Comúnmente ponemos en la tarjeta Año (con mayúscula) y Nuevo (con mayúscula también). Le hacemos este honor al tiempo que llega, le levantamos esa especie de arco del triunfo. Y es como una cortesía para inclinarle a que sea próspero; esto es, favorable, propicio, afortunado. Pero ahí está ese paquete apretado de días, incógnito y por ahora neutro. A mí me impresiona siempre el taco del almanaque. Trescientas sesenta y cinco hojas en bloque que luego, una a una, van a irse revelando. Y cada revelación será un relevo. Cada día tapa al siguiente. Y las hojas de los anteriores se las irá llevando el viento y caerán en el vacío del olvido. Cuando hayan pasado los trescientos sesenta y cinco días, ¿dónde estará cada hoja? (...) Es inútil querer conservar los días. El tiempo viene, pero para irse. No podemos guardar en nuestro cajón ningún día. Nada más las huellas. Únicamente eso nos es concedido: tener recuerdos. Llega la edad en que la frente enseña en las arrugas las efemérides pasadas. También la mano, el cuello, el brazo. El cuerpo entero, poco a poco, se va convirtiendo en libro de memorias.
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