Tocan a Misa del Gallo. En la alta noche, las campanas despiertas ponen en la fría oscuridad una esperanza. Es claro, que invitan a algo nuevo, a algo insólito. Proponen, desde luego, una religiosidad extra, una cordialidad de nuevo cuño. Pero no digamos tonterías repitiendo que la Navidad nos recuerda la dulce infancia. Eso es salirse por la tangente. Eso es derretirse en artificiosamente en delicuescencias yermas. Lo que pide la Navidad de cada uno es una fertilidad de hombre, un quehacer altruista de «persona mayor» . Las campanas que llaman a Misa del Gallo no quieren resucitar nuestra infancia, sino zarandear al adulto que llevamos dentro.
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