La Civilización consiste, cree
uno, en ir embotando los garfios de la violencia. Físicamente, el hombre no es
un animal de garra, ni un animal de zapa. No tenemos uñas, pero en compensación
nos hicimos violentos. Y la violencia es una constante histórica. Desde el
bastón paleolítico a la bomba de hidrógeno, el hombre instrumentó e instrumenta
con las armas sus escasas dotes naturales para la agresividad y la defensa. La
naturaleza —Dios, naturalmente— hizo al hombre para la paz; fue su Plan y, por
eso, en lugar de la garra, cuernos o uña venenosa, le dio espíritu. Pero el
hombre despreció al espíritu y envidió a la fiera...
Juan Pasquau, “Revista de
actualidad”, Diario Jaén, 9 de junio
de 1968
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