BLOG SOBRE JUAN PASQUAU - PERIÓDICO INTEMPORAL



PERIÓDICO INTEMPORAL DEDICADO A JUAN PASQUAU

Para que vuelvan a acercarse a la obra del escritor ubetense quienes tuvieron la suerte de conocerlo, para que lo descubran quienes no lo conocieron, para que todos crezcan en permanente conversación con sus escritos y su pensamiento.

jueves, 11 de noviembre de 2010

LAS DIFERENCIAS




Lo que somos, lo que tenemos, lo que representamos. Shopenhauer encontraba, de dentro a afuera, estas tres categorías de la personalidad. El proceso de desigualdad entre los hombres va a acentuándose a medida que nos acercamos a lo cortical o externo. En lo que respecta al ser –núcleo último– ¿quién se diferencia demasiado de quién? En la playa, a la hora del baño, la barriguita del subsecretario general no ofrece señal alguna que la distinga de la barriguita del oficial de tercera. Si esto sucede en lo físico, ¿qué será en lo moral? Desnudo el espíritu, hecho un montoncito de lo que tenemos y otro de lo que representamos, apartados estos montoncitos en un rincón o colgados de una percha, lo que nos queda es la intimidad más o menos limpia o miserable; nuestra virtud, nuestro dolor, nuestro pecado, nuestra alegría, nuestra particular inteligencia... Es decir, lo intransferible, lo inalienable. Pero, entonces, las diferencias son más bien pequeñas. Y cuando son grandes, se advierte poco. Porque van tapadas. Normalmente lo que tenemos y lo que representamos oculta lo que somos. Y aquí radica lo curioso: las ostensibles diferencias, las accidentales diferencias, mucha más visibles, eclipsan las auténticas diferencias.

¿Tenemos mucho o poco dinero? Cuanta endeblez íntima, cuántas precariedades del ser sin recambio que cada uno es, disfraza el dinero que es una especie de musculatura ortopédica mediante la cual infinitos hombres suben escaleras que, de otra forma, les serían insuperable obstáculo para alcanzar la altura o puesto que desean. De manera que, entre mi prójimo y yo, las diferencias en cuanto al ser son pequeñas, pero auténticas. Y las diferencias en cuanto al tener, son grandes pero convencionales. Ahora bien, en lo social lo convencional prima sobre lo real. Este es uno de los fallos de este tiempo comunitario: nos juzgamos los unos a los otros, tomando como punto de referencia los botones del chaleco, sin pensar que las diferencias genuinas cuando existen estarían más bien en el botón del ombligo. Quiérase decir que nos clasificamos –por ejemplo– a partir del partido político a que pertenecemos, accidente en realidad el más externo y menos autónomo que imaginarse puede.

Sin embargo, lo cómico –o lo trágico– es que la lucha, como efecto de la ambición, se produce en lo humano, más que para nivelar diferencias del ser o del tener, para borrar las distancias del «representar». Las distancias, los honores –los «honores» son cosa bien distinta del honor–, los cargos, los signos de poderío, ocupan y preocupan demasiado. Con frecuencia descuidamos la salud y hasta con altruismo despreciamos al dinero, arrastrados por el señuelo de una «representación». La representación nos peralta sobre el común de los hombres. Un cargo ya es un pedestal. Se explica la afición política de muchas personas, más que por vocación de la cosa pública, por vocación al pedestal. Indudablemente las diferencias convencionales adquieren aquí mayor formato. Si los desnudos –hemos dicho– del rico y del pobre son iguales, ya el vestido, el zapato o el sombrero pueden marcar signos de diferenciación conduciéndonos a valorar lo que tienen sobre lo que son. Pero cuando la distancia se hace verdaderamente ostensible es cuando de dos señores, uno ocupa el puesto de jefe y otro el de barrendero de la tienda. ¿Distancia convencional? Exacto. Pero –repitámoslo– lo social, es el reino de lo convencional.

Lo que somos, lo que tenemos, lo que representamos. Haría falta, parece urgente, que el hombre, en proceso de introversión, vaya apartando de su personalidad el boscaje de lo convencional –de lo que representa y mas adentro el boscaje de lo que tiene– hasta toparse en soledad consigo mismo, con el jardín escondido, con el propio huerto. Sólo allí hallará sus rosas y sus serpientes. Nada más allí alcanzará su reducto, la parcela donde la voluntad tiene jurisdicción. «Ni en el mundo, ni tampoco fuera del mundo es posible pensar, aparte la naturaleza divina, nada que pueda considerarse como bueno sin restricción, a no ser tan sólo una buena voluntad.» Así escribía Kant. Pero en estos tiempos de intemperie, ¿quién asegura que su voluntad es suya? Beber agua de la propia cisterna; he ahí el mayor lujo ahora.

(IDEAL, 3 de noviembre de 1977)


2 comentarios:

Anónimo dijo...

Me permito opinar de Pasquau que era un apasionado de la naturaleza humana. De los que estoy pudiendo leerle, los mejores artículos (perdón: los que más me gustan) son los que hablan de la manera de ser del hombre, en su hondura y en su complejidad. Late una antropología positiva y optimista, aunque mezclada con cierto pesimismo "sociológico". La receta, la dice de maneras distintas en varios artículos que han aparecido aquí: ir adentro de uno mismo. A la propia cisterna (es muy buena esa metáfora).

Andrés C.

Anónimo dijo...

Gracias otra vez por tus comentarios, Andrés.
Los artículos de Juan Pasquau son literatura al servicio del hombre.
Es verdad que en algunos artículos aparece lo que llamas "pesimismo sociológico". Sin embargo no era, ni por asomo, un anacoreta, y menos aún una persona elitista: tenía cierta predilección por la gente sencilla-

Miguel Pasquau.