BLOG SOBRE JUAN PASQUAU - PERIÓDICO INTEMPORAL



PERIÓDICO INTEMPORAL DEDICADO A JUAN PASQUAU

Para que vuelvan a acercarse a la obra del escritor ubetense quienes tuvieron la suerte de conocerlo, para que lo descubran quienes no lo conocieron, para que todos crezcan en permanente conversación con sus escritos y su pensamiento.

domingo, 12 de diciembre de 2010

EN LA CALLE SAN JUAN DE LA CRUZ.-




Había de tener el santo dedicada en Úbeda una calle así: una callejuela, no una vistosa avenida. ¿No parecería bastante extraño, lo de “Gran Vía de San Juan de la Cruz”? San Juan de la Cruz, para hablar con Dios, para cantar de Dios –para orar, para poetizar–, se “instalaba” en el centro del alma. Al centro del alma, creemos, no se llega sino a través, precisamente, de inusitadas callejuelas del pensamiento. Es muy compleja, muy difícil, el alma; no está trazada a cartabón. Y sus “distancias” no pueden ser medidas a compás: no son, jamás, distancias en línea recta. Por eso, cualquier operación intelectual exige doblar muchas esquinas, superar muchos obstáculos topográficos del alma... y del cuerpo. ¿Quién es capaz de conocerse mediante lógicas geometrías analíticas? ¿Quién, introspectivamente, usando de trazados en ángulo recto, podrá introducirse en el meollo de la genuinidad, de la intimidad? (En la intimidad, está abolida la línea recta.) Para encontrarse a sí mismo hay, en todo momento, que atreverse más, siempre más, en el sinuoso dédalo de la “complicación” personal.

Cada hombre es una “persona”; he aquí una verdad –con apariencias de perogrullada– que olvidamos con frecuencia. Porque cada persona es –se sabe hasta la vulgaridad– un mundo. Un mundo distinto y aparte que, como tal, informado de vivencias exclusivas probablemente, adolece de un trazado peculiar, de un plano vital diferente. Sucede en el trabajo de la introspección que podemos creer que hemos dado con nosotros mismos, que nos hemos encontrado, cuando llegamos a éste o el otro rincón, a cierta esquina del alma que, a lo mejor, para otros, representa algo así como el centro geográfico de sus vidas pero que, para uno, está situado más acá o más allá. Así, nos confundimos, erramos. Y, creyendo constatar nuestra carácter específico en lo que, probablemente, puede ser en nosotros, accidente o circunstancia solamente, desistimos de penetrar más hondo, más adentro de la propia intimidad. Y sospechamos entonces que, más adentro, sólo podemos hallar barrios miserables, oscuros: deleznables suburbios de nuestra personalidad. ¿No preferimos circular, más bien, por las anchas vías del genérico afán común, tapiando nuestra mismidad, entregándonos al tráfico –más social que personal– de la convivencia, del sentir uniforme? Eliminamos de esta manera lo más valioso de nosotros mismos; hurtamos lo más sincero, a nuestro autoconocimiento.

Pero enseñó el santo carmelita a penetrar, a través de inextricables caminos, en el recinto último del espíritu. Desde su último recinto, San Juan hablaba con el Señor, cantaba al Señor. Es un reducto apartado de Úbeda, pues; superadas muchas esquinas –paraje ambiguo, complicado de callejas– tenía que encontrarse el convento en que murió el Cisne de Fontiveros. Porque el alma es, quizás, una “vieja ciudad”. Y San Juan de la Cruz era el nocherniego insaciable de esa oscura, difícil, “vieja ciudad”.

(De BIOGRAFÍA DE ÚBEDA)

(Fotografía: Justin and Sophie)

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