Y así, fluyente, con naturalidad, sin emociones ni espasmos, sin subitáneos transportes, en una sobremesa no más, Dios instituyó el Misterio. Con toda sencillez, sin barrocas redundancias, Él lo dijo:
—Haced esto en memoria mía.
Juan Pasquau, en Además, Diario Jaén, 7 de junio de 1952
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