BLOG SOBRE JUAN PASQUAU - PERIÓDICO INTEMPORAL



PERIÓDICO INTEMPORAL DEDICADO A JUAN PASQUAU

Para que vuelvan a acercarse a la obra del escritor ubetense quienes tuvieron la suerte de conocerlo, para que lo descubran quienes no lo conocieron, para que todos crezcan en permanente conversación con sus escritos y su pensamiento.

jueves, 25 de noviembre de 2010

NOVIEMBRE






En el parque, las hojas de los árboles habían adquirido un color rojizo, como enfebrecido. Noviembre trae limpias tardes de un sol naranja pálido y oscuras tardes de lluvia lenta. Está la tierra húmeda y parda. Otra vez la tierra es madre nutricia y poderosa más atenta a la siembra que a la flor. ¿Será verdad que el otoño es triste? Estaban rojas —rojas de muerte próxima— las copas de los árboles y las hojas al desprenderse tenían una caída vacilante. Se me ocurrió recordar los «Violines del Otoño» de Paul Verlaine y luego, sin proponérmelo, salió el tema de la muerte. El me dijo que no había por qué hablar de la muerte; que ella estaba allí ineluctable, y que era inútil ocuparse de ella puesto que evitarla no es posible. Añadió que no le preocupaban sino los problemas y que la muerte no es problema: que, acaso, nada más es misterio. Yo le contesté que el hecho de que no podamos nada contra la muerte, no es razón para marginar su consideración o recuerdo ya que, en definitiva, sean cuales fueren nuestras opciones y vengan como vinieren nuestros sucesos, a la muerte van a concurrir nuestros futuros y futuribles, de manera que constituye nuestra única seguridad. Además —dije— ¿no es su misterio, precisa­mente, su aliciente? Las distintas civilizaciones, ¿no han modulado de manera distinta su música y su ruido, porque distinta ha sido su respuesta y su actitud ante el tema inquietante? Y, ¿no es como es cada persona, según es su postura ante la muerte?

Yo creo —me contestó— que como estamos en la vida, sólo nos concierne hacer la vida y que la muerte nos es esencialmente ajena mientras somos, puesto que ella es el no ser. Y entonces yo le dije: ¿De verdad crees que la muerte nos desmonta, que nos quita el «yo» además de arrebatarnos «esta vida»? He aquí la cuestión —me replica—; hay efectivamente que elegir entre creencia y no creencia. Pero decidirse a creer en la inmortalidad del alma y en la resurrección del cuerpo, ¿asegura algo?

Creer no es saber. Pero yo le respondí: La fe —y hemos llegado a la única palabra útil para que el pensamiento salga de sus posibles atascos—, la fe no es una llave para abrir el problema, sino una gracia para entendérnoslas con el misterio. Porque —añado— ninguna solución verdaderamente importante puede ser una solución de cerradura.

Noviembre tiene cambios súbitos. La tarde de naranja pálido se estaba transformando, se estaba preparando para el ocaso cárdeno. Yo me acordé de Arthur Rimbaud: «Llueve dulcemente sobre la ciudad». Y él me dice: Qué complejo es todo. Pero sí: hemos elegido un tema muy triste, demasiado triste. Es que lo hacemos triste, lo repintamos trágico —le respondo—; pero, ¿por qué? Sobre todo nuestro tiempo, a fuerza de rechazar, de evadir la cuestión, la hace verdaderamente dañosa. ¿No ves —me dijo entonces— que el pensamiento de morir nos ensombrece y nos rebela? Pero eso sucede —le replico— porque practicamos habitualmente con la muerte una política de represión. Todo el mundo, desde Freud acá, habla de la represión erótica. Estimo que no estaría mal ahora decir que reprimiendo, oprimiendo, quitando de la conciencia el recuerdo de la muerte, estamos obligándola a encerrarse en la caverna del subconsciente. Y que es, desde allí, desde donde levanta nuestros pánicos. Mi amigo iba a protestar de este juicio, de esta opinión mía, pero yo redoblé mi criterio; mi amigo casi se iba a reír y yo ratifiqué: No, no es un disparate. Estoy seguro de que tenemos miedo a la muerte porque no abordamos con lucidez, con limpia serenidad su recuerdo. Su recuerdo y su presencia. Su presencia y su promesa.

—¿Y qué hacemos entonces de la alegría de vivir? ¿Qué hacemos con las primaveras? ¿Todo ha de ser «contemptus mundi», contestación al mundo, y no dejaremos espacio para el «carpe diem»? Hay que tener sentido de la realidad.

Ya estaba anochecido. Se abrían los paraguas. El ábrego estaba al acecho. Noviembre trae limpias noches con estrellas y... congojosas noches acechadas por el viento.
—No hay que exagerar —contesto—. La alegría de vivir viene sola en su momento. Pero en su día, por sus pasos, llega sola igualmente la tristeza. Tener sentido de la realidad es eso. Es saber asumirlo todo, afrontarlo todo. El miedo cesa cuando encendemos la luz.

Pienso que San Pablo, en la epístola a los Corintios, enciende la luz cuando escribe: «Se siembra en vileza y se resucita en gloria. Se siembra en flaqueza y se resucita en fuerza. Se siembra cuerpo animal y se resucita cuerpo espiritual». Es la interpretación cristiana —con matices de expresión platonizantes— de la muerte. A la luz de esta doctrina, el miedo desaparece. «¿Dónde está muerte tu victoria?», dice el mismo San Pablo.

El se empecinaba en que estamos en la vida, en que ella es nuestra única realidad. Y que el resto es fantasma... o literatura. Yo insistía en que, precisamente, el auténtico «realismo» consiste en no hacer fantasmas de todo cuanto nos rebasa. Por fin él me vino con un texto de Federico Nietzsche y yo le contesté con un texto de don Miguel de Unamuno: «Creen vivir en la realidad porque viven en la sobrehaz de las cosas, y ese llamado sentido de la realidad no es más que el miedo a la verdad verdadera».

Y abrimos nuestros respectivos paraguas y nos separamos tan amigos.

(Diario IDEAL, 9 de noviembre de 1973)

8 comentarios:

Anónimo dijo...

Magnífico blog, cuidado, elegante, intenso. Qué extraordinaria mezcla de textos, fotos, música. Cuidénlo, porque uno se encuentra muy pocas cosas así en internet.
Fernando.

Anónimo dijo...

Muchas gracias, Fernando. El diseño, la estructura, las fotos, la música y el cuidado del blog, obra de Manuel Madrid, son una maravilla, y está acorde con la calidad de los textos. Lo fundamental es que haya alguien al otro lado que sepa apreciarlo. Por eso mensajes como el suyo son tan estimulantes.

Miguel Pasquau.

Anónimo dijo...

La lectura del artículo "Noviembre" junto con la audición de "Los violines del Otoño" me ha producido un escalofrío reconfortante del que andaba yo necesitado. Enhorabuena por este blog.

Carlos Ferrer
Zaragoza

Anónimo dijo...

Hoy,26 de noviembre,aniversario de la muerte de mi madre,Genara Pasquau Guerrero,"con el alma levemente melancólica" ó mejor muy melacólica,me encuentro con este maravilloso artículo y con una magnífica puesta en escena que tanto me han reconfortado.Otra vez ,gracias a todos
Rosa G.Pasquau

Un lector asiduo dijo...

Magnífico blog. Espero que se mantenga en el tiempo.

Rosa dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Anónimo dijo...

Gracias, Carlos Ferrer, por decírnoslo.

Anónimo dijo...

Ciertamente un blog extraordinario, qué pena que estas iniciativas surgan de particulares entregados a la causa de Juan Pasquau y que ni el Ayuntamiento de Úbeda ni ninguna otra institucion hayan publicado la obra de Juan Pasquau, porque artículos como éste no son para leerlos en la fría pantalla del ordenador sino al calor de la chimenea una de estas noches de temporal. Gracias por esta extraordinaria iniciativa, cuidenla, miménla, acreciéntenla.