El fervor de los cofrades de Jesús Nazareno no puede deshacerlo la historia; es él quien hace historia. De tal forma que los cofrades, desde 1577, uno a uno, van muriendo y la cofradía queda, vive en espléndida lozanía ejemplar. Es un símbolo de la mejor tradición. No es arrastre de entidades muerta la tradición, no es excrecencia, sino testimonio al día de vivencias que trascienden y forma una especie de espíritu objetivo —que diría el filósofo— que preserva al hombre de la confusión. No estamos aherrojados a un mundo, sino llamados a formar un mundo.
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