BLOG SOBRE JUAN PASQUAU - PERIÓDICO INTEMPORAL



PERIÓDICO INTEMPORAL DEDICADO A JUAN PASQUAU

Para que vuelvan a acercarse a la obra del escritor ubetense quienes tuvieron la suerte de conocerlo, para que lo descubran quienes no lo conocieron, para que todos crezcan en permanente conversación con sus escritos y su pensamiento.

martes, 8 de junio de 2010

EL GOBIERNO



Siempre deseando un buen gobierno. Es difícil, por lo que se ve, a todos los niveles. Rectores, jefes, directores, gerentes, abundan por todas partes. Pero, ¿encajan? Rara es la persona que no gobierna algo. Por lo menos, padre o madre de familia es cualquiera y, sin embargo, no sabe cualquiera dirigir a sus hijos o estar –estar con aire, autoridad y tipo– al frente del hogar. Esto es grave. El mundo (y dentro del mundo, los diversos mundos y mundillos) reclaman conducción y ruta; todos estamos de acuerdo. ¿Hasta dónde y hasta cuándo? Cuando hay que decidir o simplemente opinar, quién gobierna, cómo gobierna, qué gobierna y hasta qué punto gobierna, empiezan las diferencias de criterio. Y gracias si, entonces, no comienzan también las guerras calientes o frías...

Ya es un problema el hecho de que casi todos nos consideremos maduros para dirigir o para mandar en algo o en alguien. Esto exigiría, como contrapeso, el que muchísimos hombres –muchísimos– aceptasen convencidos su papel de gobernados y dirigidos. No obstante, no sucede de esta manera. Acaece, precisamente, lo contrario. El desfase es palpable. Por ejemplo, la democracia política arranca de la noble idea de que todos los ciudadanos pueden llegar por lo menos a concejales. Pero ello no quieren decir que todos sean efectivamente concejales. Los concejales siempre han de ser pocos. Teóricamente excelente, la democracia no puede –ni puede ninguna otra metodología política– conseguir que quienes se consideren maduros para el gobierno, se consideren, asimismo, maduros, llegado el caso, para la obediencia.

No sueno eso de maduro para la obediencia. Es cierto que el tiempo y la cultura han ido consiguiendo, en ciertos aspectos, adelantos sensibles. Tiranías, oligarquías, nepotismos, autoritarismos a ultranza se van borrando de los mapas políticos. Pero quizás solo de los mapas. Ya que suprimidos o desdibujados los aparatosos abusos de autoridad (se acabaron los zares, los monarcas absolutos, los emperadores, los señores feudales), no han podido extirparse en cambio del alma de cada persona la ambición, la soberbia, la voluntad de poderío. No trato de moralizar, sino de exponer realidades. Porque es cierto que hay seres, numerosísimos seres, incontables seres, que impacientes, no paran, no descansan hasta alcanzar una oportunidad de decir, con el mayor enfado posible, aquello de «¡Aquí quien manda soy yo!». Basta para ello con que –por ejemplo–, en la oficina donde trabajan pasen de una mesa pequeña a otra con algo más de responsabilidad; es decir, a otra un poquito más grande. Estos «cambios de mesa» son piedras de toque para detectar a los dictadores de vía estrecha. Quizás son los peores.

Y es lo terrible. Porque por muchos cambios de estructura política que la Historia depare, no se podría evitar nunca que los déspotas de «tercera división» o de «segunda regional» afloren por todas partes. Cada soldado –decía Napoleón– lleva en su mochila el bastón de mariscal. Es bonito. Pero es conflictivo. Si nadie, en el fondo cree que ha nacido para quedarse en soldado, en ciudadano simple, en hombre gris, sucede que la máquina de gobierno –o la máquina administrativa– se atasca. Parece lógico que para que exista gobierno, es premisa indispensable que haya gobernados. La democracia cambia nada más el mecanismo político: establece una manera racional de acceder al mando. Pero no puede ningún demócrata creer que mandar en democracia es gobernar menos o de otra forma. Ni sostener, a no ser que se quiera incurrir en demagogia, que elegir por sufragio universal al alcalde, al gobernador o al diputado lleva aparejado el derecho de controlar o discutir o protestar las firmas que luego, cada día, al pie de los oficios, los documentos, los bandos o los comunicados, estampará la autoridad respectiva.

Estimo que se habla y se escribe mucho sobre metodologías políticas. Quita esto tiempo para dar la importancia que tiene a la función política en sí. Lo malo es que accedan a la función directiva –en cualquier nivel, en cualquier plano, en cualquier aspecto– los incapaces, los inmorales o los necios. Pero que los incapaces asuman cualquier función directiva es desgracia que puede suceder en todos los regímenes y con todos los sistemas. Así es que, quizás, lo urgente no es saber si la gente está madura para aceptar ésta o la otra metodología política. Es más decisivo conseguir que los ciudadanos uno a uno puedan formarse políticamente, en colaboración cívica, en patriótico deseo, tanto para la posible función de mando, como para la probable de la obediencia. (¿No gusta la palabra «obediencia»? Pues cambiamos el vocablo, dejando el concepto.) En última instancia, la política es, ante todo, cuestión de educación. Se trata de lograr hombres idóneos para el gobierno. Un perito en la materia, daba estas notas del gobernante ideal: que todo lo que proyecte lo cumpla, que tenga una gran capacidad de síntesis, que reduzca al mínimo la improvisación, que acierte en la delegación de funciones a fin de librarse de las tareas de menos monta.

El buen político debe ser así. Sin embargo, en ocasiones, el buen político es anulado –y parece paradójico– por «la política». Por la política en el sentido peyorativo de la palabra. «La política», así concebida, proyecta y no cumple: carece de perspectiva, no abarca en poderosos síntesis las facetas contradictorias de la república (de la cosa pública); improvisa soluciones a destajo, haciendo así brotar, de los remedios para la enfermedad, enfermedades nuevas; no delega ninguna función, tiene miedo a perder las riendas, quiere para la visión un ojo gigante y único, como el de Polifemo.

Es difícil la función de gobierno. Y el mayor peligro es que la política se impregne de politiqueo; luego, el politiqueo es plano inclinado para los extremismos. Y, ¿cómo evitar los extremismos? Escribe Saavedra Fajardo: «Ne quid nimis, omne tulit punctum». Huya de los extremos, mezclándolos con primor.

Con primor. Con los hilos distintos y opuestos de un bordado.

(IDEAL, 18 de julio de 1975)

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Pareciera que anoche Juan Pasquau,se sentara en su despacho,enfrente de Sierra Mágina y del valle del Guadalquivir y delante de su máquina de escribir, entonces no existían los ordenadores,decidiera que el artículo del Ideal sería sobre el gobierno,sobre los políticos y modos de gobernar......,pero no,no ha sido ayer,han pasado muchisimos años,han pasado muchisimos políticos y muchas formas de gobernar,pero todavia campan por sus respetos el politiqueo y toda clase de políticos necios, inmorales é incapaces de los que Juan Pasquau ya nos advertia.
Nunca dejaré de admirar la clarividencia con la que JP entendia la vida,en todas sus facetas y todo lo que puede enseñarnos todavia
Rosa G. Pasquau

Manuel Madrid Delgado dijo...

Llevas razón. Al preparar los artículos para el blog, uno va descubriendo la pasmosa actualidad de Juan Pasquau, lo que lo convierte en un clásico. Porque, ¿qué es un clásico sino un intemporal o un clarividente? En cualquier caso, el discurso de los clásicos sirve para todos los tiempos, y el discurso de Juan Pasquau cumple ese requisito. Es un verdadero lujo. Lástima que su obra no esté más difundida.
Saludos.

Anónimo dijo...

Qué bueno sería que entendiéramos que la "cultura política" es la mejor defensa frente al "politiqueo", y por tanto un presupuesto necesario para la democracia. En estos tiempos de deterioro de la cultura política de una sociedad más consumista que ciudadana, más individualista que cívica, más primaria que reflexiva, más temerosa que generosa, la democracia pierde energías por las fisuras del suelo en el que se asienta. En la distición clásica ya se hablaba de demagogia como desvirtuación de la democracia, igual que la tiranía era la desvirtuación de la monarquía, y la oligocracia desvirtuaba la aristocracia. Pero la vacuna contra la demagogia está en lo que se apunta en este artículo: más formación, más educación, más cultura política y más entereza moral y ética de la sociedad.

-- Para quienes visitan este blog y se encuentran con los comentarios de "Rosa G. Pasquau", quiero presentarla: es sobrina de Juan Pasquau, hija de su hermana Genara (una de las mujeres más extraordinarias que yo he conocido, una de las personas a las que más echo de menos en mi vida)y con un sentido de "pertenencia familiar" como el que era común antiguamente. Ella conoció a su tío Juan en el ámbito íntimo de la vida familiar, y por eso le pasa lo que a mí: la admiración por sus escritos se mezcla y se amplifica por el recuerdo de su persona.

Gracias otra vez, Manolo Madrid, por la iniciativa y la llevanza de este blog, que nos trae a la actualidad a Juan Pasquau.


Miguel Pasquau.