Pero en la plaza las trompetas dolientes ponían un festón de pena a la mañana y el gentío se agolpaba, expectante, a la puerta del templo. Dos largas filas de penitentes contagiaban su misterio al aire trascendido de violetas. Parecía como una feria —hasta había risas madrugadoras y pregones de pirulí en la ancha plaza—; pero, de pronto, una onda de silencio aquietó todos los gestos y cegó todas las palabras.
—¡Mira, el Señor!
Se había abierto la puerta del templo. Apareció Jesús Nazareno sobre su trono barroco. Las nubes de incienso acariciaban, flanqueaban amorosas el trono dorado. En el trono dorado se debatían, en desamparo, las llamas implorantes de los cirios. Los cirios...
Juan Pasquau, en Como la túnica de Cristo, Diario ABC, 10 de abril de 1963
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