¿Paz o guerra? ¿Qué es el Convento: un fortín o un remanso? Ahora, es un día de mayo cualquiera; la Primavera zumba alrededor del Convento. La Primavera es la faz que usa la vida cuando quiere decirnos que es agradable. Sin embargo, parece, el Convento no hace concesiones a la Primavera; como no las hizo al invierno; como no las hará al estío. Por eso, el convento es un fortín: entraña una lucha. ¿No está la Regla sobre el tiempo? Las monjitas no adaptan sus trabajos al tiempo, sino el tiempo a sus trabajos. Todas las acciones del día, cada día, convergen como radios al centro purificador de la Plegaria. Gira el molino de las horas: Prima, Tercia, Sexta, Nona, Maitines, Laudes... «Siempre igual». Igual, aunque afuera ruja el huracán. Igual, aunque afuera las acacias enerven el aire de perfumes voluptuosos. Idénticas tocas cuando el cierzo flagela y cuando el austro acaricia. El Convento, sí, es un fortín, un lugar insobornable de combate... al pie del Altar.
Y sin embargo, dentro del Convento está la «tentación». El Patio es una naturaleza viva enrejada entre la ascética sobrenaturalidad del monasterio humilde. En el patio, sol limpio a la hora de Tercia, a la hora dorada, cuando día predica su alegría matinal; sol ebrio, de Sexta a Nona, cuando el medio día vence con su fervorín cegador de sensualidades rotundas; luna insinuante, acaraciante, paganizante, en la hora nocturna, cuando los Salmos de Maitines reiteran en el coro su melopea ineluctable... Aquí, en el Convento, no hay variedad empero. El tiempo es, nada más, una inexorable repetición esperanzada. La monjita vieja y arrugada, lo sabe; lo sabe, la tersa novicia blanca. Rezo, Misa, costura, refrigerio, rezo, recreación, más rezo. El tiempo, sumiso, está distribuido, subordinado, encadenado.
Nosotros, fuera del Convento, somos los sátiros, los faunos insaciables de las cosas efímeras, huidizas. Queremos detener al tiempo deslumbrante que pasa, con un abrazo. ¿Se burlan de nosotros las cosas? ¿Nos engaña la Primavera? Queremos conquistar para nosotros, la luna, el sol, las flores, la vida. Nos da tristeza, desánimo, esta vida de las monjas insobornables bajo la toca blanca, bajo el pardo hábito... ¿De qué naturaleza están hechas ellas, sujetas a la Regla, desasidas del Mundo? ¿Quién les ha dado fuerzas para luchar? ¿Quién les ha dado la sabiduría?
Son las esposas de Cristo, frente a la primavera de las acacias. Ellas, nos hablan de una dulce, inextinguible, espiritual Primavera. Dios, en ellas, sea loado.
(BIOGRAFÍA DE ÚBEDA)
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