Creo que sí; creo que ha llegado la hora en que el hombre sencillo, el que no vocea su prudencia, el que no hace alarde de su vida corriente, el que vive normalmente su existencia, levante la voz un poco para que los demás entiendan que lo suyo vale mucho más. Que sirve más la moderación que la radical postura. Que todavía la palabra "pureza" es válida. Y válida la palabra "humildad". Que la fidelidad a una idea, o a una mujer o a una fe no es, precisamente, una virtud apolillada. Gritar si necesario fuera, sí, para que no sólo se oiga la voz inarticulada de los insensatos, el dadá ignorante de esos neo-sabios que predican nuevas culturas. Vocear para convencer de que la serenidad todavía puede apacentar el mundo. Y que Dios está y no ha muerto. Claro que sí; vocear estas cosas va a constituir en seguida la mayor audacia.
Callar y callar cuando la mentira habla, es el más grande pecado.
Juan Pasquau, en Nada de callar y callar, Diario Jaén, 13 de abril de 1972
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