BLOG SOBRE JUAN PASQUAU - PERIÓDICO INTEMPORAL



PERIÓDICO INTEMPORAL DEDICADO A JUAN PASQUAU

Para que vuelvan a acercarse a la obra del escritor ubetense quienes tuvieron la suerte de conocerlo, para que lo descubran quienes no lo conocieron, para que todos crezcan en permanente conversación con sus escritos y su pensamiento.

viernes, 8 de marzo de 2013

TORRES




Se llama a Úbeda la “ciudad de las Torres”. Entre el caserío urbano ellas representan los brotes de una vocación señera; “ceñidas por el viento”, buscan la soledad en la altura. Son unos viejos órganos, tentáculos metafísicos de la piedra, erectos en la topografía asimétrica de los pueblos. Los modernos trazados ciudadanos suelen carecer de estas antenas de infinito, de estos respiraderos religiosos que son las torres seculares. Porque no hay que confundir la aspiración vertical de las torres, con la verticalización laica de los rascacielos. El rascacielos, en todo caso, aspira a colonizar la altura. No es lo mismo. La torre avanza hacia el cielo con trabajo, con temblor y ansia, tímida de lo eterno; asciende hecha cántico orfebral, conmovida de campanas; se va sutilizando, espiritando, adelgazando, a medida que se va sintiendo rodeada de azul: cuando termina, es ya sólo un punto. Pero el rascacielos —paralelepípedo de osadía, suprema baladronada de nuestra civilización de cemento— se planta con gesto prepotente en medio de la gran ciudad y retando, un poco, a la torre, le dice:

—¿Conquistar el Cielo? Sí; para establecer en él pisos y oficinas.

La torre contesta con su lengua inefable de campanas, y el rascacielos, quizás, ironiza:

—También con el ascensor, como con la oración, se puede alcanzar la altura. Tú te has quedado vieja y por tu escalera gastada, de caracol, para uso de sacristanes, circula un husmillo de ajada melancolía; hay en ti una arteriosclerosis, que en vano intentan disimular tus cresterías y tus pináculos. Más te valiera mi anatomía rotunda de atleta gigante, con uniforme de ventanas. ¿Ves? Cada ventana encierra una oficina con su viejo millonario y su linda mecanógrafa sentimental...

Pero la torre de la iglesia, señera en el azul, prosigue su viejo campaneo maravilloso; su musical campaneo que se cierne, eterno, sobre el Espacio y sobre el Tiempo.

No sería posible en Úbeda este “diálogo” de los rascacielos y de las torres. Son ellas las que parlamentan entre sí, apacentando perennes tertulias de edificaciones vetustas en las plazas sonorosas, en las escondidas callejas. De ellas desciende, en los crepúsculos, el crisma del Ángelus; se engalanan de repique mayor el día de la fiesta grande. El “clamor” de sus campanas sonó cuando el entierro de nuestros padres: sonará —Dios lo quiera— el día de nuestro entierro.




La torre de El Salvador, con su chapitel bulboso, es la “capitana mayor” de esta legión peregrina de eminencias ubetenses. Muy cerca de ella, la del Palacio del Marqués de Mancera no pierde su elegante sonrisa del más linajudo Renacimiento, a despecho del tiempo y de las grietas inclementes. La de Santo Domingo, enfeuda uno de los barrios más caracterizados de la ciudad. La del Palacio del Conde de Guadiana, con su gesto de nobilísima matrona, es una torre de “gran mundo” en el concierto vario de la ciudad de las torres. No lejos, la de San Pedro, de una desnudez casi mendicante. La del Reloj municipal, sobre un cubo de la muralla árabe, se levantó en la mejor hora de España, con una originalidad de concepción difícilmente superable. La de San Millán tiene un aspecto de torre leprosa, aherrojada, fuera del cinturón amurallado. La de San Nicolás, añora pasadas supremacías... La de la Trinidad, en el centro de Úbeda, tiene una alegría, siempre impregnada de actualidades y de primaveras. La más moderna, la de la Sagrada Familia, todavía sin pátina, blanca casi, asume para ofrecerla al cielo, la “última promoción” de edificaciones ubetenses...





Y en una esquina del pueblo, las de Santiago. Cuatro torres como cuatro vigías alertas, enmarcan la fábrica del Hospital. Diríase cuatro bastiones, frente a la épica embestida del viento. Horras de campanas, exactas de geometría, deslumbran al sol en sus chapiteles férvidos: le embriagan en las taifas variopintas del azulejo. Más laicas, menos obsesas de ascetismos que las restantes torres de Úbeda, custodian, sin embargo, la Casa del Dolor. Contrastan, un poco insólitas, en la monumental fundación del Obispo Cobos. El ubetense que durante algún tiempo ha vivido fuera de su tierra, advierte una eclosión de sus más escondidas nostalgias, al sentir imantada su vista, en el jubiloso regreso, por estos mástiles de piedra: mástiles alzados en la proa de la ciudad de la Loma. Otean las torres de Santiago, las veredas, los senderos, las carreteras que confluyen en la ciudad. Centinelas eternos, atisban, en los grises atardeceres invernales, el caminar, entre canciones, de las cuadrillas de aceituneros que vuelven, cumplida la jornada. Atalayan el lento paso de las recuas interminables, sosegadas, agobiantes, cargadas del fruto generoso que se recolectó en las tierras mansas de Valdejaén, de Valdeolivas, del Arroyo del Val; o en los arenosos regazos de la “Villa Arriba”. Desde las torres de Santiago se ve la flagelante comba del viento sobre los olivares de plata. Sus veletas acusan los húmedos augurios del ábrego fértil... Saludan a todas las lluvias, a los viajeros y al viento.

(De BIOGRAFÍA DE ÚBEDA)

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