El Renacimiento se enseñoreó, para siempre, de la Plaza. Declinó su “tema”, su radical prurito clásico, adoptando todas las desinencias estilísticas en la plural variedad arquitectónica. Así, el Palacio de las Cadenas representa un escueto nominativo de pureza, del más depurado corte greco-romano. Así, El Salvador exalta su fiebre pujante, morosa de reiteraciones, en los linderos casi de un narcisismo barroco. (Si el grecorromano fue el nominativo del Renacimiento, habrá que confirmar al barroco en función —¡oh embriaguez!— de vocativo). Así, el Palacio de Mancera —ablativo— complementa circunstancias de no muy directa, específica filiación; aunque siempre bellas dentro del Renacimiento.
Contemplar el Palacio de las Cadenas, trae aparejada una aquiescencia “lógica” del pensamiento ante la exigencia, teoremática, de la puntual armonía del edificio. Detenerse ante El Salvador propende a una “sugestión” del ánimo. Y... ¿ante el Palacio de Mancera? Una “inspiración”, un carisma, una elevación espiritual, late en este rincón silente de la Plaza que ha enmarcado tantas veces la emoción máxima de Úbeda en la mañana del Viernes Santo...
Inteligencia, Sugestión, Elevación moral; “logos”, “pathos”, “ethos”; Razón, Pasión, Espíritu. He aquí los tres módulos fundamentales en que se asienta la buena historia. El Renacimiento nos los ofrece en las fachadas del Palacio de las Cadenas, del templo de El Salvador, del Palacio del Marqués de Mancera.
(De BIOGRAFÍA DE ÚBEDA, 1958)
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