eternidad, los rebaños gloriosos de las estrellas. Y Úbeda quiso elevarla a las estrellas, alzándola sobre el pavés de su amor. ¡Qué ubetense puede negar «sitio» en su corazón a Ella que trae el favor grande oculto en sus manos de muñeca, a ella que se hace de juguete para devolver a los hombres el candor y la pureza, y la bondad...! Ningún ubetense puede decir «no» a la Virgen de Guadalupe, porque ante Ella aprendió a rezar; porque su estampa estaba —con recuadro de oro— en la casa que le vio nacer; porque su medalla pendió del cuello de la madre que le amamantó; porque estaba su efigie en el aposento mortuorio de la pobre abuelita frágil, frágil que un día de otoño quebró el viento de la muerte...
Se la encontró un labrador, chiquita y morenita... y la dio a los ubetenses en lugar de devolvérsela a los ángeles.
(VBEDA, Año 1, Núm. 11, noviembre de 1950)
(Fotografía: ALBERTO ROMÁN)
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