BLOG SOBRE JUAN PASQUAU - PERIÓDICO INTEMPORAL



PERIÓDICO INTEMPORAL DEDICADO A JUAN PASQUAU

Para que vuelvan a acercarse a la obra del escritor ubetense quienes tuvieron la suerte de conocerlo, para que lo descubran quienes no lo conocieron, para que todos crezcan en permanente conversación con sus escritos y su pensamiento.

lunes, 20 de junio de 2011

LA MODESTA ALEGRÍA





Hay estados de ánimo motivados por circunstancias —más bien sucesos— de carácter externo, y los hay de índole constitucional. Todo el mundo ha estado alegre o triste muchas veces. Se trata, entonces, de alteraciones más o menos intensas y efímeras que vienen imperadas por lo que nos pasa. Pero hay también quienes son de talante eufórico o depresivo, y eso no depende de lo que llega de afuera, sino de la estructura íntima del espíritu. Sin embargo, en cualquier caso, aspirar a la total y perenne alegría es una bobada, como lo sería sumirse en una absoluta e incondicional tristeza. No es posible un perpetuo clima de buen tiempo para el alma. Vienen las tempestades y, como sea, hay que capearlas... Ahora bien, es más factible la fortaleza, es decir, la aptitud —y la actitud— de mantener erguido el ánimo cuando el ánimo está a punto de abatirse. (Digresión: Yo distinguiría entre ánimo y ánima. El ánima, de género femenino, suele ser blanda, sensitiva, emocional y vacilante. El ánimo, en cambio, es más bien espíritu; está más cerca del yo íntimo y, si cabe expresarlo así, está hecho de sustancia más consistente.)

Cita Santa Teresa de Ávila la «modesta alegría» de una de sus monjas —creo que palentina—, Beatriz Oñez que abrumada por «un mal terrible que la atenazaba» se mantenía siempre con un semblante apacible, dando pruebas de una armonía psíquica envidiable. Este caso de «modesta alegría» lo cuenta Santa Teresa en el Libro de las fundaciones. Uno piensa que puede argüirse como ejemplo, egregio ejemplo, a imitar. Porque ¿podemos comprometernos todos a una indeclinable alegría programada para toda la vida? Esto es desaforada y necia ambición. En cambio todos podríamos proponernos con éxito, el ser modestamente alegres, cifrando un optimismo arraigado en fortalezas de espíritu y no fundado en el irresponsable vaticinio de que todo irá bien y todo vendrá de perlas. Eso es esperar pretenciosamente la felicidad. Y ya se sabe que la felicidad es un subproducto: no es inteligente buscarla, constituirla en objeto de un ansia indeclinable; pero es posible hallarla cuando buscamos algo mejor. Por ejemplo, cuando nos enfrascamos en una misión, cuando perseguimos un ideal. Pero siempre la felicidad —igualito que la alegría— si la queremos duradera, tiene que ser modesta.

La gente que aspira a la íntegra alegría sin mancha, o ha vivido muy poco, o tiene poca frente, o confunde los términos. Estimo que existe ahora tanta neurosis por la sencilla razón de que cualquiera se las promete felices. Y, como la promesa no se cumple, ante la menor adversidad surge la desazón, la zozobra. Porque, ¿es posible que todo marche bien? Si nada más hay ánima —y no hay ánimo— llega el insomnio por cualquier cosa. O va mal el negocio. O tengo un grano en la pierna. O va a haber tormenta. O discutí con Fulano. El neurótico convierte en preocupaciones todas las ocupaciones. Y sucede así, por miedo. El miedo tremendo a perder la felicidad de un día nos hace insoportable la misma felicidad de ese día. Pero debiéramos ser realistas. Debiéramos aceptar que el cielo nublado es tan natural como el cielo azul. Por nuestro deseo de completa felicidad, se nos quita la «modesta felicidad» que hacía grata la vida de Beatriz Oñez, aun en medio de su terrible enfermedad.

Pero acabo de leer otro emparejamiento de palabras muy frecuente en nuestros clásicos que también me hace pensar. Es la «mansa pobreza». Rodríguez Marín le encuentra antecedentes en Juan de Mena. Se ve en Laberinto de la fortuna este verso: «Oh vida segura de mansa pobreza». En La Celestina, finiquitando ya el siglo XV, se leen estas palabras dirigidas por la vieja a Parmenio: «Mucho más segura es la mansa pobreza». No falta la expresión en el Guzmán de Alfarache, donde la cita tiene calidad epigráfica: «Pero hermano, este don dio el Altísimo a la mansa pobreza, la cual El estimó y preció y la tuvo por compañera toda la vida».

Tampoco hoy nadie se contenta con la mansa pobreza. La pobreza es mansa cuando nos permite vivir apaciblemente y cuando las necesidades cubiertas y los mismos ocios asegurados, no se levantan en nuestra vida esos oleajes —oleajes de más, más y más— y esos deseos de «doce vita» para los que todo el dinero es poco. Está claro que cuando caminamos en pos de la riqueza sin límites, toda mansedumbre, toda paz, toda apacibilidad se ausentan del ánimo. Pero es éste el espectáculo que siempre, quizás, ha brindado el mundo, y más aún ahora.

He aquí un punto de cita para todos los cristianos, progresistas o no, tradicionalistas o innovadores. ¿No podríamos comulgar todos en una aspiración común —una aspiración al menos— a las dos insoslayables virtudes cristianas de la «modesta alegría» y de la «mansa pobreza»? Partiendo de aquí, y tomando la cosa con absoluta sinceridad y en serio, ¡qué fácil sería lo demás! Ya se sabe: disuena lo de «aspirar» a la pobreza y contentarse con lo poco en la alegría. Suena mal, pero la naturaleza enseña ya todas estas cosas. Nada emocionaba tanto a Antonio Machado como la modesta primavera soriana sin demasiado alarde floral. Y nada fortalece tanto como la contemplación y la audición de un amanecer en el campo cuya euforia corre a cargo casi exclusivamente del sol y de los pájaros. ¿Por qué no imitar a la naturaleza? Si, además, de las virtudes sencillas hacemos los cristianos virtudes sobrenaturales, es decir, si moderada alegría y casta pobreza son transmutadas en Esperanza y Amor, miel sobre hojuelas. Pero no sabemos, no sabemos ser cristianos...

(IDEAL, 17 de junio de 1973)

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