La ingenuidad es cara, es difícil. Y muchas pedagogías la están poniendo más difícil todavía; hasta para los niños. Vivimos en una época de "listos" —que no de inteligentes—, afanada en el imbécil empeño de desvanecer lo maravilloso. (...) Entre unas cosas y otras, el resultado es que ya, apenas se escriben cosas ingenuas —cosas sabias— para los niños. No se escriben "cuentos" en el auténtico sentido de la palabra. Pero si el niño no ha leído cuentos y no ha sido ingenuo, ¿qué podrá ser cuándo sea grande sino un "vividor" de tres al cuarto, un hombre sin fantasía, un necio listísimo de esos que pululan por ahí de... "A mi no me engaña nadie"? El niño tiene que ser crédulo, exageradamente crédulo, si queremos hacer de él un hombre inteligente.
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