BLOG SOBRE JUAN PASQUAU - PERIÓDICO INTEMPORAL



PERIÓDICO INTEMPORAL DEDICADO A JUAN PASQUAU

Para que vuelvan a acercarse a la obra del escritor ubetense quienes tuvieron la suerte de conocerlo, para que lo descubran quienes no lo conocieron, para que todos crezcan en permanente conversación con sus escritos y su pensamiento.

viernes, 15 de abril de 2011

LA VERDAD CRISTIANA DEL DOLOR

(MEDITACIÓN PARA EL VIERNES DE DOLORES)






El dolor está aquí. Nosotros quisiéramos que estuviese... allí. Esa es la tragedia del hombre.

Al llegar la Semana Santa, la Cruz, «lucha en piedra» que dijo Chesterton, símbolo permanente de la vinculación divina del dolor, recobra un primer plano y avasalla todas las perspectivas. Y, al imponernos irremisiblemente una meditación, nos brinda en su «discordia consigo misma», en el «conflicto de sus dos líneas hostiles de dirección irreconciliable», la única solución satisfactoria al ineluctable problema. El hombre, ávido de razones, pregunta siempre. Al toparse con el dolor el hombre inquiere: Y ¿por qué? Dichoso él si, al levantar su mirada de reto, se encuentra con la Cruz.

El dolor, decíamos, está aquí... pero la felicidad, allí. Hubo de seguro algo que estaba al lado de nosotros, que era uno con nosotros; ocurrió un cataclismo y ese algo rodó muy lejos. El dolor no es sino la oquedad que dejó la felicidad al huir; y la vida, una búsqueda del convexo perfil de las cosas capaces de ensamblar con estos deseos nuestros, cóncavos, vacíos. Dolor es pensar que le vimos el rostro a la alegría y que no podemos poseerla. Nos cerca el dolor como un océano y nosotros nos empeñamos en tender un istmo hacia el placer. Imposible afán: un nuevo dolor...

La felicidad está allí... Y la Historia organizó el Progreso. El Progreso, en cierto modo, ha sido una expedición valiente —con equipos de filósofos, con equipos de sabios, con equipos de inventores, hasta con equipos de economistas— para dar, a través de las geografías más dispares, con las fuentes misteriosas y lejanas de la dicha. El dolor ¿por qué? Se buscaron paliativos para todos los sufrimientos. Y, no obstante, el dolor, pungente, como un ascua viva, palpitando en el fondo de todos los anhelos; el dolor, como un perrico fiel, a nuestro lado; el dolor pisándonos los pasos. ¿Quién ha intentado huir de su propia sombra? ¡Qué deprisa la sombra al lado de nuestros pasos precipitados! ¡Qué veloz el dolor fugándose con nuestra fuga! ¡Bah! El Progreso ha desfallecido en la búsqueda; la expedición morirá de sed en los arenales desérticos.

Por otra parte los estoicos intentaron una vez «no darse cuenta». Dijeron: «No hagamos caso al dolor; hagamos como si el dolor no existiera». Creyeron que una serenidad puede improvisarse. Y como ellos, los estoicos, no querían ver el dolor y el dolor, ¡ay!, está en todo, terminaron por no poder mirar a ningún sitio. Y se quedaron petrificados, hieráticos, mirando al vacío.

Entonces... la lógica humana, la pedestre lógica lenta que desconoce la aerostación maravillosa de la Gracia; la lógica caminante que intenta, en vano, el alpinismo difícil de las cuestiones, sin reparar que hay cuestiones tan altas que solo un vuelo de ambición arcangélica podría escalarlas —nevadas cumbres de misterio—; la lógica lenta, digo, condujo entonces, por un atajo de errores, hacia la solución trágica. «Vivir es querer; y como querer es sufrir...» Shopenhauer rompe el pudor del dolor como quien rompe a llorar abiertas las válvulas de una pena comprimida. La filosofía se Shopenhauer es el nimbo oscuro que encapota el azul de la esperanza. La vida —dice él— por esencia es sufrimiento. El dolor no está fuera de nosotros, no se adhiere a nosotros para adjetivar, para calificar anecdóticamente, fugitivamente, a la existencia. El dolor, no está; es. Porque somos, sufrimos. No hay otra opción: para no sufrir, no ser. Naturalmente, como consecuencia y como reacción, viene la urgencia del placer. Si hay alguna brizna de placer en las cosas, parece justo aprovecharse de ella. No importa qué clase de placer, no se pregunta su licitud. Se caza el placer porque escasea, y no es tiempo de discriminar la calidad de la pieza; no es hora de averiguar si está vigente la veda. ¿No es una ironía la prohibición? Bonito está que después que la «Naturaleza» nos ha hecho dolor, carne de dolor, aspiración angustiada, venga la Moral a cercenar el poco placer que, afanosamente, para el disfrute de un instante, hemos podido conseguir. ¿Quién se atreverá a hurtar sus harapos al mendigo?

La moral que habla de placeres ilícitos es un sarcasmo; hasta esta conclusión pudo llegar el discurso de los hombres, desconectado de Dios, después que hubo renunciado a las alas de lo sobrenatural. Harta de caminar «a pie», con sus solas fuerzas, hasta aquí pudo llegar... Como quizás Penélope, cansada, ha dejado de esperar, lo mejor, abandonar el navío y arrojarse en brazos de las sirenas.

Pero el dolor que «está aquí» objetivamente, aunque inevitable, es redimible. Por encima de todos los avatares, la Historia más profana, volviendo sobre sus mismos pasos, no puede silenciar estas palabras primeras del Evangelio de San Juan: «El Verbo se hizo carne». (¿El Verbo, hecho carne de dolor? ¿El Verbo, humanado? ¿Sujeto a la común miseria?) La Historia, por profana que quiera aparecer, no puede tampoco dejar de registrar este Hecho: Un Hombre, que a sí mismo se llama Hijo de Dios, ante un concurso de gentes «taradas» por los padecimientos; ante un concurso de pobres, de enfermos, de humildes, de desheredados, pronuncia una memorable frase; una desconocida, inédita, extraña, original frase: «Bienaventurados los que sufren...» ¿Paradójico? ¿Asombroso? ¿Inconcebible? Pues... ese mismo Hombre que a sí mismo se llama Dios, elige, un día, para su Suplicio, la Cruz. La Cruz es «una colisión, un crujido». La Cruz es «una discordia consigo misma», y ese Hombre Dios acepta morir en ella. Y se cumplen las profecías: «Yo soy como agua que se extiende, y todos mis huesos se dislocan». «Mi corazón, como la cera, se derrite en mis entrañas». ¿No tiene, pues, la historia, para declararse sierva, «ancilla» de la Teología? En el Drama insólito del Calvario, la esencia del dolor se trasmuta, se transustancia... El dolor ha encontrado una Categoría; el dolor, desde la tarde del Gran Viernes, se puede llamar... divino. Cambia de signo el dolor. Ya, a través de la Redención, la Cruz, es el emblema de un Magisterio «cuyo Reino no tendrá fin». Y, para siempre, Paradigma de los siglos, va a presidir la Cruz la vida de los hombres.

¡Ah, el dolor! El dolor que despreciábamos, el odiado dolor que esquivábamos con todas las fuerzas de nuestro humano sentir, ha sido vestido, por Cristo, de púrpura. Suprema revolución: el dolor instrumento del Bien, precio de la Felicidad. La «discordia» de la Cruz nos restituye aquello que echábamos de menos; aquello que una vez rodó tan lejos, tan lejos... cuyo ensamblaje nosotros buscábamos inútilmente.

«El que quiera venir en pos de Mí, cargue con su cruz y sígame», dice el Señor. La Bienaventuranza eterna, reservada a los que padecen.

La carne es flaca; empero, detrás del Señor, los ascetas de todos los siglos caminan sugiriendo:

—También en el fondo del sufrimiento hay una almendra de belleza. La ascética es un noviazgo duro bajo el cielo implacable, sometido a todos los embates, hasta lograr la Sonrisa de Dios. Un poco de constancia... y el Amor sonríe desde el mismo fondo del Dolor.

Fracasó el progreso al intentar evitar el dolor; fracasó la filosofía. Solo la Cruz, invitando a sufrir, ha podido redimirlo; sólo ella que es «discordia», nos puede conducir a la Paz Eterna. Esta es la sublime paradoja que centra la Historia... aunque la Historia no lo sepa.

(Revista VBEDA, Año 1, Núm. 3, marzo de 1950)

(Fotografía: JUAN CARLOS GUIJARRO)


1 comentario:

Pedro P. Vico dijo...

¡Que gran placer, sencillo y humilde placer, al leer al gran Juan Pasquau,una de las grandes plumas del siglo XX.
Coincidiendo con él (amigo íntimo de mi padre y maestro mío) ,llevar el dolor, aceptándolo, es el gran honor que Dios reserva para sus elegidos...
LLevar el dolor y la CRUZ,por Amor a Él, crucificado.
En su infinito Amor,Él cargó con todo nuestro dolor.....;por eso su cruz, nuestra Crua es ligera ...si nos unimos a La CRUZ del Crucificado.