Lo más importante de la entrada de año no es el espacio de tiempo nuevo, blanco y sin historia, que tenemos a la vista. Es más decisivo el acrecentamiento interior que la terminación del año viejo nos depara. Porque no ha muerto en nosotros el año que finaliza; al contrario, al dejar de ser en el almanaque, ha comenzado a vivir, a ser vivencia, en nuestra alma. Cuando algo comienza a ser recuerdo es cuando se incorpora definitivamente a nosotros. Nada que vaya a venir o a suceder luego forma, en rigor, lo que llamamos «nuestro». Poseemos únicamente, al pasado, a la historia, a lo que es memorable. Porque ni la inteligencia, ni la voluntad, pueden operar en nosotros si no se sirven, si no se instruyen e instrumentan de la pura memoria...
No hay comentarios:
Publicar un comentario