BLOG SOBRE JUAN PASQUAU - PERIÓDICO INTEMPORAL



PERIÓDICO INTEMPORAL DEDICADO A JUAN PASQUAU

Para que vuelvan a acercarse a la obra del escritor ubetense quienes tuvieron la suerte de conocerlo, para que lo descubran quienes no lo conocieron, para que todos crezcan en permanente conversación con sus escritos y su pensamiento.

viernes, 6 de agosto de 2010

SIESTA




Pájaros cantores. Pero, más bien, pájaros tijereteadores. La hora bochornosa se deshilacha en perezas. Y desde los árboles, los pájaros para todos los pequeños placeres estivales. Quedará su perfil nítido cuando el sol ya no pese abrumador, cuando pierda su rudeza, cuando su perpendicular asedio se dulcifique.

La siesta es disoluta. La siesta desconcentra las ideas, las alarga en hebras si pesantez. El pensamiento se pierde en la siesta como en un lago calmo. Demasiada calma. Y la calma no es paz. Es nada más tregua. Por eso lo que se discurre en la siesta, lánguidamente, es impura fragilidad. Desnuda la siesta en su linfa los buenos afanes. Y la voluptuosidad de no hacer nada sustituye al placer limpio del trabajo.

—¿Qué haces ahí tumbado?

—Nada.

Espléndido lujo, al fin, no hacer nada. Pero no estamos preparados para él. Si no se hace nada, el aburrimiento ocupa las extensas áreas vacantes. Y, entonces, el aburrimiento hostiga más, mucho más que la fatiga.

¿Se enciende, pues, un cigarro? En la siesta se ve mejor la inutilidad del tabaco: el castigo que, al fin y al cabo, es el vicio del tabaco. ¿De verdad el humo del cigarrillo ayuda a tomar posesión de sí mismo?¿Fija inspiraciones el cigarrillo? Pero hay una ilusión –no sé que ilusión– en la bocanada tabacosa que se expulsa. Es como un incienso laico para nuestras vidas. Es como una liturgia vacua de nuestro egoísmo, del de cada cual. Ahora, en la siesta, se ve mejor.

Y así la somnolencia nos asalta. Así empiezan a desleírse el juicio, a enmarañarse las imágenes, a confundirse los conceptos. Se pone pegajoso el sueño. Es como una miel para cazar nuestros últimos atisbos conscientes. Lo que pensábamos perezosamente hace unos instantes resbala en la gelatina de la somnolencia y ya el subconsciente emerge a flor de piel.

—Pero, ¿duermes?

—No; es que...

¿Por qué la excusa? Hay siempre una oculta vergüenza de declarar que uno se duerme. ¿Por qué? No se sabe. Quizá porque el sueño implica una abdicación, una dimisión, una derrota. Quizá porque dormirse humilla... Y en verdad, ver nuestro propio sueño sería un poco como ver nuestra propia muerte; aleccionaría bastante. Como aleccionaría ver nuestro bostezo y ser contempladores de nuestro cansancio. Y, sin embargo, no, uno no ve lo más débil de uno mismo, lo que nos hace ante los demás seres corrientes, vulgares, anónimos. ¿No roncaría Einstein lo mismo que un cortijero? Serían iguales o parecidísimos los gestos de Don Quijote y los de Sancho a la hora de la siesta en las tremendas tardes de la Mancha.

—No; no me dormía. Sólo cerraba los ojos.

¡Oh, la siesta! Tregua sin auténtico descanso. Sed. Pero sed del cuerpo, de la carne, de la materia. Sed que eclipsa la otra sed.

—¿Sabe cómo se quita mejor la sed? ¡Un café caliente!

Pues vamos al café caliente. Luego encenderemos otro cigarrillo. ¿Daremos luego otra cabezada? Los pájaros siguen tijereteando, siguen haciendo mangas y capirotes de la siesta.

(Publicado en Diario JAÉN)

1 comentario:

Anónimo dijo...

Excelente reflexión de un acto tan cotidiano como la siesta.
Aunque, como dice Juan Pasquau, el ronquido de Einstein debiera ser muy parecido al ronquido de cualquiera de nosotros sí que creo que la siesta de Einstein en el mes de agosto probablemente fuese muy diferente a la siesta del propio Einstein en enero. La siesta en el invierno suele ser un acto planificado y sometido a un control horario tanto en su inicio como en su final (suele ser más un "cabezazo"). En el invierno la siesta parece más bien una actividad muy dependiente de los escasos huecos disponibles de una agenda repleta mientras que en el verano la siesta ocupa, sin remordimientos, toda la agenda vespertina. La siesta de agosto es más ácrata, más franca, más espontánea y menos sibilina.
Podría deducirse, por tanto, que los ronquidos de la siesta de agosto (sean de Einstein o de un cortijero) suelen ser más desgarradores para el silencio postpandrial y producen más "contaminación" acústica que los ténues ronquidos -más aristócratas- del invierno. (En la pintura de Van Gogh que encabeza la reflexión de Pasquau se intuye fácilmente por el contrario que no todos los ronquidos son de la misma intensidad. El ronquido masculino será probablemente mucho más estrepitoso que el hipotético ronquido femenino, no sólo porque "las mujeres no roncamos" (¿?)sino por la diferente postura con que la pareja se prepara para la siesta).
Saludos a todos desde el mediterráneo.