Divertirse es, naturalmente, vivir hacia afuera. Es alzar
las persianas, es abrir las puertas… asomarse al balcón. Puede ser muy ameno el
jardín de la vida interior. La soledad puede tener su peristilo íntimo, su
umbroso patio interno, adornado de geráneos y de madreselvas, con su fuente,
con su toldo y sus butacas… Pero por mucha que sea la lozanía de los jardines
interiores, hay momentos en que sus flores añoran el campo libre; por muy selectos
que nos resulten nuestros placeres íntimos hay ocasiones en que la Alegría
abandona el huerto y, ventanera, empieza a sonreír a la vida que pasa…
Desearía, entonces, el alma, cerrar con llave, siquiera fuese por unas horas,
la “vida interior” y realizar una excursión que la llevase lejos, bastante
lejos de sí misma. Con la llave de la vida interior en el bolsillo, el alma, de
buena gana, se iría de verbena: le serían presentadas ilusiones nuevas, bebería
optimismo —ese optimismo embotellado, de calidad, que sirven los “barmans” del
Olvido— y hasta es posible que aceptase los galanteos de un nuevo ideal…
Juan Pasquau, en Feria
y Fiestas, Revista Vbeda,
septiembre de 1950.
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