Es bueno que el pueblo reunido no se constituya en «masa». La masa es informe, es una fuerza sin alma. Pueblo es algo distinto a masa... El Viernes Santo ubetense —gentío en las plazas, en las aceras, en las calzadas delante y detrás de la procesión— muestra una manifestación de pueblo, no una demostración de masa. El Pueblo, cuando se manifiesta, lo hace ajustándose a unas coordenadas previas. El Pueblo sigue un «Orden». La masa... se agita tenebrosa, gritadora y ciega. Úbeda es pueblo, muy pueblo, en el mejor sentido que puede darse a la palabra. Todas las buenas gentes de nuestros barrios —San Millán, Santo Domingo, San Lorenzo, San Pablo— se congregan el Viernes Santo en las calles y plazas. Se congregan pausadas, expectantes, lentas, casi solemnes, como obedientes a una Ley. Una ley que nadie —ninguna autoridad— dicta porque está promulgada «desde siempre» y su cumplimiento entraña la más fácil y armoniosa naturalidad. Y este pueblo libre, obediente a una norma vetusta, despliega en su multitudinaria asamblea —el Viernes Santo de Úbeda es una Asamblea de Úbeda— sus más recónditas esencias.
Así nuestra Semana Santa —obra de Pueblo— se desenvuelve sin una pifia como si fuese efecto de una preparación minuciosa y prolongada, como si alguna «organización» la hubiese precedido cuidadosa de todos los detalles, cuando, realmente, su esplendor cada año surge solo, resultado de un mancomunado afán a través de los tiempos. No exageramos al pensar que la Semana Santa de Úbeda es una auténtica «obra de arte», casi acabada en su perfección externa. Pero, ¿quién la ha hecho? Todos y ninguno. La Tradición. Se advierte enseguida qué pueblos llevan dentro tradición y qué pueblos no la llevan. Cuando falta tradición hay que organizarlo todo, es decir, todo hay que improvisarlo.
(Del artículo ÚBEDA, CIUDAD DE SEMANA SANTA. Revista Vbeda, Año 13, núm. 118, 5 de abril de 1962)
(Fotografía: RAFAEL MERELO)
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