En efecto, tiembla el alma humana como una hoja. Tiene como una hoja su constitución, su esquema invariable. Pero tiene también su viento. Y el viento, cambia a cada instante de dirección y de fuerza. Pero ni se puede cambiar la hoja ni se puede acabar el viento. El engañoso viento "tienta" a la hoja: "Arráncate, sé libre, vuela". La hoja porfía. La hoja liberada, ¿no es la hoja muerta? Todo el suelo crujiente del bosque está lleno de hojas secas que un momento volaron libres...
¿Para el hombre hay otra libertad más noble y más cierta que la que promete a las hojas el viento? Para el hombre hay otra lealtad. Cuentan que Beethoven en sus postreros instantes gritaba: "Me parece que estoy empezando". Quizás es que estaba eligiendo en la encrucijada de la necesidad, del azar y del viento. Quizás es que se quedaba con el viento. Pero un viento que nacía interior, tan antiguo que resultaba avasalladoramente nuevo, distinto.
Y no obstante, esto parece triste. ¿Acaso es preciso llegar a morir para empezar el concierto? No es eso. El concierto comienza ya mismo, cuando se quiere, aquí, ahora. Nada más hay que tener en cuenta que no somos dueños de la clave del concierto.
Juan Pasquau, en Hombre y viento, Diario Jaén, 22 de junio de 1976.
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