Porque como seguro, seguro inmortal diría yo, contra todos los relativismos, sólo la fe religiosa, con su constelación de verdades, señala su eje y su ciclo fijo, diamantino, abarcando el cielo y tierra, la eternidad y el tiempo. Aquí no cabe hablar de residuales fósiles de vidas vaciadas que huyeron o se fueron. Una cofradía es plantación viva con renuevos jubilosos que canta en cada generación el himno persistente de unos laureles que no pueden agotarse. Que no pueden agotarse porque no son simples ideas, construcciones mentales o dichosas costumbres. Sino, precisamente, el fermento, la levadura que preserva de corrupción no a las obras del hombre, sino al hombre mismo. Por eso la fe no es de ayer, ni de hoy. Por eso el cristianismo no se defiende del giro de los astros ni del trueque de los relojes.
Juan Pasquau, en "1577-1977", en Jesús Nazareno, historia y presencia, 1978.
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