Los astronautas han llegado a la luna no modificando la física y sus leyes, sino obedeciéndolas puntualísimamente; no elaborando una nueva estructura de los espacios, sino adaptándose fielmente a sus exigencias. No han revolucionado nada: han conseguido su propósito ateniéndose al cálculo previo, a los datos dados. No son reformistas del mundo físico, del universo. No han sido libres, han sido esclavos del cálculo, la ley y los condicionamientos. Por eso han triunfado.
Si hay pues, algo inmutable en el universo —sus leyes—, ¿cómo sostener que no existe, de la misma manera, algo inmutable en el espíritu, y que nada más ateniéndonos a esta inmutabilidad podemos, precisamente, descubrir y avanzar? Y ¿de qué les hubiera servido la libertad a los astronautas? Podían haber decidido no obedecer a los mandos técnicos y a los cálculos electrónicos, es decir, al absoluto inmutable de la Física. Pues bien, entonces, hubieran perecido, fatalmente.
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