BLOG SOBRE JUAN PASQUAU - PERIÓDICO INTEMPORAL



PERIÓDICO INTEMPORAL DEDICADO A JUAN PASQUAU

Para que vuelvan a acercarse a la obra del escritor ubetense quienes tuvieron la suerte de conocerlo, para que lo descubran quienes no lo conocieron, para que todos crezcan en permanente conversación con sus escritos y su pensamiento.

domingo, 23 de enero de 2011

LA FIESTA DE JESÚS





A mediados de enero, la «fiesta de Jesús», polariza en Úbeda un estilo. A estas alturas –¿alturas?–, cuando se quiere que pongamos todos nuestros relojes de acuerdo con la hora desacralizante, la celebración de una fiesta religiosa es en Úbeda «noticia». Cosa un poco rara, ¿eh? El hecho es que a la «fiesta de Jesús» vienen ubetenses –«hermanos de Jesús»– que habitualmente tienen su residencia fuera de la ciudad, incluso en puntos alejados de España. y esto, ¿por qué? Estimo que se debe a que la celebración de la fiesta de Jesús Nazareno marca el comienzo cada año de una etapa en la vida de la ciudad. Estimo que es porque en esa fecha –precisamente en esa fecha– la fuerza de gravedad de la Semana Santa empieza a hacerse sensible y palpable en nuestro pueblo. Ya, a partir de ahora, las distintas cofradías empiezan a organizar sus cultos, sus actividades. Una «movilización», en fin, de Úbeda se inicia.

El domingo hacía un día lluvioso, frío, desapacible. A las diez de la mañana, en Santa María de los Reales Alcázares, había un «lleno». No señor; a mi no me repugna aludir a los «llenos» en las iglesias ni lo estimo impropio. Lo considero digno de resaltar en este tiempo de «capillitas» religiosas y de templos vacíos; es decir, en esta época en que alguien preconiza liturgias de circuito cerrado; liturgias distantes del gran culto comunitario que da fuerza, intensidad y temperatura a las celebraciones piadosas... Era lluviosa, digo, la mañana y, en la iglesia de Santa María de Úbeda, una multitud se adensaba expectante. ¿Expectante ante el espectáculo? No se trata de espectáculo. Era una comunión –diría yo que de los que se fueron y de los que estamos, de los muertos y de los vivos– en que la tradición, en el mejor sentido de la palabra, volvía a actualizar su viva vigencia, su fértil sugestión sobre los ánimos tan frecuentemente desamparados, hoy, del abrigo de indeclinables certezas, de actitudes inequívocas.

En la fiesta de Jesús había hombres y mujeres de todas las generaciones. ¿Quién cree que los jóvenes no están o huyen de estas manifestaciones religiosas comunitarias que hay quien moteja de desfasadas o antiguas cuando nada más son genuinas; cuando lo que sucede es que, en ellas, no se mixtifican fervores ni pretenden justificarse «snobismos», que pasan o intentan pasar por aperturismos?

El padre Moneo, jesuita de la mejor estirpe ignaciana, pronunció en la «fiesta de Jesús», en Santa María de los Reales Alcázares de Úbeda, un espléndido sermón. Expuso a los cofrades de Jesús Nazareno esa «interpretación cristiana del dolor» –interpretación que Cristo plasma en la imagen con la cruz al hombro– hoy tan poco recordada en una atmósfera social cuyo punto de saturación de consumismo al servicio de la comunidad y del placer, empieza a rebasarse. Pero sí; esto que acabo de escribir es una frase del sermón. Así tiene que ser, porque sermón sin retórica, pero con esqueleto, sin grandilocuencia, pero con lógica vertebración de ideas, sin recursos lacrimógenos, pero pródigo en apelaciones a la verdad y al a razón, fue el sermón del padre Moneo, quien, muy al día, fiel a las auténticas doctrinas del Vaticano II, mostró la necesidad de restaurar en el alma del creyente la pureza de una conducta que no puede perder de vista las instancias a lo sobrenatural.

La «fiesta de Jesús» en la fría mañana de enero vuelve a poner un calor en Úbeda. Desde ahora, el calendario, de domingo en domingo, va a traer una confirmación a cada una de nuestras cofradías de Semana Santa, con la fiesta anual, con comunión eucarística de los cofrades, que respectivamente dedican a su titular; desde ahora, digo, el calendario conduce a Úbeda a su eclosión de fervores. No, no es sola y exclusivamente que la ciudad se prepare para sus procesiones. Esto sería –todos estamos de acuerdo– bastante poco. Porque la misión y empresa de las cofradías debe estar, y de hecho está, más acá y más allá de las procesiones. Si bien, no puede decirse que las cofradías cumplan a la perfección su misión, si cabe afirmar que en muchas ciudades, como en Úbeda, son las cofradías los núcleos de acción cristiana organizada con más radio de influencia y con mejores posibilidades de eficacia.

Sería casi infantil propugnar una acción cofradiera ceñida nada más que a la procesión. Ahora bien: están convencidas las Cofradías de Semana Santa de que la procesión, lejos de significar un espectáculo, es una manifestación que quiere contagiar a la calle de unas inquietudes, de unos misterios, de unos sentimientos que no son para celarse, para guardarse ni en el recinto cerrado de cada conciencia ni en el ambiente de los templos. Porque la calle –escenario tantas veces de lo trivial– debe impregnarse, al menos una vez al año, del sentido de lo trascendente. Porque la calle, mil veces escaparate de lo cotidiano y más de una vez vertedero de lo que empieza moralmente a pudrirse, debe saber, también, de la Cruz de Cristo y del Cristo de la Cruz. Ya que –decía el padre Moneo– ahora vivimos tiempos en los que se quiere a Cristo sin la cruz y a cruces sin Cristo.

En las cofradías, por debajo del recamado de sus apariencias festivales, hay acumulada una sapiencia y una piedad de siglos. Las cofradías no pueden arriar su bandera, medrosas a la última moda del viento. Las cofradías están seguras de sí mismas. Dispuestas a ahondar cada vez más en interioridad cristiana y en acción cristiana. Sumisas a cualquier sugerencia de la Jerarquía y del Magisterio Eclesial; no renuncian sin embargo a su vigoroso estilo de piedad, tan respetable por lo menos como esos otros estilo que nacen hoy quizás con un pueril deseo que quiere adquirir en exclusiva todas las patentes de autenticidad.

jueves, 20 de enero de 2011

EL RITMO PERDIDO




El «principio de repetición» dicen los psicólogos es uno de los motores de la risa infantil. Se le pone a un bebé un dedo en la nariz y nos mira. Se le pone la segunda vez y sonríe. A la tercera ríe y a la cuarta su alborozo es incontenible. Freud, que siempre trascendentalizaba a su modo llevando el agua a su molino, piensa que «el principio de la repetición es una forma del instinto de la muerte». Demasiado, Freud, caramba. Ahora que estamos en Reyes no va uno a creerse, cuando los chiquillos se ríen con sus juguetes –y casi todos ellos son por hache o por be máquinas de repetición–, que adivinan precisamente el fin de su vida y por eso sueltan la carcajada. Es macabro, ¿no?

Más bonita es la teoría de Klages sobre el ritmo «que precede todo el acontecer cósmico». El ritmo es una repetición –repetición de lo análogo en análogos tiempos– que tiene más de vida que de mecanismo, ya que no se trata simplemente de una repetición de tendencia inorgánica como la pulsación de las estrellas, sino proclive a la efusión cordial como el ciclo de las estaciones. En cada fiesta que trae el almanaque estamos seguros de que algo nuevo vuelve. Es un encanto de las navidades. Siempre nuevas y antiguas. Nunca repetidas, pero análogas. Eso es el ritmo. Una frescura inédita que se añade a la pulsación. Está en la antípoda de la monotonía. El péndulo es monótono. La música es ritmo. Cualquier bella tradición tiene sentido musical al hacer de cada época del pasado un indicio para el arpegio de mañana. Y el recuerdo se llama así (re-cordo) porque frotamos con el golpe actual del corazón una repetición que precisamente deja de ser tal para convertirse en ritmo al enriquecerla de vida palpitante.

Ciertas canciones actuales explican su éxito por el mucho «ritmo». Sería, quizás, deseable que conservasen el ritmo eliminando, sin embargo, algunas gangas de ruido anejas. Anejas, pero ajenas a la verdadera música. Aquí encuentro yo el inconveniente, el gran defecto de muchos usos y abusos de ahora. Abusos que van desde el plano del pensamiento al plano estrictamente artístico, pasando por el político. Con frecuencia hacemos pieza anexa de lo ajeno y formamos compuestos mentales y actuaciones prácticas y misturas artísticas sorprendentes. Algunos comportamientos cristianos –por ejemplo– repiten su tema, pero han perdido el ritmo al anexionarse otra música. Pero una melodía que obedece a distintas claves pasa a ser ruido.

Hamlet insertaba su obsesión dramática en su debilidad. Era –dice Goethe– «una encina plantada en un vaso de porcelana». Creció la encina –potente arboladura musical– pero estalló en ruido roto el vaso. ¿Pasará –piensa uno– eso en los ritmos de esta cultura nuestra que ya no tiene su compás propio y se limita a repetir novedades en lugar de renovar las repeticiones? Quizás sé explicarme: un artista que, ávido de originalidad, inventa en cada cuadro su novedad, empacha infinitamente más que el que en cada obra perfecciona su personal estilo. Por eso, pienso, decía don Eugenio d’Ors que «lo que no es tradición es plagio». Una tradición se renueva ahondando su raíz. La novedosa moda envejece cada día porque cada vez busca un modelo diferente. Nada más hay una verdad, pero caben mil mentiras. Sólo una autenticidad, pero innumerables manera de copia. Por eso el plagiario, a primera vista, parece fecundo, como, al principio, el embustero resulta ingenioso. De otro lado, sutiles empeños virtuosistas, pero poco virtuosos, que propugnan difíciles e imposibles alianzas (cristianismo-marxismo; o ciertos expresivismos artísticos que perdieron la fisonomía, cualquier fisonomía; o maridazgos literarios que al fin quedan en bonitos ejemplos híbridos para el escaparate, pero sin descendencia), recuerdan la encina en el vaso de porcelana.

Veremos si podemos recobrar paso y ritmo: música. Que repetición ya hay, que ruido ya hay.

(IDEAL, 7 de enero de 1978)

domingo, 16 de enero de 2011

HOGUERA DE SAN ANTÓN




Día 17.— San Antón. Hoguera en la Plaza del Generalísimo. Venta de buñuelos. La buñolera puede servir como ejemplo, como paradigma de la actitud estoica. La buñolera puede llamarse «Basi» o puede llamarse «Ponce»... Sin inmutarse, soporta el griterío plebeyo de todos los demandadores mientras despacha, a quien le da la gana, «roscas» y más «roscas», ante el coro implorante y deplorable de los chiquillos y de los otros que solicitan sin cesar: «¡¡Basi, Basi!!» o «¡¡Ponce, Ponce!!». Ella, la buñolera, desprecia el griterío y sirve sólo a los recomendados. ¡Hace falta demasiada influencia para adquirir buñuelos en la noche de San Antón! Y luego... a los buñuelos de «Ponce» les falta sal.


Anselmo de Esponera

(Del artículo Diario de la Ciudad (Enero), VBEDA, Año 6, Núm. 61, Enero de 1955)


(Fotografía: José Carlos Martos)

viernes, 14 de enero de 2011

NOVENA DE JESÚS





Día 13.— Se celebra en Santa María la Novena a Jesús Nazareno. La voz antigua de Úbeda resuena a veces en estos actos de culto tradicional, entre ecos de campanas, fragancias de incienso y seda de evocadoras melodías ancestrales. En Santa María –tan fría en el anochecer– hay un bisbiseo de devotas. Y unos cofrades con candelas encendidas, embozados en su vieja capa parda, acompañan al preste en la Reserva: «salen a ocultar». Unas violetas ante el Nazareno. Los trémolos encendidos del predicador invocan añejas virtudes. Pesan los siglos, pesan las generaciones, al anochecer, entre música algodonosa de armónium, en la iglesia de Santa María.

Anselmo de Esponera

(Del artículo Diario de la Ciudad (Enero), VBEDA, Año 6, Núm. 61, Enero de 1955)

jueves, 6 de enero de 2011

LO QUE PIENSAN LOS JUGUETES







Gaspar tiene una larga, maravillosa barba de plata; parece la barba del Padre Eterno de la Historia Sagrada de nuestra infancia... cuando en aquellas láminas cromadas el Señor aparecía poniendo orden entre las estrellas. Melchor es un mago pensativo: los problemas del mundo y de la historia han clavado su incógnita en el fondo arenoso, blando, de su alma. La luminosidad de sus ojos profundos ¿está hecha de cambiantes?; hay un trasfondo oculto en su mirada azul. Cansados de impregnarse de hondura, los ojos de Gaspar dilatan ahora su visión larga sobre las cosas...

Y Baltasar es un mago ingenuo, de corazón limpio. Todas las ternuras han dejado huella en su alma de nieve: las avecicas del Cielo han picoteado el armiño... ¿En qué piscina lejana lavará el mago blanco su fatal estigma? El mundo, el cielo, los ángeles, los hombres, abren su efusividad generosa a Baltasar. Y Baltasar se adelanta al recibimiento con su mirada transparente. Pero esconde sus manos de antracita... Él, tan puro, teme mancharlo todo. Quisiera tocar, sólo con los ojos... ¿En qué piscina bruja habrá un remedio para su estigma?

Gaspar, Melchor y Baltasar están en el reino alto donde se condensan los sueños. Cuando los niños son todavía ángeles sueñan cada noche con el Cielo. El Reino de los Magos es una nube de purezas alimentadas, día a día, por la evaporación... infantil. Cuando del niño se ha evaporado todo el ángel, la nube de oro se desplaza...

Gaspar, Melchor y Baltasar, en su palacio, rodeados de juguetes flamantes, se disponen a emprender su azul caminata. La estrella de Jacob tiembla de frío... Hay un trajín de preparativos en Baltasar. Y una sonrisa en Melchor. Y un malhumor en Gaspar...

* * *

Antes de salir de Oriente, Melchor ha hablado:

―Nuestros juguetes clásicos, Rey Gaspar, ¿no están ya un poco anticuados? Presiento que los niños de ahora...

―No sigas, Rey Melchor ―ha replicado Rey Gaspar, un poco enfadado―. Ya sé lo que quieres decirme. Antes los niños tenían un gusto vario y encantador... Unos pedían soldaditos de plomo; otros, un caballo blanco de cartón; otros soñaban con el trenito y con el juego de bolos. Pero hoy, el gusto de los chiquillos se ha «standardizado». Hoy sólo piden... balones y bicicletas. Es un descaro...

―Hasta en los nacimientos de los hogares ―ha dicho sonriente Baltasar― he visto a los pastores caminar a Belén en bicicleta. Y en vez de borreguitos, llevan balones al Niño Jesús...

―¡Orden! ¡Orden! ―ha exclamado furibundo Rey Gaspar. ¿A dónde vamos a parar? Yo soy un mago. No soy un director de colegio... Yo no regalo balones a los niños. El juguete, si es juguete, ha de conservar un resorte de fantasía. Dentro del balón no se esconde ningún sueño.

―Estás un poco anticuado, Rey Gaspar...

―Comprende, Rey Gaspar, que...

Y como el reino de Baltasar, Melchor y Gaspar es un reino mago, han hablado también los juguetes.

El caballo grande cartón.

―Yo ya no sirvo, Majestades. (Y el caballo de cartón se ha enjugado una lágrima.) Creo, la verdad, que casi nunca he servido para distraer a los niños. Reconozco que mi tamaño, de momento, entusiasmaba a los chiquillos de... antes. Saltaban de la cuna, el día de Reyes, y se montaban en mí, mientras paladeaban un «duro de chocolate»: era un juguete de vanidad... Los primeros días me sacaban a la acera de la calle o al parque. Mis días felices eran estos... Se montaban uno a uno, los niños del barrio. Pero como yo me quedaba quieto... A los quince días sólo me cabalgaba el niño de la portera. Y al mes..., me desterraban al sótano, al granero, a la buhardilla... Me comían las telarañas y me devoraban las goteras. La humedad terminaba por abrir mis entrañas huecas. Entonces mi panza de cartón...

El tren.

―Yo, Majestades, hablo en representación de todos los trenes de juguete. Los niños nos desean, sueñan con nosotros, se agolpan en los escaparates, sobre todo, cuando somos trenes eléctricos. Pero... En cuanto a los trenitos humildes de lata se refiere ―una locomotora y tres vagones chiquitos con ruedas de... silbato―, se mueren enseguida abollados, vagón a vagón, en cualquier rincón. Y por lo que toca a los eléctricos, ¡es una infamia!, estamos condenados al secuestro. Los padres nos separan el 7 de Enero de los niños, con el pretexto de que es la hora de la escuela y... ya no nos vuelven a sacar a la luz hasta que viene a casa una visita de categoría. Entonces mamá, dice muy satisfecha al nene mayor: «Anda Pepito enséñale a este señor lo que te han dejado los Reyes...» Pero luego, papá, no deja a Pepito coger los vagones y le amonesta cuando intenta tocar la locomotora porque... puede darle calambre. ¡Una verdadera infamia!, repito...

El meccano.

―Los padres ricos que se empeñan en que los chiquillos de siete años deseen ser ingenieros, cuando ellos que quieren es ser curas o toreros... nos destinan a nosotros, los meccanos, para que distraigamos el apetito y el sueño, de los chiquillos mimados, en la mesa del comedor, mientras los chiquillos mimados tiran de los pelos a la niñera y llega el huevo pasado por agua de la cena... Pero los niños que van a ser ingenieros no dan pie con bola y confunden todos los tornillos. Y luego, cuando llega el huevo, arrojan la pieza maestra a la cabeza del hermanito pequeño. Y como el hermanito pequeño responde, el huevo se llena de meccano, y el meccano se llena de huevo, y... ¡no sirvo para hacer ingeniero!

Entonces Baltasar miró lejos... La trompetita de lata estaba calladita, acobardada ante el tumulto de los juguetes ricos. Rey Baltasar la invitó a que hablase ella también.

La trompeta de lata.

―Yo... soy un pobrecito juguete. Como tengo este color verde y como... sueno, el nene pobre me coge con mucho interés y empieza a soplarme (y la trompeta verde, se pone colorada). Pero, cuando el día de Reyes salgo a la calle en los labios del nene pobre, pasa un nene con un patín, y otro con una bicicleta, y otro con una gran pelota, y otro con...y yo me caigo de los labios del nene pobre...

Todavía querían hablar más juguetes. El sablea desea decir que él sirve mucho para distraer en su camita al niño paralítico que sueña con ser capitán... La escopeta, iba a protestar de... Pero en esto, entre los juguetes saltó, botó y rebotó ―con engreimiento, con prosopopeya, con orgullo― el Balón de reglamento, y dijo:

―¡Bah!... Tonterías. Ningún juguete sirve donde me plante yo. Los niños lo saben y todos, todos vosotros, sois un anacronismo. Y no digo más porque... ¿para qué? Aunque Gaspar se enfade, no hay Reyes espléndidos sin balón.

Y el Balón de Reglamento, volvió a botar entre los juguetes... Y las muñequitas se encogieron de miedo dentro de sus cajas. Y los meccanos replegaron su envidia y hasta las piezas rojas se pusieron amarillas de odio. Y todas las escopetas quisieron disparar al balón... Y todos los sables quisieron pincharlo... Pero el balón, prepotente, botaba y botaba ante los ojos asombrados de Rey Gaspar...

Y vino una turba de angelitos sonrosados del Cielo, en bicicletas, con el Niño Jesús a la cabeza.

―¡Vamos a tirarte un «penalty» Niño Jesús! ―gritaban los angelitos. No te enfadarás, ¿verdad? Aquí hay un balón. Aquí hay un balón. ¿Lo pararás, Niño Jesús?

Rey Gaspar se puso iracundo; Rey Melchor se puso pensativo; sonrió Rey Baltasar. Y Niño Jesús se puso a tocar la trompetita de lata del niño pobre.

Anselmo de Esponera

(VBEDA, Año 2, Núm. 24, diciembre de 1951)

miércoles, 5 de enero de 2011

NAVIDAD JOVEN







¿Forma juvenil de pasar la Navidad? Pero... pasarla, lo que se dice pasarla, no es lo más importante. Más decisivo será saber lo que queda, después de que haya pasado.

...Que quede, por lo pronto, un deseo. Joven es quien desea, todo el que desea. Urge, no obstante, seleccionar los deseos. Creo que la Navidad puede plasmar un Deseo, (con mayúscula) que, cada uno, cada joven, debe tallar, puede tallar, según su estilo personal; pero sin perder de vista , desde luego, el modelo.

En este tiempo, tan en crisis, todos necesitamos un asidero de fijeza inconmovible para que ni las ideas ni las conductas se nos desmanden o pierdan la brújula. Así, el Deseo no puede ser otro que Dios. ¿Nos hemos puesto alguna vez a desear con toda nuestra alma a Dios? ¿Hemos probado a hacerlo?

He ahí un buen ejercicio de Navidad con efectos proyectivos, es decir, cuya vigencia no debe pasar cuando la Navidad haya pasado.

(Revista TANTEOS, Núm. 5, Navidad de 1964)

lunes, 3 de enero de 2011

LA TENTACIÓN






Teníamos la casa en orden y, ahora, vivimos condenados a arreglarla cada mañana. Tal es el sentido que da Péguy a la caída original. En el Paraíso, las verdades estaban en su sitio: nos había Historia. La Historia ha sido una sucesión, una irrupción continuada de cosas sin colocación previa. Nuestro castigo es buscarles acomodo. Y como cada vez hay más novedades, el apuro crece. Para todos, la urgencia es un clima; no queda tiempo para nada...

No nos queda tiempo, hemos acrecentado el caudal y el hogar está repleto. Somos ricos en la Tierra. ¿Quién podrá todavía contar, pieza a pieza, su tesoro? No cabe en los cofres. Fuimos edificando torres, erigiendo filosofías. Sin embargo, como no nos devolvieron el Paraíso, acordamos tácitamente derribarlas. Con sus sillares desmontados hemos hecho dinero, mucho dinero.

¿Materialismo? Sí, pero el espíritu también cobra. Precisamente circula mucha moneda para él. ¿Acaso hubo nunca más cultura? Pero se trata de saber cómo nos las vamos a componer para arreglar la casa. No lo olvidemos: es nuestra condena. Se trata de arbitrar medios para que el hombre quepa con todas sus riquezas. Cuestión pavorosa. ¿Problema de aparcamiento? ¿Problema de circulación? ¿De vivienda? Cuando las ideas trascendían a ideales, la dificultad se simplificaba. Pero –lo hemos apuntado– sucede ya al revés. Se desintegraron los ideales y abundan las ideas. Abatiéronse las torres para la capitalización de las piedras. Al descongelarse los clásicos fervores, pululan mil valores desmembrados, fraccionarios. Así, después de la desamortización, no hay ingenio que no se enriquezca. Es como una quiebra. Como un saldo. La ocasión la pinta calva.

Quizá este ciclo de la Navidad abre una brecha. Surge la sospecha. ¿Sería mejor desconfiar de tanta particular abundancia, de tanta... belleza? Porque resulta que esta vanidad estorba. ¿No nos quejamos de la urgencia? ¿No nos inquieta la proliferación de las cosas sin colocación precisa? ¿Y si restituyésemos cada uno nuestra piedra para de nuevo levantar torres? Quedaría más desembarazada la Historia, abriríamos cauce a una actualidad menos enojosa. Si tornásemos a los ideales, si arquitecturásemos una sintaxis de anhelos comunales, si renunciásemos, si nos decidiéramos a sacrificar la propia ermita en aras de la Catedral... no tropezaríamos a cada instante. Y la tarde –“al atardecer te examinarán de amor”, escribía Juan de Yepes– nos sería más propicia.

Péguy llama al Mundo “el señor cuerpo”. El “señor cuerpo”, al fin y al cabo, está enamorado del alma a quien festeja y engalana. El alma es su “joven dama”. Pero él es demasiado rico para ella. Y no bastan los inventos de los “señores sabios” para convencerla:

He aquí al señor cuerpo junto a su joven dama.
El quiera presentarla a los señores sabios.
Ella, pensando siempre en su primer adviento,
mira la Navidad, la llama, el nochebueno...

La Navidad, cada año, es la tentación del bien para el alma sofocada que no encuentra sitio ni tiempo para poner la casa en orden.

(VBEDA, Año 18, Núm. 145, diciembre de 1967)

sábado, 1 de enero de 2011

LO DE PRÓSPERO





«Próspero Año Nuevo»
(De las tarjetas de felicitación)

Comúnmente ponemos en la tarjeta Año (con mayúscula) y Nuevo (con mayúscula también). Le hacemos este honor al tiempo que llega, le levantamos esta especie de arco de triunfo. Y es como una cortesía para inclinarle a que sea próspero; esto es, favorable, propicio, afortunado. Pero ahí está ese paquete apretado de días, incógnito y por ahora neutro. A mí me impresiona siempre el taco del almanaque. Trescientas sesenta y cinco hojas en bloque que luego, una a una, van a irse revelando. Y cada revelación será un relevo. Cada día tapa al siguiente. Y las hojas de los anteriores se las irá llevando el viento y caerán en el vacío del olvido. Cuando hayan pasado los trescientos sesenta y cinco días, ¿dónde estará cada hoja? Recuerdo que yo, cuando niño, quise coleccionar todas las arrancadas hojas del taco del almanaque, cada una con su anécdota, con su chascarrillo, con su máxima, con su «curiosidad». Imposible. Llegué nada más al 14 de enero. Entró una bocanada de aire por la ventana, me las arrebató del pupitre y volaron por el aula de la clase. Yo era un chiquillo raro. Me produjo la cosa un poco de amargura y el incidente me puso filósofo. Pero un chiquillo de diez o doce años que se pone filósofo, no sirve ni como niño ni como filósofo. Pero sí, me incliné a pensar! (He dicho me incliné y remacho la palabra. Uno se inclina instintivamente cuando piensa. No sé por qué. Inclina la cabeza y, a veces, hasta la espalda. Será por el peso).

Me di cuenta, aquel día que se me volaron las hojas del almanaque, de la advertencia. Es inútil querer conservar los días. El tiempo viene, pero para irse. No podemos guardar en nuestro cajón ningún día. Nada más las huellas. Únicamente eso nos es concedido: tener recuerdos. Llega la edad en que la frente enseña, en las arrugas, las efemérides pasadas. También la mano, el cuello, el brazo. El cuerpo entero, poco a poco, se va convirtiendo en libro de memorias.

«Próspero Año Nuevo», leemos en la tarjeta. Pues... Dios te pague, amigo, el buen deseo. Siempre el optimismo, al meter su cangilón en la honda cisterna, nos levanta un agua limpia y refrescante. Es cuestión de empeñarse, de proponérselo. Tenemos la obligación de prosperar, de adelantar en algo cada día. Para eso nos levantamos. Si no, nos quedaríamos en la cama. «Tirarse» de la cama al principio de cada jornada es un poco salir al ruedo. A la lidia del día que Dios acaba de concedernos. Cuidado. Cada mañana y cada tarde tienen su lidia. Solamente en el taco del almanaque coinciden, son iguales, los días. Tan pronto los arranca la actualidad, cada uno emprende su vuelo autónomo. Y ¿es la vida quien modela el tiempo o el tiempo quien modela a la vida? Así así. Ni una cosa ni otra. Las dos cosas. La vida —el impulso propio personal— le puede al tiempo. Y el tiempo le puede a la vida. Lucha de poder a poder ¿Optimismo? Sí, claro que sí. El optimismo es casi un deber (lo repito, por eso uno se levanta cada mañana). Pero sin ser iluso, sin incurrir en candidez. Porque el mundo está ahí como una resistencia incesante. Hay que contar con eso. Vivir es ir venciendo mientras se pueda. ¡Ah, la vida! Tan gratuita de primeras, tan fácil al primer lance y luego ¡tan difícil! Y, ¿por último imposible? ¡Bah, de todas formas queda el gran revulsivo, el gran acicate, el fenomenal estímulo de la Esperanza! La Esperanza, siempre con su estandarte en alto frente a todas las esperas malogradas, defraudadas, heridas por la lluvia y desgarradas por el viento.

Se harán el relevo uno a uno los días. Llegarán las jornadas del concierto y las del desconcierto. Péndulo y ritmo de la vida. Luz y tiniebla, claroscuro. Vendrán cien días grises, pero no seguidos. De vez en cuando, uno de color. Con risas porque sí, sin causa. ¿Placer y dolor? El dolor tiene camino y causa... y cansa. El placer no tiene raíz y gusta... y gasta. La dicha es porque sí y el dolor porque no. Cada día su margarita. Sin embargo, todo alimenta. El dolor aprieta, pero ejercita al ánimo. Y cuando menos se piensa salta el surtidor de esos júbilos regalados que brotan sin programa. Es tonto abrir vías a la alegría. Cuando es genuina e intensa se forma sola, encima del momento, sin preparación, como uno de esos ágiles chaparrones de abril.

¡Próspero Año Nuevo!, me deseas. Dios te pague, amigo, tu amistad. Ahora estoy en el campo. He visto una flor humilde. El primer heraldo de una primavera todavía lejana. Pero la flor me está acusando a Dios. La he tomado del césped. Y me la he metido en el bolsillo como una moneda. ¡Claro que es una moneda! Toda promesa es una moneda... En el campo, muy cerca, al borde de un camino, un mulo, impávido, predica quietudes estólidas. Pero de lejos me llega el silbo de la ciudad tentadora. Disueltos en la lejanía los ruidos y los claxons, adivino risas y sollozos que en la ciudad se atropellan ignorantes del instante futuro. Acá, en el campo, en mi provisional retiro, paz. Una euforia sin énfasis, un fervor sin figura.

Y tengo que decir «no» a la estólida quietud sin alma del mulo que me mira sin verme. Y «sí» a la vibrante oferta de vida que la ciudad brinda. Hay que entrar en el juego, hay que entrar en baza. Con la flor en el bolsillo. Con la belleza del campo en el recuerdo.

Y habrá que soltar el amor en el aire, desprendido de su manoseada palabra.

Y día tras día nos irá desgranando Dios.

(Diario JAÉN, 13 de diciembre de 1974)