Cada hora del Viernes Santo en Úbeda tiene su específica emoción. El amanecer quiebra, en la procesión de Jesús, la opacidad de las almas y ya todo el día es cauce abierto para la avenida acariciante de mil sentimientos viejos que la cotidianidad atascó y que, este día, libres, nos ciñen de purezas...
En plena mañana, ya «Jesús de la Caída», desgarrada su túnica, herido por el sol su rictus de dolor infinito, alza su desolación, su cansancio, su «derrota», su palidez. Y su mirada va reconviniendo pecados. Y mirándole hay que exclamar: «Pequé, pequé, pequé...» Más allá y más acá de la procesión esté el bullicio, puede estar el bullicio irresponsable. Pero la procesión lo purifica, lo exorciza.
A mediodía «La Expiración». Blanco y negro de los penitentes. Una marcha procesional desgarradora, que taladra, que despeña en torrentes de incontenidos trémolos, los embalses inmensos del dolor. Cristo izado en la Cruz. Úbeda sojuzgada, amorosamente sojuzgada, por el Drama. Úbeda fuera del tiempo, sierva un instante de la Eternidad.
Después «Las Angustias»... La tarde que quieta su plural, su floral, su vernal embrujo en la contemplación de la Virgen. Blancura de penitentes signados de la cruz. Cruz negra, repetida, reincidente, inagotable. Cruz negra para sellar el ocaso. Cruz negra predicando trascendencia a la loca risa, a la loca brisa.
Y luego «La Soledad».
(Del artículo ÚBEDA, CIUDAD DE SEMANA SANTA. Revista Vbeda, Año 13, núm. 118, 5 de abril de 1962)
(Fotografía: RAFAEL MERELO)
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